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Brasil, gigante y sin límites
El cine brasileño es una industria poderosa que, al margen de dictaduras o democracias, de gobiernos de izquierda o derecha, ha florecido. Claro que, según las épocas y tendencias, es el peso y desarrollo que este alcanza dentro del imaginario social, pero siempre ha sido, en el peor de los casos, un sobreviviente.
Triunfador sistemático, perenne en nuestros festivales de cine, su gloria se remonta a las antípodas, a los primeros pasos de su producción.
Un verdadero pionero de las tendencias más audaces y experimentales es Límite (1930) de Mario Peixoto. Realizado en el lapso mudo (1929, tiene sonido musical, pero solo intertítulos, y para ello, escasos), metaforiza la ambición humana con todo lo que puede coartarla, desde una barca, un río, tres personas (dos mujeres y un hombre), con lo cual puede suponerse que habrá naufragios y muertes.
En la cinta, rara avis del cine brasileño y latinoamericano de la época y mucho después, conviven las obsesiones lingüísticas y estéticas de las vanguardias francesas, con algunos de cuyos representantes convivió el director Peixoto en París, y asombra incluso avizorar cuánto hay ya prefigurado de lo que sería, digamos, la nueva ola francesa. Ha sido atacado por algunos como muestra de “arte por el arte”, pero bien visto demuestra las potencialidades técnico-expresivas del cine latinoamericano desde entonces.
Se trata de una joya, y aún hoy sobrecogen sus audaces encuadres, sus retozos con la cámara, sus preci(o)sos contrastes de iluminación dentro del blanco y negro admirablemente usado, el empleo creador de la música como único elemento sonoro y su montaje exquisito.
Uno de esos movimientos innovadores y revolucionarios es el cinema novo, más de treinta años después de Límite, en la década de los sesenta, y uno de sus títulos inquietantes y deslumbrantes es Macunaíma (1969), de Joaquim Pedro de Andrade: la historia del antihéroe por antonomasia, un negro que vive en lo profundo de la selva y al convertirse en blanco cambia su hábitat por la ciudad. Allí ese “cara” prejuicioso y sin carácter vive diversas aventuras; conoce prostitutas y guerrilleras, se enfrenta a viles millonarios, a la policía y a personajes con todos los matices. Después de esa larga y tumultuosa aventura urbana, regresa a la selva.
Basada en la obra de Mario de Andrade, con ella su realizador consigue el gran premio del Festival Internacional de Mar del Plata (Argentina), y alcanza gran repercusión en público y crítica. Una narración onírica, y caótica donde los límites son señales muy borrosas y por cierto innecesarias. Joaquim Pedro parodia en este filme aquella superada etapa de la chanchada y nos recuerda la época dorada de su actor protagónico, Grande Otelo, juega con los acontecimientos políticos del momento y trastoca las figuras mitológicas de la cultura popular.
Macunaíma es uno de los emblemas del Cinema novo en su etapa final, por algunos llamada “tropicalista”.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 176)