NOTICIA
Aflojar el reglamento
Ese logro de reparar al instante o al menos de saber a qué género pertenece una película no garantiza siempre que la entendamos, ni siquiera que cumpla al pie de la letra todas las características del género en el que se supone está inscrita. Por lo anterior, pudiera facilitar su comprensión algunos caminos formales y hasta temáticos en los que se va revelando la razón de ser de los personajes y los contextos en que interactúan. Pero de ahí a pensar que existe una sola línea a seguir, inviolable, incluso, aunque pertenezca a un director que reincida en similares o parecidos tratamientos, representa una injusticia cuando no un ingenuidad analítica. Es lo que sucede cuando interactuamos por primera y segunda vez con una película de variaciones de visión o puntos de vista como Bajocero (Lluís Quílez, 2021).
Con un elenco de lujo que cuenta, entre otros, con Javier Gutiérrez, Luis Callejo y Karra Elejalde, la trama parece centrarse en un típico traslado de prisioneros. De hecho, ese es el punto de partida desde el cual el espectador asistirá ―como suele pasar― a una diversidad de personajes que recuerdan esos largometrajes de prisioneros que, montados en un avión, un tren o un furgón ―como en este caso―, intentan escapar.
En honor a la autenticidad, Bajocero se aleja de ser una trama de huida para tributar al thriller desde sus inicios, si bien la aparición del conflicto, a las claras exterior, cuestiona las aspiraciones de liberación de los condenados. Todos quieren ser libres, pero la oportunidad que se les presenta es sospechosa, así decidan entregar a uno de ellos. De repente, oficiales y prisioneros pudieran agradecer el confinamiento dentro del vehículo blindado. Están siendo atacados y solo un preso, el más joven, sabe el porqué de la molestia del atacante.
El estudio de personajes, con preferencia en algunos más que otros, revalida la idea de que no estamos frente a una consabida trama policiaca, pues existen claves en el guion, en lo que el espectador se irá enterando, de que tanto lo referido como lo antes visto cobrarán importancia para que luego se entienda por qué se desea reventar o, con exactitud, hundir la reunida testosterona. Es un acto ilícito de igualar a los transgresores de la ley con los que la amparan. Sucede que en el relato de Quílez predominan los reclusos y él, como director y guionista, decidió no realizar el habitual enfrentamiento entre ellos y un superpolicía que los va liquidando sobre una marcha épica y espectacular. Necesita transición de actitudes más que de aptitudes para generar verosimilitud a lo que afrontarán. El intento de libertad individual queda relegado a la necesidad de supervivencia.
Bajocero se convierte entonces en un thriller dinámico por cambiante. Porque no se trata de que el policía es el mejor del mundo o que los presos son la mar de detestables. Rivaliza la idea del bien y el mal sin encasillamientos. Hacia el final, cuando nos enteramos de qué va todo esto, comprendemos que es más que un asunto de justicia personal. Es compensar al otro. El policía comprende al padre víctima porque hay delitos no remediables ni con el encierro ni con determinada evidencia. Ante el cinismo de la confesión se le responde con cierto albedrío reparador. En este sentido, como en muchos más, Bajocero bien vale su tiempo de duración.
(Foto tomada de Espinof)