NOTICIA
“El crítico también es una sucesión impredecible de muchos Yo” (parte I)
En su texto “Para qué sirve un diálogo”, presente en su más reciente volumen El suicidio de la sabiduría (Notas sobre cultura audiovisual, tecnologías digitales y creatividad), Juan Antonio García Borrero, “Juani”, (Camagüey, 1964), nos recuerda: “Lo que Diego y David nos ofrecieron desde hace años en Fresa y chocolate fue una clase de buena conversación, de diálogo inteligente y productivo. Y la prueba más contundente que tengo es que, minutos después de haberla visto, ya nunca más fui el mismo”. Así sucede cuando leemos uno de sus textos cortos o volúmenes como La edad de la herejía (2004) y Otras maneras de pensar el cine cubano (2009).
Juani es uno de los escritores sobre cine y uno de los pensadores culturales más productivos de toda Cuba. Escribe claro y bonito. Este segundo mote es muy menospreciado pero, a las claras, más pretendido que alcanzado por los críticos de cine. Amén de sus títulos más reconocibles, es un gran promotor dentro y fuera del país. De ahí que haya sido seleccionado en varias ocasiones para figurar como jurado en distintos festivales del mundo (España, Perú, La Habana, Chile).
De los reconocimientos que ostenta, merece recordarse que ha sido el primer colega de profesión en obtener en tres ocasiones el Premio Nacional de la Crítica Literaria por libros acerca del cine.
García Borrero posee, además, uno de los blog más notables del país, donde no teme ni reproducir por escrito voces de la crítica de cine o el pensamiento en Cuba.
Se une al diálogo quien, acertadamente, ha escrito: “Insisto en que una película no cambia la realidad, pero sí puede contribuir a que uno cambie frente a ella, y ya de paso ayudarnos a ser mejores personas”.
Cuando era estudiante de Historia del Arte escuché que cuando un crítico de cine concursaba en el Premio Caracol en el apartado de Ensayo e Investigación y sabía que tú participabas, surgía la duda de si mantenerse en el concurso o retirarse. De hecho, Juani, los has alcanzado en ocho ocasiones. Pudiera decirse que es el Óscar de los críticos de cine en Cuba. Sin embargo, soy de los que piensa que un premio así debería ser del nivel del Guy Pérez-Cisneros, pues sigue siendo algo dependiente de un premio plural que, siento, lo eclipsa bastante. ¿Qué piensas?
No conocía esa anécdota que cuentas, y me parece un poco exagerada. De todos modos, a estas alturas de mi vida tengo mis propias impresiones de los premios. No es que no me interesen ya. Sirven para concederle visibilidad al trabajo que uno ha realizado, y económicamente te ayudan, pero obtenerlos depende de muchos factores, y no siempre es la calidad del texto lo que termina imponiéndose. Digamos que he tenido bastante suerte con los premios a pesar de que la mayoría de esos ensayos se han planteado poner bajo sospecha lo que tradicionalmente se defiende. Y creo que sí, que ya es hora de que se convoque en Cuba un premio que tome en cuenta las posibles excelencias del ojo crítico en el terreno audiovisual.
Por supuesto que es importante resaltar el conjunto de producciones audiovisuales, como lo hace el Caracol, pero si no logramos construir un cuerpo de ideas que contribuyan a dinamizar toda esa producción a través de los debates sistemáticos, y que estimulen la reflexión de largo alcance (no solo las crónicas de ocasión), pues entonces correríamos el peligro de seguir consolidando esa tendencia autista que tiende a separar de modo drástico a creadores y críticos, cada uno de ellos enfocados en su propio mundo interior, divorciados por completo de una realidad que a la larga nos hospeda a todos, sin distinciones profesionales.
Historiador, analista, crítico… ¿Cómo te concibes?
Es que precisamente a lo que me opongo es a ponerme etiquetas definitivas. Hace unos días me sorprendí reaccionando de una manera que desconcertó a la persona que hablaba conmigo. No podría precisar ahora cuál era el tema de nuestra conversación, pero recuerdo que en algún momento me dice: “Porque ustedes los críticos…”, y a mí me salió aquello de “yo no soy crítico, yo soy un espectador…”.
Puede parecer una boutade, pero ahora mismo me siento bastante distanciado de aquella persona que empezó en este giro escribiendo reseñas en las que le dictaba de modo autoritario a la gente si una película era buena, regular, o mala (como si para la gente eso fuera realmente necesario).
Y no es que esté quitándole importancia al ejercicio crítico, todo lo contrario. Vivimos en una época donde se corre el riesgo de asumir el “vale todo” como una norma, y yo me opongo a eso: hay que aprender a jerarquizar. Por tanto, necesitamos cada día más de una crítica lúcida, rigurosa. Pero de la misma manera que el cine se ha transformado, así también tiene que transformarse la crítica que examina al cine. Y necesitamos sustituir el dominio de las opiniones con el pensamiento crítico, que es otra cosa. El pensamiento crítico no es exclusivo de un gremio, sino que toda persona (sea realizador, crítico, o espectador) puede cultivarlo en sus propios jardines del saber.
Soy partidario de que aquel que tenga la capacidad y la practique firme como crítico cultural. En tu más reciente libro El suicidio de la sabiduría… estableces diferencias entre el crítico y analista culturales. Para ti, el segundo tiene más ventajas que el primero. Permíteme citar el siguiente fragmento: «El analista cultural, a diferencia del crítico, necesita del debate sistemático para corregir o enriquecer sus apreciaciones, y siempre estará mirado el futuro. Y mientras el crítico se empeña en anular a sus contrarios desde su trinchera, el analista aspira a la crítica dialógica, y como cuatro ojos ven más que dos, sus argumentos suelen ser más enérgicos, más trascendentes que los del crítico tradicional».
¿No te parece que el crítico de cine vigoroso en lenguaje e ideas, ya sea de ayer o de hoy, no ha tendido, por lo general, a esa proyección dialógica que le reclamas e incluso cuando de “construir conocimientos que sirvan en un futuro” se trata?
Mi primer ensayo más o menos legible se tituló Por una crítica imperfecta, y fue el texto que dejó inaugurado el Primer Taller Nacional de Crítica Cinematográfica allá en el lejano 1993. No me preguntes por qué, en tanto no recuerdo las causas, pero curiosamente no salió publicado en las Memorias de aquel evento fundacional; aunque, más paradójico aún, ese mismo año me dio la posibilidad de ganar el primer Caracol.
Yo no tenía mucha conciencia entonces de lo que ahora me parece más claro, es decir, la necesidad de que la crítica ayude a construir puentes, en vez de levantar muros donde se refugian los entendidos y fomentan eso que otras veces he llamado “la dictadura de los críticos”. He escrito varias veces de eso y algunos colegas lo han interpretado como una suerte de ataque sistemático a las prácticas del grupo, pero para ser honesto, en todo momento he estado pensando en mí, en los modos en que me apropio como espectador de lo percibido (una película, una lectura, etc.) y lo devuelvo en forma de crítica.
Lo ideal sería que los críticos estuviésemos confrontando de modo permanente todas esas ideas que defendemos, porque esa sería la base de un aprendizaje que, como en la vida misma, no cesa. Pero no sucede así porque nos hemos acostumbrado al monólogo, a la defensa de nuestro punto de vista como si se tratara el principio y fin de la Historia. Ante esa realidad, muchas veces he decidido dialogar y polemizar conmigo mismo. Después de todo, “el crítico” también es una sucesión impredecible de muchos “Yo”.
(Foto tomada del perfil de Facebook del entrevistado)