Barbara, ¿un filme no logrado?

Barbara, ¿un filme no logrado?

Jue, 04/19/2018

Compartimos fragmentos del texto crítico de Daniel Bougnoux sobre el filme Barbara, de Mathieu Amalric, que se exhibe como parte del Festival de Cine Francés.

Barbara, la última obra de Mathieu Amalric, apoyada por la prensa y muy presente en las salas, ¿será igual de apreciada por el público? En mi opinión, el filme corre el riesgo de no lograr unanimidad de criterios. La gente se precipita al encuentro de un icono, en efecto, de su ídolo porque todos llevamos un pedazo de Barbara (al menos la generación nacida entre 1940 y 1960); motivo por el cual Amalric es cuidadoso, sin embargo, a la hora de robárnosla.

He elogiado muchas veces a Mathieu Amalric como actor por su papel del etno-siquiatra Devereux, en La Venus de las pieles, de Polanski. Ese filme me pareció cargado de vértigos y de una cruel ironía (Tournée, sin embargo, no ameritaba que uno se detuviera en él).

Esta Barbara no es –sin evocar la relación fundamental descrita en Venus– la de un amor masoquista, o inalcanzable. En resumen, se trata de un filme consagrado a sí mismo. Amalric pone en escena a un cineasta (interpretado por él mismo) que dirige a Brigitte (Jeanne Balibar) en la filmación de una biografía de la célebre cantante. En otras palabras, un loco enamorado de un ídolo (Barbara, de la cual él contempla con sus ojos extasiados los jirones de sus registros) le pide a un ídolo menor, Jeanne Balibar (quien era en la realidad su compañera), que lo ayude a acercarse a la diva inaccesible. Y como es lógico eso no funciona, no puede funcionar. Vemos entonces una gran dé-coïncidence, diríamos a la par de François Jullien. O peor, ¡eso “decoincide” completamente!

El filme y la curiosidad del público –me parece– giran alrededor de esta tentativa de fusión o de restitución condenada al fracaso. Ni por el rostro, ni por la voz sobre todo (los dos canales complementarios de la tan buscada identificación), la Balibar logrará interpretar a Barbara, de manera que el personaje del filme se convierte desde entonces en su propio fiasco. Sin embargo, al mismo tiempo, tiene un gran acierto. Amalric y Balibar muestran la imposibilidad de resucitar y de poner en escena para sus fans un ídolo muerto luego de veinte años.

Es así que apreciamos una metapelícula, o la película de un rodaje que compila varios archivos de una Barbara live; y nos preguntamos continuamente qué filme vemos y delante de quién estamos, ¿la verdadera Barbara o su avatar balibaresco? La proximidad de los apellidos, de la que hace uso el guion, se suma a nuestra confusión… La forma de la nariz o de los labios, deberían eliminar toda la incertidumbre entre un rostro y el otro, con la cual juega la película. Se nos muestra, en efecto, la construcción del ídolo y sus dos lados: Barbara como Balibar en su baño, maquillándose o jugando con las luces; o Balibar esforzándose por escuchar a Barbara televisada para imitar su juego con los dedos alrededor del oído, su manierismo que Brigitte (la copia) sobreactúa. O, sobre todo, para hacernos creer en una encarnación lograda, la sobrecarga de la voz divina en los labios de una Balibar cantante en play-back… Y detectamos las destrezas de la tecnología en favor de esta construcción y de nuestro desagrado. No solamente doblar la voz sino, por ejemplo, incrustar a Amalric en una cinta de la película Barbara… Este dispositivo irónico nos tiende entonces varias trampas y el cinéfilo debe prestar mucha atención al filme para no ser estafado.

Para el gran público que viene a consumir una biografía leal, otra fuente de decepción tiende también a la rara sofisticación del montaje: nada ocurre en orden, las imágenes no tienen conexión. Sin dudas, falta encontrar en esa selección de un cierto desfallecimiento un aspecto crucial y tocante de la personalidad y también del arte de Barbara, cantante caprichosa que decía ser una viajera, que se mostraba imprevisible. Los muchos fragmentos musicales presentes en el filme permiten analizar directamente el estilo de sus canciones: estas no cuentan siempre una historia, Barbara tararea lo que meteorológicamente se cruza, como tararear en la oscuridad para quedarse dormido o darse coraje… Y cuando ella felizmente cuenta una historia (Nantes), el arabesco tenido en las notas altas de la voz lo suspende a lo indescriptible, a la emoción pura. Lo que no logra hacer una Balibar adornada con plumas negras cuando, colgando del piano, interpreta y arruina patéticamente esta pieza sublime.

Amalric que parece exponerse en este filme-caleidoscopio en realidad se protege de toda acusación de fracaso y juega bajo el terciopelo de este retrato (tomado de La Venus de las pieles) de un director sobrepasado en su dirección, que no está a la altura de un mito. ¡Claro que está mal logrado, por la gloria inmensa del modelo! ¿Cómo querer igualar tal estrella? Felicitaciones a la gran Barbara y no tanto para la pobre Balibar y sus lastimosas vocalizaciones, su manierismo exagerado. Una componente secreta de venganza cara a cara de la diva inferior (que fue también su esposa) penetra un poco aquí y allá. Un detalle curioso –seguramente habrá otros–, parece un síntoma de gestos ambivalentes aquí diseminados: en las manos que cubren sus párpados como para escuchar mejor, Amalric lleva dos anillos de sello idénticamente decorados con una pesada piedra negra rodeada de oro. ¿Dos metonimias del ídolo siempre vestido de negro o dos figuraciones de las divas que lo hacen perder la cabeza, la verdadera y la falsa, la hábil y la izquierda?

Publicado el 14 de septiembre en el sitio web La Croix.

https://media.blogs.la-croix.com/barbara-un-film-rate/2017/09/14/