NOTICIA
El hombre de Maisinicú
El estreno de El hombre de Maisinicú, primer largometraje realizado por Manuel Pérez, marca sin duda un suceso de importancia para la cinematografía cubana.
El filme narra un dramático y heroico trabajo de infiltración realizado por la seguridad contra las bandas contrarrevolucionarias que se movían en la Sierra del Escambray durante la primera mitad de la década del sesenta. El trabajo, llevado a cabo por el exsoldado rebelde Alberto Delgado, representó una de las más audaces acciones emprendidas contra los enemigos de la Revolución que operaban en la zona central da la Isla.
El hombre de Maisinicú narra la historia de esa operación, ciñéndose austeramente a la realidad de que parte, aunque estilísticamente el filme está resuelto en su totalidad a base de un tratamiento ficción.
Encarar un tema que requiere, obviamente, un gran poder de convencimiento en su resultado final sin utilizar los recursos específicamente documentales (entrevistas, materiales de archivo etc.) representaba, sin duda, un reto para Manuel Pérez y el equipo que tenía a su cargo la realización del filme.
El hombre de Maisinicú es una respuesta altamente satisfactoria a ese reto. Utilizando los recursos del cine de ficción (reconstrucción recreada de los hechos, trabajo de actores en toda la película; escenografía, maquillaje, vestuario, usados en de una puesta en escena) el filme logra una poderosa capacidad de convencimiento: revela, en toda su crudeza las violentas manifestaciones de la lucha de clases que marcaron aquellos años y cantidad de tesón, sacrificio y heroísmo que la Revolución desplegó para salir victoriosa de esas confrontaciones vitales.
El filme logra esa capacidad de convencimiento de participación en su relación con el espectador a través, sin duda, de diversos aciertos, a largo de su realización. Es posible señalar, entre ellos, algunos que se encuentran entre los más importantes.
La estructura de la película, sólidamente sustentada por un guion que sintetizó los múltiples episodios y detalles de esta operación, sirve con eficacia al objetivo de mostrar una imagen vívida y emocionante a la vez que reveladora de los mecanismos históricos y sociales que sirvieron de marco a la labor de infiltración de Alberto Delgado. Aunque el filme, como se ha dicho más arriba, no utiliza los recursos estilísticos propios del documental, es visible, sin embargo, una voluntad documentalística, testimonial, que surge desde la selección misma e incluye hasta la manera en que la estructura desarrolla la historia y vincula armónicamente los distintos aspectos que la componen. Esa voluntad testimonial no solamente presente en sus momentos más explícitos como lo son aquellos en que se utilizan narradores, sino aún en otros menos ostensibles, como la sólida construcción del carácter de Alberto colabora también a dotar el filme de un riguroso enfoque social a histórico que refuerza, desde sus inicios, al poder de convencimiento que logra la película.
A estos factores se suman otros de paralela importancia. La calidad de las actuaciones y la riqueza da las ambientaciones son el elementos destacados en ese conjunto.
Por las características contenidas en el guion, señaladas más arriba, se hacía un nivel general de actuaciones que fuera capaz de comunicar el carácter brutal da la violencia contrarrevolucionaria en el Escambray y la manera en que el personaje central, Alberto Delgado, aprovecha las circunstancias existentes para realizar un complejísimo trabajo de infiltración.
La actuación de Sergio Corrieri, encarnando a Alberto, se sitúa entre las más notables del cine cubano. Incluso, por el carácter del personaje, nos encontramos ante una actuación totalmente nueva. Nueva para Corrieri cuyos mejores trabajos anteriores se sintetizaban en el personaje de clase media atormentado por crisis de conciencia, y también, en otra medida, para el cine cubano que inaugura con este filme y este personaje un nuevo camino de desarrollo.
La actuación de Corrieri sobre la que descansa fundamentalmente la acción se encuentra valiosamente secundada por las de Reinaldo Miravalles, Adolfo Llauradó y Raúl Pomares, que encarnaron los jefes de las tres bandas contrarrevolucionarias que fueron penetradas por Alberto Delgado. A ese excelente conjunto de actuaciones se une una convincente ambientación general. Sin estridencias ni vacilaciones se ha construido en el filme la atmósfera tensa y violenta originada por las acciones criminales da las bandas; la imagen física de los que representaban los papeles de integrantes de banda colabora también a esa eficaz ambientación general, elemento importante para uno de los objetivos del filme revelar las condiciones y los rasgos distintivos de aquella lucha.
Si Viva la república y Girón, recientes largometrajes estrenados por el ICAIC, abrían dos caminos diferentes y parejamente eficaces para profundizar en momentos de nuestra historia y revelar los mecanismos que han hecho posibles las victorias revolucionarias, El hombre de Maisinicú se suma, con semejante voluntad de apertura y diferente tratamiento estilístico, a esos intentos documentales.
Con orígenes y voluntad testimoniales, este filme es un ejemplo de cómo la ficción ha podido penetrar y revelar en toda su dimensión un complejo y aleccionador hecho contemporáneo. Manuel Pérez, su director, para quien este filme representó la primera incursión en el largometraje, ha concretado con El hombre de Maisinicú la apertura de un camino de ricas posibilidades para el cine cubano, al propio tiempo que la película misma se convierte en un documento artístico que sirve de homenaje a los hombres que, como Alberto Delgado, han defendido e impulsado la Revolución ejerciendo día a día, en silencio, ese doble, victorioso heroísmo.
Tomado de Archivo de la Cinemateca de Cuba.