NOTICIA
Estudio sobre los límites del hombre
Silencios, repeticiones y aliteraciones junto a la saturación de blancos y negros dan un toque shakesperiano y apocalíptico a El faro, filme que arrastra al espectador hasta un estado casi onírico. El clima claustrofóbico es rebasado por lo definitivamente táctil de un encierro físico y mental de los dos protagonistas, que entre la pesadilla y la locura son puestos al límite, que como personajes bergmanianos se debaten sometidos a las tiranías del ego.
El director Robert Eggers, quien tuviera como carta de presentación La bruja, película de terror que huía del susto gratuito para crear una atmósfera perversa, ahora nos regala este filme que nos sumergirá en la época en que suceden los hechos (finales del siglo XIX), gracias a su textura y acabado visual.
Robert Pattinson y Willen Dafoe, entregados absolutamente a sus personajes, dan vida al juego perverso que se establece entre un farero y su aprendiz, aislados del resto de la humanidad, quienes a medida que avanza el metraje muestran caras de una misma moneda inmersa en una oscura espiral de autodestrucción.
Sobresale la banda sonora de Mark Korven, fundamental para que la sensación de agobio esté presente desde los primeros momentos.
El faro es una película que posee el poder de fascinación necesario para dejar huellas y hasta llegar a obsesionar.
Una cruda y opresiva pesadilla marítima dentro de lo que se suele llamar cine de autor, que, enriquecida a nivel psicológico y simbólico, propone más de una interpretación probable de lo que en realidad está aconteciendo.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 173)