Conversación con un cineasta incómodo: Julio García-Espinosa

Mié, 02/07/2018

Tenía que empezar por mí mismo, por mis propios sueños, para entender y acercarme mejor al sueño de los demás. Estaba haciendo, ya a partir del 67, un cine con el cual me comprometía. Mis dos primeras películas, Cuba baila y El joven rebelde, contaban historias que de alguna manera no me pertenecían, y desde ese punto de vista no me sentía tan comprometido como me vine a sentir con Aventuras de Juan Quin Quin. Era una actitud no solo frente a la realidad sino también frente al cine con el cual me identifiqué a partir de estas Aventuras... El interés no era solo el de la historia, sino también el del relato, es decir, la forma de contar esa historia.1

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En verdad no estaba consciente de esto porque si bien siempre he considerado que la película está dentro de la picaresca, tengo una actitud crítica frente al pícaro; creo que en nuestro país hay demasiados pícaros, históricamente han jodido mucho los pícaros y personalmente trato de ser todo lo contrario a un pícaro. En este país se prefiere ser hijo de puta a ser comemierda, la gente tiene terror a no ser pícaro y es casi un diploma tener fama de tal. Por eso pensé en Juan Quinquín como un personaje que no resultara totalmente pícaro (si lo piensas bien, es también un antipícaro, un antihéroe, aquí estamos de nuevo en la negación). Fracasa en todo lo que se propone, lo mismo siendo cura, que jugador de gallos, que torero, hasta guerrillero (cuando se mete a hacer la guerrilla, vuelve a fracasar). El proceso de una revolución y, en general, de los cambios progresivos en el mundo, en buena medida son producto de sucesivos fracasos. El personaje más importante en nuestra época era el guerrillero (estamos hablando de los años sesenta, cuando los cambios en América Latina no se vislumbraban de otra manera que no fuera a través del enfrentamiento armado).

Leí la novela de Feijóo, me gustó mucho y decidí hacer una adaptación convencido de que Juan Quinquín significaba para mí la posibilidad de hacer al fin una película (era mi tercer filme) en la forma en que a mí me interesaba expresarme cinematográficamente. Tomé a este personaje, que era el de mayor dimensión épica en estos momentos, y decidí situarlo en un género menor, y no hacer de su vida una epopeya como, se supone, se les reserva a los grandes héroes. De manera que mi personaje es un pícaro pero no es un pícaro, es un héroe pero no es un héroe, y la película es de aventuras pero no es de aventuras. No sé por qué siempre he tenido un acercamiento mayor a los fracasados que a los triunfadores. En un mundo donde triunfar significa acomodarse y no rebelarse jamás, me parecía que lo importante no era hacer la vida de los triunfadores, sino la de los fracasados. Algún día serán estos los verdaderos triunfadores.2

El cine imperfecto… Tiene muchas connotaciones ese adjetivo. Una de ellas es justamente el no seguir un camino que me lleve a una perfección de la opción dramatúrgica al uso, es decir, que siga la forma tradicional de ver el cine. Hay que cuestionar el cine, y creo que uno, en tanto que cineasta, tiene la obligación de hacer una propuesta de cómo ver el cine. La gente va al cine a ver el cine y tú le haces una propuesta de cómo verlo. Normalmente no se cuestiona la herencia que se recibe, en el mejor de los casos solo se trata de cuestionar el punto de vista sobre la realidad. Lo que propuse fue una manera distinta de ver el cine, que era una manera también distinta de ver la realidad. ¿Qué negaba yo? Negaba la herencia de los géneros populares que han gestado y desarrollado fundamentalmente los americanos, al mismo tiempo que sentí la necesidad de referirme y apoyarme en ellos, porque han sido géneros de grandes vasos comunicantes con el espectador, han logrado una comunicación a nivel popular; estos géneros, en un principio, fueron de un gran potencial artístico, después, por millones de razones que no es ahora el caso mencionar, se fueron convirtiendo en una rutina, en una fórmula, en un esquema, en una manera complaciente de relacionarse con una historia ficticia. El personaje que yo iba a tratar, Juan Quinquín, rescataba en la realidad el concepto de aventura, concepto que siempre ha sido utilizado en forma peyorativa: un aventurero casi nunca es un héroe. Se puede decir –Mirta Aguirre lo decía en su ensayo sobre Don Quijote– que la diferencia entre un aventurero y un héroe es que el héroe es héroe independientemente de que triunfe o no, mientras que el aventurero para tener un resultado tiene que triunfar. Puede ser esto más o menos cercano a la verdad, pero el hecho cierto es que aventura y aventurero son todavía hoy palabras malditas, actitudes negativas. Sin embargo, por otra parte, veía que en la realidad estábamos rescatando una cosa tan bonita como la aventura y como ser aventurero. La Sierra Maestra era una gran aventura, los movimientos revolucionarios que estaban teniendo lugar en América Latina eran grandes aventuras, y sus protagonistas, extraordinarios aventureros. ¿Y qué género utilizar para contar estos que veía? Pues, ese género de aventura, ese género popular que está relacionado con las películas de capa y espada, con el wéstern. En ese terreno me parecía que debíamos situar a nuestro héroe, lo que en definitiva era ser más consecuente con la realidad y con el cine. De todas maneras, para algunos el filme resultaba entonces una herejía.

1Ibídem, pp. 71-72 [se cita por la edición cubana].

2Ibídem, pp. 84-85.

Tomado del libro Aventuras de Juan Quin Quin. Guion de Julio García-Espinosa. (Publicado originalmente por New England Latin American Film Festival, Rhode Island, 1997, y por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello y Ediciones ICAIC, La Habana, 2004).