NOTICIA
Descartes de Palmiche
Mi hermano Elpidio Valdés y Valdés nació seis años antes que yo y no supe que teníamos el mismo padre hasta que cumplí los cinco. Como todos los niños que me rodeaban, Elpidio era para mí un ídolo de revistas y películas y solo descubrí nuestros lazos de tinta cuando un día vi en la mesa del comedor una gran cartulina blanca con un Elpidio a lápiz que decía “Eso habría que verlo, compay”.
Me resultó sospechoso dicho material y cuando a medianoche mi papá comenzó a trabajar (lo hacía a esa hora porque para poder abrir la puerta del refrigerador había que plegar su mesa de dibujo), lo espié entintando los dibujos. Me acosté frustrado porque hasta ese momento pensaba que quien dibujaba al famoso héroe era mi tío Ernesto, que lo hacía mejor y nunca me regañaba por nada.
Tiempo después, un sábado cualquiera, entré a mi casa y me encontré a mi padre pensativo frente a una cartulina en blanco. Le pregunté qué pasaba y me dijo que tenía que hacer unas páginas para una revista y que no se le ocurría nada. Me fui molesto al verlo abatido ante tan sencilla cuestión; y entonces escribí rápidamente algunas ideas en una hoja de libreta y se las entregué. Por supuesto, de una de mis ideas salió una historieta para Zunzún y para probarlo a mis amigos, en una esquinita de la página impresa estaba mi nombre y podía decir:
– ¡Psss, yo soy uno de los que hace los guiones de Elpidio Valdés!
A partir de mi nuevo rango, mi padre me llevaba a las grabaciones de voces con los actores, a las discusiones familiares de guiones, a la planificación de la animación, a la edición y grabaciones de la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por un hombre muy exigente que se enfurecía cuando se colaba el ruido exterior en el estudio.
Además de mis obligaciones como guionista y asesor infantil, colaboraba yendo a comprar pizzetas que transportaba en latas de película, mientras otros compañeros grababan hasta la madrugada ayudados por mis atinados comentarios o exclamaciones. Luego dejé de asistir a las grabaciones, solo iba a mezclas finales ya que no corría riesgo de ser agredido por los sonidistas.
Penetrar en aquel mundo me convenció de que Elpidio era de mi familia. Algunos provocadores no sabían lo que les esperaba cuando decían con malicia que Elpidio era un cobardón que mandaba la tropa delante y se quedaba detrás escondido, que su valentía era cuento de camino. Varios dibujantes recibieron patadas, mordidas o probaron el planazo de mis machetes de madera. Mi nuevo nombre en tiempo de guerra fue Ian Elpidio Valdés Padrón pero en los estudios de animación se me bautizó como Palmiche, lo cual debo reconocer me molestó, recondenó e indignó bastante.
Años más tarde, decidí estudiar Dirección de Cine, y a punto de terminar la carrera en el Instituto Superior de Arte me presenté a una convocatoria de documentales del ICAIC con un proyecto sobre la historia e importancia de Elpidio para la historieta y el cine cubano. El jurado consideró que la cercanía con el personaje no era impedimento y de ahí surgió un documental titulado Eso habría que verlo, compay.
Comenzó así una nueva investigación rigurosa entrevistando a colaboradores, amigos, historiadores, animadores, realizadores y personalidades de la cultura cubana actual; buscando pistas en los archivos familiares, atando cabos entre mis recuerdos y la historia real de estos casi 30 años de Elpidio. El resultado de mis pesquisas fueron 25 casetes filmados de entrevistas, fragmentos de películas, fotos y opiniones en la calle. Todo no cupo en este documental de 26 minutos y estos son algunos de los descartes más llamativos.
(Tomado de Revista Cine Cubano, no. 145)