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Crónica de un hombre feliz
Una de las sorpresas que el Festival Internacional de Cine de Gibara trajo a la Villa Blanca de los Cangrejos fue la presencia del reconocido actor Imanol Arias. Durante los días de Festival anduvo por las calles como un lugareño más, siempre feliz y homenajeando al inolvidable Solás. De hecho, durante el panel inaugural, Los premios Lucía y la obra de Humberto Solás, el español contó sobre su relación con ese cineasta de cabello blanco, al que llamó “el hombre más bello que he conocido en mi vida”, y su trabajo en el antológico filme Cecilia (1982).
“Voy a intentar ser breve, pero siendo un poco machadiano, puedo decir que mi juventud son recuerdos de un primer vuelo en Cubana de Aviación que echaba humo por el techo, mientras leía un guion de muchísimas páginas que me dio un hombre de pelo blanco en un teatro en Madrid, la primera vez que yo tuve una compañía, con un director inglés de la Royal Shakespeare. Interpretaba Sueño de una noche de verano. Pero ahí se cumplió el sueño de una noche de verano más grande en mi vida: empezar en el cine”. Así comenzó Arias su charla, que arrancaría a los presentes aplausos y risas.
“Ese hombre de pelo blanco vino y me propuso la posibilidad de viajar a Cuba. Abandoné la compañía, en pleno éxito, y me embarqué en ese viaje largo. De tal forma que llegué una mañana nubosa, llena de humedad —que me abrazó, me abofeteó, me envolvió y me enloqueció para siempre— al aeropuerto José Martí, y al hotel Habana Libre, donde se había dispuesto una planta, una habitación, cerca de habitaciones de personajes muy importantes para que me sintiera como en casa”, continuó.
Según Arias, al principio opuso un poco de resistencia para trabajar en la película por no sentirse bien preparado.
“Por la tarde, paseando por la Plaza de la Catedral, mientras Humberto me contaba todas las construcciones que se estaban haciendo allí, le dije —todavía le trataba de ‘usted’—: ‘Humberto, si usted lo considera, creo que no estoy adecuadamente preparado para hacer esta película’. Humberto sonrió, prendió un cigarro sin filtro, —yo no entiendo mucho, pero creo que es el hombre más bello que he conocido en mi vida. Y el hombre que fumaba de la manera más bella que he conocido en mi vida—, y me dijo: ‘No solamente no vas a dejar la película. Déjame que te diga que a partir de ahora tú eres Yemayá, hijo, y a partir de ahora tu vida va a cambiar radicalmente. Vas a hacer mi película, y solo vas a hacer cine, prácticamente, de aquí hasta que te mueras”.
También se refirió el conocido actor al tema del color de su piel en el filme. Quienes han visto Cecilia no olvidan la palidez de Leonardo.
“¿Por qué éramos tan blancos en la película, pues muy sencillo. La aportación española era la mía, dinero, y otro actor. Además, trajeron un gran generador eléctrico, y el material Eastman Color. Ahí vino el asunto.
Durante ese mes, de vez en cuando, metían codas de la película, material para ir viendo la luz y todo eso. Llegó el material fílmico, pero no los líquidos de revelado. Ese material Eastman Color se iba revelando con el Geva Color, y siempre quedaba oscuro. Por lo tanto, cada día nos iban aportando una capa de blanco más, otra capa de blanco más, otra capa de blanco más, de tal forma que la película tuvo dos visiones: la visión en Cuba, que era una película con el Geva Color, con los líquidos normales, y la visión en el extranjero, que aparte de la potencia de la película, los críticos occidentales le dieron una lectura de kabuki casi, es decir, de trama, de visión de kabuki, de visión dramática japonesa sobre la cultura cubana. En Portugal fue un escándalo de éxito esa película, por ejemplo. En España no entendía nadie nada. Creían que era la historia de un vampiro. Claro, los gallegos nunca iban a reconocer su maldad, por lo tanto, decían: no, esta es una historia de vampiros que ha hecho este muchacho, que dicen que es actor”.
“Y era porque nos confundimos con el revelado, y sobre todo por la generosidad de estar todo un equipo de filmación, el equipo más grande posiblemente que se haya juntado nunca en Cuba, porque, además, durante los ensayos estaba Titón, estaba todo el mundo. Nunca se había hecho un dispendio de montar un mes de rodaje sin película para que el muchacho gallego que había venido tuviera la más mínima noción de cómo colocarse en la cámara, de qué hacer, y de cómo amar”.
Durante el rodaje del filme, Arias entabló amistad con la coprotagonista, el rostro del cine cubano, Daysi Granados. Uno de los momentos más simpáticos del conversatorio fue la anécdota que contó sobre ella:
“Daysi tenía problemas de peso en aquel momento. Sin embargo, era la Cecilia ideal. Así que de vez en cuando la encerraban en el hotel Habana Libre unos días, para que adelgazara, y la ponían en una habitación cercana a la mía. Tenía una habitación con un salón, y había otra habitación al lado, y ahí encerraban a Daysi, y ponían a un tipo cuidándola.
“Por la tarde, Daysi siempre me llamaba por teléfono y me decía: ‘Bájate a Coppelia, y sube ocho o diez bolas de helado de diferentes sabores’. El gallego bajaba a Coppelia. Allí decían: ‘¡Cómo le gusta al gallego el helado de Coppelia! Coño, qué cubano es este gallego’. Yo bajaba, subía las bolitas y las metía en la nevera de la suite. A las dos de la mañana, el hombre, que pensaba que Daysi estaba dormida, se retiraba. Y al notarlo Daysi, —lo digo con todo el amor pues lo he comentado muchas veces—, entraba en mi suite. Siempre me decía: ‘¡Pero qué flaco estás!’, iba a la nevera y se zampaba las ocho bolas en 32 segundos. Quedaba otra complicación: ¿Qué hacer con las copitas de cristal para que no se dieran cuenta?
“Entonces había una terracita, que no era un balcón, era una especie de tejadito, saliente, y yo las iba tirando allí, rompiendo las copas. Monté una cristalería que no veas. Hasta que un día el director del hotel me dijo: ‘Mire, señor Arias, no tire más copas a la terracita, yo le voy a dar una jabita de plástico azul. Usted me las mete ahí y yo se las recojo a la señora, pero no me tire más copitas porque va a acabar con todas las copas de Coppelia. En Cuba no hay tantas copas para romper’. Así y todo, Daysi consiguió adelgazar por las ganas que tenía de rodar”.
A otra grande del cine cubano también se refirió Arias con otra anécdota:
“Daysi se ponía celosa cuando yo besaba al personaje de Eslinda, y entonces competían. Y me fascinaba Eslinda y me fascinaba Daysi. Tenía 24 años y estaba como un idiota. Pensé que era Marlon Brando, pensé que era Alain Delon, porque, además, siempre me decía Humberto: ‘Tú eres como Alain Delon’, y yo me lo creí. Entonces en el día de la bañera con Daysi, viene Eslinda y yo me levanto con mi calzón, le doy un beso y Daysi, que no quería salir de la espuma, dijo: ‘Óyeme, óyeme’. Entonces me hicieron creer que era Alain Delon, y eso ha marcado mi vida. Porque no he llegado a ser Alain Delon, pero he llegado a ser Imanol Arias por estas dos mujeres”.
Al final de la charla, Arias comentó sobre la alegría de estar en Gibara:
“Para terminar, decir que vengo con mucho retardo a esta ciudad. Que tenía que haber estado aquí hace tiempo. El tiempo es relativo. El tiempo pasa lento para el que deba algo. Pasa muy rápido para el que tiene miedo. Es largo para el que tiene vergüenza. Y es muy corto para el que es feliz. Por lo tanto, este tiempo largo en que no he venido se me ha hecho muy corto, porque hoy soy muy feliz”.