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El otro Ernesto, guerrillero desconocido
El filme Ernesto, una coproducción de RTV Comercial de Cuba y la productora nipona de Junji Sakamoto, el director, cuenta la historia del boliviano Freddy Maymura (Joe Odagiri), descendiente de inmigrantes japoneses asentados en Bolivia, quien vino a Cuba a cursar estudios de Medicina, pero terminó enrolándose en la guerrilla del Che Guevara. Es el período de la efervescencia emancipadora de los movimientos progresistas de izquierda en el continente latinoamericano, inspirados en el proyecto social de la revolución cubana.
El gobierno de Fidel Castro propició la oportunidad de otorgar becas de estudios a miles de latinoamericanos, quienes muy pronto se convirtieron no solo en simples espectadores de los procesos de transformación social y política que estaban ocurriendo en Cuba, también en promotores entusiastas del involucramiento ideológico que demandaba la extensión de los ideales revolucionarios en América Latina.
El filme de Sakamoto no olvida las particularidades históricas de una etapa convulsa: los atentados terroristas de los Estados Unidos contra Cuba, la invasión por playa Girón, la Crisis de Octubre, y finalmente, la etapa de preparación previa a la inserción de Freddy y el grupo de cubanos que participarán en la guerrilla del Che en Bolivia, a la que el filme le dedica algunos minutos en la parte final. En esa pretensión de fidelidad benedictina a la historia, el guion mistura personajes históricos con los de ficción, mientras se esfuerza en la incorporación de aquellos elementos biográficos más sobresalientes de la vida de Maymura.
¿Qué aspectos tiene en contra esta película necesaria que se involucra dramatúrgicamente en uno de los temas más interesantes de la historia latinoamericana y cubana? El énfasis didáctico del argumento, que parece por momentos convertir la película en una clase ilustrada de historia. En su propósito de acercarnos a la epicidad de un héroe todavía desconocido, cómo no advertir que demasiado acento en sus cualidades morales de joven revolucionario malogra la concepción del personaje, sobre todo por la pretensión del guion de enhebrar en cada escena bocadillos que parecen salidos de un manual de literatura soviética de la gran guerra patria.
No deja de ser interesante esa comprensión altruista del boliviano-japonés, su intransigencia rebelde, que le permitió despojarse de sus intereses personales en favor del bien común, pero los excesos de retórica patriótica laceran la creatividad artística de una película que discurre como un filme testimonio de una época y del legado de un héroe, sin tener en cuenta la hondura psicológica que tanto reclama el espectador para identificarse con mayor acierto en la historia.
Por otro lado, es posible notar los desajustes del punto de vista de la película, que van indistintamente de la heterodiégesis a la voz narradora del personaje, sin que por ello se justifiquen, a los efectos del relato, las mudanzas alternas de la narración; las incongruencias en la caracterización linguoestilística del protagonista en su concepción joven y adulta; el uso no siempre feliz de los efectos visuales y también los desbalances en la dirección de actores.
Algunos airosos: el joven Juan Miguel Valero asume con donosura la personalidad del Che Guevara; Daniel Romero, Luis Manuel Álvarez, Armando Miguel consiguen salir airosos, junto a Enrique Bueno y Giselle Lominchar en sus papeles de estudiantes bolivianos. Lamentablemente, no puedo decir lo mismo del actor que encarna a Fidel Castro.
La dirección de arte se apunta algunos tantos a favor, aunque en lo concerniente a la ambientación de la época asoman varios detalles anacrónicos.
Te digo mi nota: un 3, para un filme que se deja ver.
Lo mejor: el propósito, siempre latente desde el cine, del acercamiento a figuras trascendentales de nuestra historia, cuyo legado todavía resulta desconocido para las actuales generaciones. Se cumple así una deuda de salvaguarda de la memoria histórica.
Lo peor: la ausencia de estremecimiento, el énfasis en el didactismo moralizador que testimonia el epos y no lo aprehende. La clave está, como ya dije, en la ineludible comprensión de que el cine es mucho más que un medio para ilustrar una clase de historia.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 187)