NOTICIA
Citizen Trump
El demócrata Joe Biden ha pronunciado su discurso de la victoria tras ser proclamado, luego de casi cuatro días de expectación por el conteo de votos, el cuadragésimo sexto presidente electo de Estados Unidos. Se dirigió al podio desde donde hizo uso de la palabra trotando ligeramente como demostración de vitalidad y energía, lo cual, como todo intento de aparentar la edad que ya no se tiene, lo hizo paradójicamente parecer más viejo. Fue presentado por la vicepresidenta electa, Kamala Harris. Buena comunicadora, domina el show business tan afín a los votantes y transmite una inquietante mezcla de raíces étnicas, hindú y caribeña (¿La han visto bailar?). Su atractiva presencia nos hará echar un poco menos de menos y al menos —valga la superredundancia—, lo mejor que tuvo la administración Trump: su Primera Dama. (Sé que este comentario podría ser etiquetado como “sexista” en Twitter, pero está escrito con todo respeto para Cuba cine).
Donald Trump se va, pero el trumpismo se queda. He leído muchos artículos en los que se afirma que el trumpismo llegó a la política norteamericana para quedarse instalado más allá de su líder —incluso lo consideran el verdadero ganador de estas elecciones—, como si su origen fuera los cuatro años de gobierno del magnate. En realidad, Donald Trump no fue el creador del trumpismo, sino su criatura, algo así como el bebé de Rosemary. La ideología, filosofía o como quiera llamársele que lo engendró, ha existido desde mucho antes, cuando los padres fundadores comenzaron a gestarlo con la independencia de las Trece Colonias del dominio británico.
Génesis más que legado del platinum blonde presidente, críticos y estudiosos del cine norteamericano han rastreado la huella del trumpismo a lo largo de más de un siglo de producción de películas pródigas en personajes concebidos a imagen y semejanza del todavía actual inquilino de la Casa Blanca. Múltiples han sido sus rostros, desde aquellos capitalistas todavía no tan salvajes de los filmes de Frank Capra, hasta el fiero guerrero desencantado con el establishment por el que ha combatido que representa Rambo; desde el corrupto empresario que interpreta Broderick Crawford en Nacida ayer, que intenta “pigmalionizar” a una esposa cuya falta de educación y modales es un pálido reflejo de la suya propia, hasta el siempre impertérrito John Wayne, quien tanto en el lejano oeste como en las arenas de Iwo Jima fue pionero en esos afanes de hacer a América grande no again sino forever.
Quisiera, sin embargo, detenerme en un solo ejemplo que en mi opinión resume todos los demás: Charles Foster Kane, o sea, El ciudadano Kane. Ficción y realidad enlazan a Kane y Trump como hermanos de sangre: prepotentes, arrogantes, inescrupulosos, mediáticos, ambiciosos, transgresores, tramposos, manipuladores, oportunistas, paranoicos y así hasta el cansancio. Creo que a ambos les sucede lo mismo: son tan furibunda y consecuentemente paradigmas negativos de un sistema —político, social, económico, cultural, de vida…en suma, del american way— que terminan hipertrofiándose y haciendo metástasis de poder, egocentrismo y predestinación hasta el límite de lo psicótico, lo que obliga al propio sistema a extirparlos. Por eso muchos afirman que este voto que ahora lo compele a hacer las maletas y abandonar la Oficina Oval, no fue tanto a favor de Biden como en contra de Trump.
Charles Foster Kane no contó con Twitter ni Fox News, pero no le faltó el New York Inquirer para legitimizar desde sus páginas el mismo estilo de periodismo amarillista que su sucedáneo encumbró en las redes sociales —para continuar con las analogías cinematográficas— a golpe de 24 tweets por segundo. El delirio de grandeza de El ciudadano…, por supuesto, no tardó en poner su mira en la presidencia del país —“sucede que no eres el presidente de Estados Unidos”, le advierte su esposa en esa magistral secuencia de elipsis cinematográfica que condensa en segundos el devenir de su crisis matrimonial; “es un error que habrá que corregir”, responde Kane—.
Trump logró “corregirlo”, pero no por el tiempo que hubiera querido —ahora resulta que por sus alucinaciones de fraudes y conspiraciones demócratas— lo que lo ha llevado a amurallarse de abogados, demandas y apelaciones para seguir dando batalla después del veredicto final de las urnas. Nada más parecido a un envejecido y solitario Kane rodeado de toneladas de mármol y yeso que en forma de mustias estatuas evocan un pasado de esplendor en su gigantesca mansión de Xanadú. Ambos coinciden una vez más en proyectar en su ocaso una imagen patética, para utilizar el término con el que un comentarista televisivo calificó la última comparecencia de Trump ante los medios —varios de los cuales, en una acción sin precedentes, interrumpieron en el aire su transmisión por el cúmulo de acusaciones y ofensas sin fundamento emitidas por el mandatario—.
Mesiánicos y poseídos, los heraldos trumpistas se han multiplicado en la pantalla desde Kane hasta nuestros días. Próximamente será exhibido en el programa Historia del Cine el filme Network, de Sidney Lumet, en el que un presentador de televisión convoca a los televidentes a gritar: “¡Estoy más que harto y no quiero seguir soportándolo!”, en alusión a una Norteamérica que presuntamente ha extraviado su rumbo, el mismo que Trump pretendió reencauzar. Al decir de una reciente revisión crítica de esta película, que fue realizada en 1976, “Trump es la pesadilla que relata el guionista Paddy Chayefsky en Network hecha realidad”.
Como mismo un conjunto de filmes del expresionismo alemán de los años 20 predijeron el ascenso de Hitler y el nazifascismo, así el cine norteamericano nos ha permitido escuchar los latidos del huevo de la serpiente del trumpismo desde mucho antes del ascenso de su principal vocero. Parafraseando el título del esclarecedor ensayo que en 1947 publicara el crítico y teórico alemán Siegfried Kracauer, De Caligari a Hitler, bien pudiera escribirse otro que describiera una trayectoria similar “De Kane a Trump”.
Quizá en este mismo instante en que Joe Biden acaba de hablar, Donald Trump, presidencialmente moribundo, se encuentre tumbado en un diván de la Casa Blanca mientras deja escapar de su mano una bola de cristal que contiene un paisaje nevado y pronuncia la enigmática palabra: “Rosebud”, que esta vez sí escuchan sus más cercanos asistentes, para corregir el gazapo del filme original.
Como siempre que se buscan similitudes, termina apareciendo alguna diferencia, la comparación que nos ocupa no es una excepción. Donal Trump tal vez será recordado como el peor presidente en la historia de los Estados Unidos de América. Charles Foster Kane, por su parte, y sin duda con el mayor carisma que le impregnó como director y actor Orson Welles, no dejará de reafirmarse con orgullo como el personaje protagónico de la mejor película de la historia del cine.