Décima

El cine, décima musa...

Jue, 10/10/2024

Texto escrito por Alejo Carpentier

 

Decir que se prefiere el cine a cierta clase de teatro pasa todavía a los ojos de muchos con una graciosa boutade , lanzada como el deseo más o menos manifiesto de << epatar >> a alguien.

La equivocación parte del concepto errado de que un género ha de ser necesariamente superior a otro y que mostrar una decidida predilección por el << séptimo arte >> equivale a hacer traición, en bloque, a toda la tradicional y respetable producción escénica. Desde la aplicación reciente de los considerables adelantos técnicos adquiridos por la cinematografía en los estudios americanos, nada tiende a divergir más, en fines y estética, que el teatro y el cine: mientras que el primero es relativamente << estático >>, el segundo , dominado por la rapidez, tiende cada vez más a esquematizar y en utilizar medios de expresión que en vano intentaríamos llevar a las tablas.

La gran superioridad de la cinematografía americana sobre la mayor parte de la europea, es debido sobre todo a que los directores yanquis no consideran la pantalla como un teatro inferior y casi caricaturesco, si cabe. Mientras las firmas francesas andan a caza de estrellas de la Comédie Français y hasta cantantes de la Ópera para interpretar películas , los estudios de California albergan artistas especializados, adiestrados para la pantalla, poseedores de una mímica poderosa y versados ​​en los menores secretos de la cámara. .

El alto valor de Chaplin, lo que hace de él uno de los máximos artistas del momento, es su talento de mímico por excelencia. Ese maravilloso payaso , que ha satirizado toda la humana tragedia de la << miseria que quiere ser decente >> es un tipo caricaturesco; Ese creador de una silueta tan dolorosa en el fondo como una comedia de Courteline, no mueve los labios, no habla jamás en la pantalla. Toda su elocuencia, toda su comicidad vive en la justeza de sus gestos. Chaplin es, pues, el prototipo del artista que adquirirá cada vez más importancia en un arte que se aleja de la escena a pasos agigantados.

Por otra parte, la simpatía cada vez mayor que siente el público de hoy por el cinematógrafo es completamente lógica. En el fondo el espectador percibe un acuerdo perfecto establecido entre la estética de ese arte nuevo y sus actuales condiciones de vida. La velocidad, que rige todopoderosa y tiránica nuestros menores actos cotidianos, impera con toda su intensidad en la pantalla, por donde desfilan, en menos de dos horas, centenares de escenas, multitud de lugares e infinidad de expresiones. La visión casi sincrónica del cinematógrafo, es la de una época en que se nos obliga a tener el cerebro tallado en ojo de mosca, y dotado de cierto poder de simultaneidad.

Además, nos es íntimamente grato ese espectáculo de donde todo es perfecto, calculado, donde nada se deja al azar, y que nos lleva en algunos segundos, con la mayor naturalidad, desde una aldea típica al tope de un rascacielos.

Pero donde radica tal vez la mayor fuerza del cine, tendiendo al hacerlo a un arte cinematográfico original y único, es en las Múltiples posibilidades del <<truco>>. La cámara ha tenido ya el poder de hacernos percibir sensaciones inéditas y no despojadas de valor estético. Hay cierta belleza rara pero poderosa en el espectáculo que nos ofrece, por ejemplo, el salto de un caballo o la caída de un cuerpo tomado al ralentí ; el crecimiento instantáneo de una planta; la zambullida << al revés >> de un nadador; el tráfico de una calle retrocediendo o adelantando con una lentitud absurda… Hay además de esto interesantísimos perfeccionamientos fotográficos, disociaciones de imágenes, fusiones, desapariciones.

Esto se une a una puesta en escena cada vez más hábil, establecida en colaboración de talentosos artistas, con la cual se obtienen maravillosos efectos fotográficos como los que admiramos en El bandido de Bagdad y en Múltiples producciones de Griffith.

Glorificación del artificio, el cinematógrafo debe cortar todos los vínculos que aún tienden a unirlo al teatro. Mientras el teatro es arte, como lo decía antes, << estático >>, de efectos previstos, de límites marcados, el cine inicia actualmente la persecución de una nueva técnica, en la cual ninguno de los recursos maravillosos e inagotables del artificio debe ser excluidos.

He aquí por qué, estéticamente mirado, considera al cine, arte joven, arte de la << décima musa >> como lo llamó Cocteau, mucho más interesante que el teatro malo.

Pero ¿y el teatro bueno? Me diréis… El teatro bueno pertenece a un género tan distinto al cinematógrafo, que afirmar una preferencia por uno a favor de otro, es demostrar que no se comprende ni uno ni otro. Son dos cosas situadas en planos diversos.

El País. La Habana, 3 de julio de 1925

 

     Texto extraído del libro “El Cine, décima musa”. Compilado por Salvador Arias

     Selección para la Jornada de la Cultura Cubana 2024 de Daryel Hernández