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Abbas Kiarostami: un maestro del cine contemporáneo
Que el emperador del cine, Akira Kurosawa confesara: “Es imposible describir con palabras mi sensación acerca de su obra… Cuando Satyajit Ray se convirtió en pasado me sentí muy deprimido. Pero cuando vi las películas de Kiarostami, di gracias a Dios por haber encontrado a la persona justa para ocupar su lugar”, ofrece una idea de impacto suscitado por la revelación de Abbas Kiarostami (Teherán, 22 de junio de 1940).
Ante el primer encuentro con su obra el escritor y crítico cinematográfico cubano Guillermo Cabrera Infante expresó su deslumbramiento: “De vez en cuando aparece en el cielo del cine, la pantalla, una estrella fulgurante. Una de esas raras apariciones estelares es el iraní Abbas Kiarostami”. La exhibición en el Festival de Locarno de 1989 de ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), significó el impresionante y tardío descubrimiento por Occidente de un cineasta personal como pocos. Desconcertados frente a aquel imprevisto golpe de belleza y maestría, los críticos pensaron que se trataba de una ópera prima.
En el momento de recibir la ovación que acompañó a la entrega del premio Leopardo de Bronce, Kiarostami acumulaba 17 cintas en una filmografía iniciada con el corto de aire neorrealista El perro y el callejón (1970). De padre pintor, nació en una familia intelectual de clase media, tenía una amplia trayectoria en el cine publicitario y un año antes de escribir el guion y dirigirlo, había entrado en el Instituto para el Desarrollo Intelectual de Niños y Adolescentes (Kanun). Ese organismo propició la realización de sus dos primeros cortos y su primera cinta de ficción La experiencia (Tajrobeh, 1973). Quienes la redescubrieron a raíz del primer triunfo internacional del autor, advirtieron ya esa prodigiosa capacidad de observación que le caracteriza.
Nadie podía creer que Kiarostami fuera autodidacta y que, como admitiría más tarde, creía haber visto en toda su vida no más de cincuenta filmes. Tuvo que simultanear sus estudios de Bellas Artes con su trabajo como pintor y diseñador de algunos carteles de cine, entre otros encargos para la supervivencia, razón por la cual se graduó al cabo de trece años. En el período 1974-1985 escribe, edita y realiza trece títulos, sobre todo cortos didácticos acerca de temas disímiles según el perfil educativo de la institución patrocinadora.
A lo largo de esa etapa tan creativa consigue filmar dos largometrajes de ficción: El pasajero (1974) y El reporte (1977), sobre un argumento original en torno a la alienación de un funcionario, el primer filme iraní rodado con sonido directo. Fiel a sus inquietudes artísticas, Kiarostami escribe y dirige en 1987 la historia del niño que hace lo imposible por localizar la casa de un compañero del aula, con el fin de devolverle su cuaderno y evitar así el castigo del maestro. Más minimalista no podía ser esta línea argumental pero en la forma de narrarla y de dirigir a esos niños a quienes considera más transparentes, radica la rara habilidad de un hombre que legó uno de los filmes más memorables de la década de los ochenta. Con ¿Dónde está la casa de mi amigo?, entraba súbitamente en la historia del séptimo arte y llamó de inmediato la atención hacia el ignorado cine de su país. Su irrupción situó a Irán en el mapa del cine contemporáneo sin que tardara el soplo fresco que trajeron consigo otros coterráneos.
A esa obra maestra absoluta le siguió el mismo año de su consagración en el extranjero: Deberes (1989), un documental muy crítico acerca del sistema educativo iraní que permaneció dos años retenida por la censura. Alberto Elena, estudioso español del cine tercermundista, al sintetizar el itinerario de este artista cuyo apellido significa “el de los mil caballos”, escribió: “Kiarostami se superó a sí mismo con una obra original como pocas, capaz de aunar rigor y emoción y un tratamiento que bordea la genialidad”. Aludía a Primer plano (1990), la película preferida del cineasta, en la cual reconstruyó, con los propios protagonistas, un insólito hecho real aparecido en la prensa: la detención de un humilde obrero en paro y cinéfilo, por el delito de suplantar ante una familia acomodada la identidad del popular realizador Mohsen Makhmalbaf. La presencia del equipo de rodaje en el juicio contribuyó a la absolución del impostor, quien en este hermosísimo canto de amor al cine, fue sorprendido cuando al salir de la prisión, quien lo esperaba era nada menos que el propio Makhmalbaf, a quien admiraba por su defensa de los pobres en sus películas.
Primer Plano, brillante paréntesis en medio de la denominada Trilogía de Koker, fue seguido por el segundo título de esta: Y la vida continúa (1992), en la que desarrolla la filosofía de la imagen. En una suerte de filme-encuesta, el realizador emprendió la búsqueda de los dos niños protagonistas de ¿Dónde está la casa de mi amigo?, después del terremoto que en 1990 devastó la región norteña donde filmaron esa película. Sin embargo, el estruendoso éxito europeo contrastó con la gélida recepción en su país, en el que fue atacado de aburrido e insensible y provocó risas en lugar de lágrimas.
Hossein Rezai, quien fuera proveedor de té durante la filmación de esa cinta, se convirtió accidentalmente en protagonista de la pieza que cierra el tríptico: A través de los olivos (1994), al tener que sustituir a un actor. Origina ahora el retorno a Koker, el descubrimiento por el director de que Hossein está realmente enamorado de una mujer que lo ignora por completo y luchará por ver correspondido su sentimiento.
Kiarostami permanece siempre abierto y receptivo a cuanto pueden aportarle los intérpretes no profesionales que al escogerlos les da toda la libertad que necesitan. “Un primor que agradecerán como agua de mayo quienes buscan qué misterioso combustible mantiene viva la llama del fuego sagrado del cine”, llamó el crítico español Ángel Fernández-Santos a este ejercicio estilístico concebido como una ficción que enmascarada en documento del rodaje de otra ficción, fue laureado con la Espiga de Oro en la Semana Internacional de Cine de Valladolid.
Luego de intervenir en el año conmemorativo del centenario del cine en dos largometrajes colectivos, su vocación hiperrealista y la depuración de la sencillez las llevó al extremo en El sabor de las cerezas (1997). Pero prefiere dejar madurar algunos temas y distanciarse de ellos. Esta sosegada reflexión sobre la vida y la muerte su creador se negó a considerarla una apología del suicidio -una aberración en esa sociedad-, como la tildaron algunos.
“Existe, en la decisión de suicidase, una forma de libertad: es el único momento en que podemos hacerle frente a Dios o a la Naturaleza -expresó al respecto-. La vida es una suma de obligaciones, salvo este acto que es una elección”. La Palma de Oro, máximo galardón en el Festival de Cannes, coronó esta personalísima road movie en la que los caminos de Koker son sustituidos por las colinas circundantes de Teherán, si bien advirtió que no quiso limitar la película a Irán o a un lugar geográfico preciso.
Una y otra vez, obra tras obra, Kiarostami reitera en textos y entrevistas su credo de que un cineasta no realiza su película entera, sino que corresponde al espectador terminarla finalmente. Concebirlo como un sujeto activo, un mediador, un autor compartido, le animó a filmar en coproducción con Francia El viento nos llevará (1999). Su gusto por los recorridos le condujo a una nueva indagación en temas que le inquietan, la vida en toda su simplicidad, la muerte, el cine, la gente de un pueblo perdido para una cámara, ahora en las montañas del Kurdistán. Desde el esbozo argumental fue consciente de que el filme exigía al espectador un esfuerzo que otros dan por descontado y no vaciló en tratar de engañar al público con su desarrollo para incitarlo con un juego de ocultar cosas, personajes y situaciones, que fuera calificado de canto cinematográfico.
Desde la propia presentación en el Festival de Venecia, ante las observaciones de que carecía de alusiones políticas y por qué decidió rodarla en el territorio nacional de los kurdos, el cineasta subrayó que respondía a los síntomas de un itinerario poético y espiritual. “Quería encontrar un pueblo remoto, un escenario donde tuviera mayor sentido mostrar una manera de vivir y de pensar –puntualizó-. Cualquier filme que se atenga a una realidad contemporánea entraña un compromiso político, pero esta perspectiva no es premeditada, ni militante, ni siquiera pretende alertar de nada”. La prensa acreditada en el certamen le cuestionó soslayar el tenso clima de su país, y reclamó su criterio sobre el proceso de cambios implicado por la aparición de Khatami en el vigésimo aniversario de la revolución. “El más difícil de todos consiste en que Irán es un país impredecible –opinó-. Irán es un país que quiere salir adelante, que quiere evolucionar. Me recuerda, en parte, a los moribundos dispuestos a hacer cualquier esfuerzo para sobrevivir. [..] No queda otro camino que seguir adelante”.
Kiarostami no se limita a su obra personal detrás de la cámara, sino que colabora como guionista con otros colegas, como Jafar Panahí en El globo blanco, como tampoco la resonancia internacional de sus películas de ficción incidió en que abandonara el documental. Vuelve a él una y otra vez con idéntica sensibilidad, sea por medio de ABC África (2001), Cinco (dedicados a Ozu), en el 2003, o 10 sobre diez (2004), por citar apenas algunos que intercala entre sus aproximaciones a la realidad como 10 (Ten, 2002), enésimo exponente de la depuración estilística hasta las últimas consecuencias a que llegara Kiarostami. Es la primera de sus obras en la cual las mujeres ocupan el centro absoluto de la trama: “De alguna manera, mi película refleja los problemas que enfrenta hoy nuestra sociedad. Yo no soy de aquellos que hacen diferencias de género, pero sí creo que los problemas hay que exponerlos tal como son y las mujeres hoy en Irán tienen mucho que para decir al respecto”.
Copia certificada (Copie Conforme, 2010), fue su primer largometraje de ficción rodado fuera de Irán. Si bien intervino una compañía de su país en la coproducción, el financiamiento principal correspondió a Francia, Italia y Bélgica. Proporcionó a Juliette Binoche el premio a la mejor actriz en Cannes con un título confirmador del afán por Kiarostami de no repetirse. “Para ser original y genuino y sobre todo auténtico con uno mismo, uno siempre tiene que comenzar con algo como si fuera la primera vez. Uno se obliga a buscar y encontrar nuevos temas y nuevas formas de expresión, pero al mismo tiempo está en condiciones de utilizar toda la experiencia acumulada en el pasado”, confesó a inicios del nuevo siglo. Galardonada con la Espiga de Oro en Valladolid, la cinta fue prohibida en Irán.
Paralelo a este reconocimiento por su impronta fílmica, Kiarostami explora desde hace 25 años la poesía y la fotografía (de hecho admite que se reconoce hoy más fotógrafo que cineasta). La videoinstalación Ten minutes older (2991), apenas un plano cenital de un bebé durmiendo hasta que se despierta y llora, y su serie fotográfica Los caminos fueron exhibidas por primera vez en el Museo Nazionale del Cinema (Turín) en septiembre de 2003. En la exposición Correspondencias: Víctor Erice y Abbas Kiarostami, del 2006, presentó algunas de sus instalaciones como Mirando el Ta'ziye (2004) y Bosque sin hojas (2005). La Galerie de France (París) y el Teatro Calderón (Valladolid), acogieron su muestra de fotos Las cuatro estaciones.
Quien fuera uno de los cineastas más influyentes del último decenio del Siglo de Lumière, bautizado “el Rossellini de nuestro tiempo” y continuo objeto de libros y documentales monográficos e innumerables retrospectivas en certámenes de todo el mundo, no cesa de reflexionar acerca de qué es significa esa “ventana a nuestros sueños a través de la cual es más fácil reconocernos a nosotros mismos”, como define el séptimo arte, y la decisiva intervención del público al que tanto respeta:
“Creo en un tipo de cine que ofrece grandes posibilidades y tiempo a su público. Un cine a medio crear, un cine inacabado que consiga completarse gracias al espíritu creativo de los espectadores, como ocurre en cientos de películas. Le pertenece a los espectadores y corresponde a su propio mundo. […] Sentados en una butaca de cine, nos dejamos llevar y tal vez este sea el único lugar donde nos sintamos cercanos y a la vez distantes de los otros; ese es el milagro del cine”.
Configurar este perfil en primer término con las reflexiones de Abbas Kiarostami sobre los motivos recurrentes de una obra excepcional, pletórica de una espiritualidad -que reconoce compartir con Tarkovski, Fellini, Hou Hsiao-hsien y Angelopoulos- traza el retrato de alguien reacio a confesar influencias y genealogías. Cada vez que habla, escribe o filma, reafirma esta convicción. “Las películas y el arte deben apartarnos de la vida diaria, y deben llevarnos a otro nivel, sin olvidar que la vida diaria es el lugar del despegue, pues el tiempo de Scherezada y de los narradores de palacio ya terminó”.
(14-20/ 01/ 2016)