La cisterna

Cine brasileño (I): La cisterna, de Cristiano Vieira

Mié, 12/23/2020

A medio camino entre el thriller de vuelo raso y algunos tintes de trama policial, el realizador Cristiano Vieira (Un domingo de 53 horas, 2017; Lo siento mucho, 2019) desliza su crítica a problemáticas sociales del Brasil contemporáneo en La cisterna (2020), su tercer largometraje de ficción. 

Como parte de ese ejercicio crítico, el periodismo investigativo que condena las malas prácticas políticas y económicas de empresarios y gobernantes corruptos, con perjuicio para las comunidades marginadas, tiene su contracara en los efectos nocivos del sensacionalismo que busca, a toda costa, elevar los niveles de rating en la teleaudiencia. Pero para sujetos comunes, víctimas de los desequilibrios de la legalidad y la justicia, esos efectos adquieren repercusiones mayores cuando son aplastados por todo el peso de la maquinaria mediática.

La película de Cristiano Vieira nos entrega un personaje interesante: Lorena Ribeiro (Fernanda Vasconcellos), presentadora de programas de denuncia social, basados en periodismo investigativo, con cierto nivel de credibilidad en su público potencial. Emprendedora, carismática y ambiciosa, no teme que sus meteduras en la llaga despierten el recelo de quienes desenmascara, siempre que su temeridad pueda catapultarla a un puesto de mayor rango en alguna televisora nacional. 

En ese empeño, le importa poco seducir a su supervisor de programas con unas dosis de sexo de vez en cuando para lograr sus propósitos. Lorena es premiada en el gremio por su osadía y excelentes habilidades como comunicadora social, pero también resulta aleccionada cuando sus vulnerabilidades profesionales la conducen, por la fuerza, al cuestionamiento ético. Aupada en su ropaje de justiciera mediática, Lorena pasa por alto que el alcance del poder que representa la torna cómplice de una injusticia.

Notable: el interés del guion ―del propio director― en articular el motivo del equívoco como epicentro del argumento y desde esa perspectiva apuntalar su contrapunteo entre víctima y victimario. El revelado paulatino de las causales que generan el secuestro de Lorena a manos de Julián (Cristóbal Tapia) permite entender el alcance de los efectos nocivos del sensacionalismo mediático que se escuda tras la reivindicación de una justicia a medias. En ese punto la dinámica argumental voltea sus contenidos semánticos y propone un conflicto donde toda pretensión de aleccionamiento queda fuera de control hasta encaminar la tragedia por un camino sin salida.  

Deficiente: el tono en que se desarrollan los giros narrativos, sin que medien las pretensiones de sorprender en demasía al espectador. En realidad, toda la trama sobrevive mediante un diseño muy previsible y con amagos ―en verdad, bien discretos― de despertar la adrenalina. En esto falla la planificación de las escenas de acción, sobre todo durante el aire final de la película.

Muy buena: la actuación de Fernanda Vasconcellos, aunque en el segmento intermedio de la cinta y hasta que culmina, en lo particular, la psicología del personaje de Julián y el desempeño de Cristóbal Tapia se vuelven más interesantes. Faltó, eso sí, laboreo en la psicología de este personaje y tal vez alguna escena medular que colocara sobre el tapete, de una manera más electrizante, las colisiones entre víctima y victimario que pudieran dinamitar la vorágine del discurso. 

Sin embargo, el guion acierta en relegar a la acción, sobre todo en la escena en la que en apariencia se espera el ahogamiento de la periodista en la cisterna, el entendimiento respecto de la naturaleza moral de Julián y los verdaderos propósitos del secuestro. Es aquí donde la semántica del filme perfila otro matiz a su crítica social que ya adelantamos: las fisuras legales que colocan en situaciones de vulnerabilidad y desajuste existencial a sujetos en descrédito por la manipulación del poder mediático. Sin embargo, no me queda claro cuánto de eso ha afectado la cotidianeidad del personaje, toda vez que las acusaciones de estupro a su propia ahijada no parecen incidir mucho en su círculo social y laboral, más allá del escaso énfasis en el plano psicológico.

No tengo mucho que comentar respecto de las cualidades estéticas de la película. Cristiano Vieira continúa siendo un director de formalidades discursivas, sin muchas ambiciones en cuanto al afán de replantearse estrategias más osadas en la concepción del registro visual. Por lo regular, hasta ahora todas sus realizaciones no han hecho más que plantearse un maridaje entre discurso visual y anecdótico, en el cual a veces lo segundo muestra las falencias de una escritura de garras cortas. A La cisterna, en particular, pudiera reprochársele el descenso de su ritmo narrativo a mitad de metraje, mientras hace hincapié en el modo de vida del captor para convencernos de que el tipo, en realidad, no es tan malo.

Te digo mi nota: 3, de 5. No hay mucha algarabía para un filme que pudo tomar una bocanada mayor por el interés que siempre despierta su temática. 

El cuestionamiento a las actitudes antiéticas desliza de manera subrepticia la interrogante en torno hasta qué punto podemos ser comprensivos ―también solidarios― con un acto de venganza, cuando la impotencia ante los desajustes legales cercena toda posibilidad a la regeneración moral bajo el amparo de la legalidad. 

En esto, el guion pretende con inteligencia colocar al espectador ante una paradoja, pero el tono medio en que se desenvuelve su entramado fictivo limita la eficacia de su mensaje estético.