NOTICIA
“El verdugo” de Berlanga
Ha llamado la atención la reciente noticia a propósito de una caja que Luis García Berlanga mandó a guardar en el Banco Central para que se abriera en su centenario. Para sorpresa de muchos, ahí figuraba el guion de iViva Rusia!, el cual hubiera sido la continuación de la saga de la familia Laguineche, conformada por La escopeta nacional (1978), Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982). Distintos objetos hallados destacan por sus sugerencias: un ejemplar de su biografía Berlanga, contra el poder y la gloria y, ojo, un número de la revista Làvant-scéne dedicado a su película El verdugo.
Parece ser que Berlanga tenía en muy alta estima su séptima obra cinematográfica. Y es que El verdugo (1963) está considerado, junto a Bienvenido, Míster Marshall (1953) y Plácido (1961), uno de los mejores largometrajes de todo el cine español. Néstor Almendros la tenía como su segunda película preferida. Otro cubano, Eduardo Manet, escribió en Granma: “El verdugo diríamos que se trata de un cuento moral a la manera de aquellos que hacía Diderot algunas veces y Voltaire casi siempre”. Dos cineastas coterráneos tan diferentes como Fernando Trueba y Álex de la Iglesia sostienen que siguen pasando los años y El verdugo se hace mejor: no pierde su vigencia, su categoría de clásico.
El guion a seis manos (Rafael Azcona, Ennio Flaiano y Berlanga) condiciona desde los inicios del relato una secesión de pullas que, cuando no se verbalizan, terminan confirmándose a través de peripecias ocurrentes. De las primeras se pudieran tener en cuenta las siguientes: “Hace falta respetar al ajusticiado que bastante desgracia tiene” o “Si existe la pena alguien tiene que aplicarla”. Las pronunciadas por Amadeo (José Isbert) vienen a reforzarse con las de José Luis (Nino Manfredi), quien asevera, por ejemplo: “Los que se mueren los domingos deberían meterlos en la cárcel”.
En cuanto a las segundas, la trama tragicómica y de comedia negra tiene inmejorables, como cuando José Luis, junto a su amigo de profesión —ambos empleados de pompas fúnebres— trasladan con apuro a un muerto en su ataúd, mientras a la familia del fallecido se le nota también prisa forzada en una mezcla de tristeza por el cadáver y molestia por el ruido de un avión en la pista de despegue/aterrizaje. Repárese, además, en lo que implica el casamiento humilde de José Luis con Carmen (Emma Penella) con respecto al ocurrido antes. Lo consecutivo es tremendo: el sacerdote de la iglesia procede de inmediato con la lectura del sacramento porque hay un clérigo que empieza a apagar las velas pertenecientes a la anterior boda.
Otro asunto a analizar sería la mujer en el cine de Berlanga, quien aquí es presentada en tres variantes principales: la indiferente hacia el presente (la esposa del amigo de profesión del protagonista), la mandamás (la cuñada de José Luis) y la manipuladora (Carmen). Con frecuencia no se suelen entender entre ellas, pero a veces en una se complementan al menos dos de ellas, como en Carmen: mandamás manipuladora. Luego ella tendrá que reafirmarse en una sola postura o cambiará. Era hiperbólico para aquella época reproducir lo histórico: la ejecución de Pilar Prades Expósito, la “envenenadora de Valencia”. Sea la víctima mujer u hombre, el director está contra la pena de muerte. Es indudable.
Berlanga casi siempre se las ingenió para burlar la censura franquista. Existen muchas maneras de criticar a un régimen político desde adentro. Él evidenció la cerrazón cultural entre los propios españoles de esos años. Recordemos el suceso aparentemente aislado: una chica acompañada del novio, o tal vez de un amigo, ignoran a un escritor “reconocido” que está dispuesto a firmar sus ejemplares. Ella le pregunta por algún libro sobre Bergman o Antonioni y este contesta: “¿Bergman, la actriz?” Estamos en una España que se abre al mundo, intenta hacerlo, por encima de ¿figuras fugaces? ¿Es el desconocimiento por igual de lo viejo y lo nuevo o es que la generación más fresca muestra su apatía adrede por la imposición cultural de ese tiempo?Berlanga sobrepasa las disyuntivas.
Con El verdugo, Luis García Berlanga no pudo ser más sutil y valiente. Las indirectas y el doble sentido, las ironías y evidencias siguen revalidando su inteligencia en una película inolvidable. En el centenario de su nacimiento continúan siendo clásicos (Berlanga y El verdugo) que no conviene ni es posible destronar.