NOTICIA
De las tablas a la pantalla
El teatro tiene más de dos mil quinientos años de existencia y sus medios de expresión son inagotables. El cine apenas rebasa un siglo, pero con sus ilimitadas posibilidades y su mayor aproximación a la realidad, ha cambiado nuestro modo de pensar al incrementar en gran medida nuestra capacidad imaginativa. El séptimo arte ha aprendido mucho de Stanislavski, y se ha beneficiado grandemente con las experiencias de otros teatristas, tanto como el teatro moderno necesita a Eisenstein. No es la interpenetración lo que amenaza las cualidades específicas del teatro y del cine, sino la chabacanería y los remedos carentes de imaginación. No obstante, existen cineastas que con sus tentativas de recreación de una obra teatral en la pantalla han dado muestras de verdadero talento.
El ciclo que ha programado especialmente la Cinemateca de Cuba paralelamente a la décimo sexta edición del Festival Internacional de Teatro de La Habana, abarca una selección de filmes que ilustran distintas vías de traslación del teatro al cine, como en algunos casos las interioridades del arte de Shakespeare y Héctor Quintero. Este conjunto de títulos incluye varios de estreno absoluto en Cuba. Advertimos a los espectadores que la extensa duración de algunos de estos filmes nos obliga en algunos días a ofrecer una sola de las dos funciones habituales.
Seleccionamos para inaugurar La muerte de un viajante (1972), la versión que sobre ese clásico del teatro norteamericano, por conmemorarse el centenario del natalicio de su autor, el célebre dramaturgo Arthur Miller, que se celebra el 17 de octubre. A la dramaturgia cubana la Cinemateca rinde homenaje a través del espacio Ojeada en el cine cubano el martes 27 en las funciones de 5:00 y 8:00 p.m. a Eugenio Hernández Espinosa, el autor cubano más filmado con la exhibición de La inútil muerte de mi socio Manolo (1989), realizada por Julio García Espinosa, y María Antonia (1990), de Sergio Giral.
La inútil muerte de mi socio Manolo (1989), de Julio García Espinosa
Otros autores presentes en este ciclo son: el trágico poeta griego de la antigüedad Eurípides con una adaptación de Las troyanas por su coterráneo Cacoyannis; el dramaturgo y poeta isabelino Christopher Marlowe (1564-1593), con una versión fílmica de Doctor Fausto; William Shakespeare (1564-1616), del que se incluyen versiones de sus tragedias Julio César y Romeo y Julieta; John Ford (1586-1639), perteneciente a la última etapa del período isabelino, creador del clásico Lástima que seas una puta, rodado con el título Adiós, hermano cruel (1972), por el italiano Giuseppe Patroni Griffi; el sueco August Strindberg (1849-1912) con otra adaptación de su clásica pieza La señorita Julia, dirigida por la gran actriz noruega Liv Ullman, una de las musas del gran Ingmar Bergman; el novelista y dramaturgo italiano Luigi Pirandello (1867-1936), con una brillante versión de su Enrique IV; los estadounidenses Eugene O’Neill (1888-1953) con la aproximación cinematográfica por Sidney Lumet a su Viaje de un largo día hacia la noche; Maxwell Anderson (1888-1959) con el drama histórico Ana de los mil días; Tennessee Wiliams (1911-1983), con una de las versiones de Un tranvía llamado deseo, filmada en 1995 para lucimiento de la pareja Jessica Lange-Alec Baldwin en los roles de Blanche Dubois y Stanley Kowalski; y el prolífico escritor, guionista y productor Neil Simon, autor de la deliciosa comedia La chica del adiós.
El cineasta norteamericano Joseph Losey, también hombre de teatro y espléndido director de actores, nos legó una personal puesta en cámara del Galileo del alemán Bertolt Brecht (1898-1956). El italiano Vittorio de Sica filmó su versión de Los secuestrados de Altona, una obra en la que el filósofo, escritor, novelista, dramaturgo y activista político francés Jean-Paul Sartre (1905-1980), plasmó sus inquietudes sobre el nazismo. El soviético Nikita Mijalkov volvió a interesarle un texto teatral, Conversaciones sin testigos de Sofia Prokofieva, que adaptó junto a ella para otro magistral estallido de emociones. Peter Yates proporcionó una batalla campal a los dos actores protagónicos de El vestidor, sobre la obra del británico Ronald Harwood, también exitoso guionista. Ellos se encargaron de asumir la relación enfermiza y despótica entre un veterano actor y su asistente o vestuarista.
A otro gran realizador, el germano Volker Schlöndorff, que fue capaz de transcribir la prosa de Günther Grass en El tambor de hojalata, le interesó aproximarse a la recreación por el dramaturgo francés Cyril Gély en la pieza Diplomacia, de una maniobra que evitó la destrucción de París por los nazis ante la ofensiva y el cerco de las tropas norteamericanas.
Una rareza en este ciclo -que recomendados con fervor a los teatristas-, es Mi cena con André (1981), en la cual el célebre cineasta francés Louis Malle, quien abordó el mundo del teatro tras las bambalinas en Vania en la calle 42 (1994), donde una compañía ensaya El tío Vania, de Chéjov en un deteriorado local neoyorquino, vuelve a interesarse en el universo del teatro. Esta vez se atrevió a filma el diálogo de dos actores que se reencuentran en un restaurant neoyorquino y reflexionan sobre su oficio a partir de sus respectivas experiencias sobre las tablas y en la vida diaria. Es un verdadero tour de forcé que todo el tiempo es teatro sin dejar de ser una sorprendente lección de cine que fuera incluida por la prestigiosa publicación International Film Guide entre las diez mejores películas producidas en el período 1981-1982.
(15-21/ 10/ 2015)