NOTICIA
Con una sonrisa y quizás con una lágrima
De esos directores de cine todoterreno que desde la incursión en otras esferas de la creación evidenciaron cómo la imagen cinematográfica puede compendiar todas las artes, la figura de Charles Chaplin ha sido y seguirá siendo un referente a considerar.
Al crear su personaje Charlot y empezar a tener éxitos en el cine silente, Chaplin vuelve a tener puntería en 1921 con un clásico del mejor cine de todos los tiempos: El chicuelo, la que convirtió a Jackie Coogan en el primer niño estrella de Hollywood. También intervendrían Edna Purviance, Henry Bergman y Lita Grey.
Si bien El chicuelo se enmarca en el género de la comedia y en ella resaltan las escenas del slapstick o comedia física, en la que la violencia será llamativa por la farsa, los golpes, la torpeza y hasta la vergüenza ajena, intenta y logra ser más que una película de peripecias divertidas.
No debe pensarse que el cine silente es siempre cine cómico. Ni que uno propicia el otro. Sucede que la comedia domina en esa época en que la gestualidad y las ocurrencias de los personajes era el plato fuerte al que se le agrega el atractivo visual hasta donde era posible. Aunque el cine silente no siempre puede ocuparse de la puesta en pantalla, un realizador inconforme como Charles Chaplin sí se preocupó por la visualidad y la estética en general de sus películas. Ello se comprueba en El chicuelo, donde se evidencian efectos especiales muy meritorios para 1921 como, por ejemplo, el vuelo natural de los ángeles en el sueño de Charlot hacia los minutos finales del relato.
La película de Chaplin va a reflejar un costado duro de la sociedad estadounidense: la pobreza y el desamparo del hombre joven que aún no ha alcanzado ninguno de sus sueños y quizá no lo consiga nunca y del niño abandonado por una madre sin recursos. Sin embargo, la trama no descansa en el melodrama. Aunque Chaplin había perdido a uno de sus hijos y se dice que algo de su infancia está reflejado en la historia, se aleja de hacer autobiografía. Al costado crudo e irritante de lo que pasa el vagabundo nos encontramos siempre, y aquí en grado elevado, su condición de pícaro.
Como se sabe, el pícaro es un arquetipo que proviene de la literatura española y llega hasta nuestros días considerando por el camino otras artes como la pintura. Pensemos ―por solo mencionar una ejemplo bien ilustrativo― en esas pinturas de género de Francisco Esteban Murillo, puntualmente en Niños comiendo uvas y melones, en que los chicos pícaros comen frutas y descubren la risita tal vez por cómo las obtuvieron o por lo que uno de ellos le ha dicho al otro. Con Charlot no asiste el espectador a un ciclo vital del nacimiento y niñez, no obstante sí del desarrollo, o al menos de la continuidad, del vagabundo pícaro. En este sentido del personaje repetido en el mismo contexto, pero con historias diferentes por cada película, se tributa al principio de la narración biográfica.
En principio, El chicuelo no da lecciones de moral, pues sus personajes representan la supervivencia del ser humano en situaciones límites, en las que hay que aprender a ser astuto para enfrentarse a la sociedad adversa, las leyes que a menudo no corresponden con sus sueños e intereses. Es una defensa del hombre que no quiere la soledad impuesta, que decide amparar y querer a una generación nueva, pues la defiende como sabe y puede hacerlo. ¿Escenas de género en las imágenes en movimiento de las primeras décadas del siglo xx? Representa El chicuelo un retrato sociocultural de aquella época.
En este 2021 en que celebran los centenarios de nacimiento de actrices y actores como Donna Reed, Simone Signoret, Dirk Bogarde, Jan Sterling, Alida Valli, Judy Holliday, Jane Russell, Fernando Fernán Gómez, Charles Bronson, cineastas del calibre de Satyajit Ray y Luis García Berlanga, de películas como Las tres luces, Nosferatu el vampiro, La carreta fantasma…, sería injusto y desacertado pasar por alto El chicuelo, otro de los clásicos de Charles Chaplin a cien años de haberse estrenado.