NOTICIA
Historia de tres Lucía
Para comenzar a hablar de Lucía tenemos que utilizar, en el sentido crítico, el mismo método que se planteó el director Humberto Solás a la hora de realizar este largometraje: Lucía es solo un nombre que, a la vez, es pretexto para unificar las distintas épocas en las historias diversas. Por tanto, las tramas en cada cuento son segmentos unitarios que guardan, aunque parezca paradójico, valores diametralmente opuestos entre sí, lo que crea interrupciones dentro de lo que debían ser las características esenciales de la dirección. El resultado es que hay momentos buenos, otros, excelentes, otros antológicos, otros forzados, otros casuales, otros funestos, y un aspecto general de incoherencia que daña esa primera impresión que nos deja el cuento inicial, la Lucía de 1895, y que hacía intuir una etapa particularmente superior, en cuanto a realización, concepción de una temática fílmica verdadera, dentro de nuestro joven campo de la cinematografía. Por eso es necesario separar este filme como si dijéramos Lu-cí-a, y hablar de excepcionalidad, del no logro, y del sentido espontáneo.
Lucía 95 es lo excepcional. Esa historia de la gran pasión romántica, de frustraciones y traiciones, ejecutada y dicha en los tonos altisonantes del melodrama —aunque la historia en sí misma sea una tragedia— se eleva, por muchas razones, a un plano de categoría artística superior. Muchas son las influencias de (Bergman, Rocha, Vischonti, Kawalerowice fundamentalmente), eso no puede negarse, pero Solás ha sabido recibir y elaborar, consiguiendo de esta forma el exacto sentido de lo cinematográfico-creativo. Porque realmente eso de lograr conmover con una historia que en manos de cualquier otro llegaría hasta lo ridículo (“Tráeme una gardenia mamá, una gardenia”) y aportar y transmitir la belleza de la violencia física (la carga al machete de los negros desnudos o toda la secuencia final) solo tiene un nombre: la creación.
Por otra parte los personajes y por supuesto sus intérpretes. Recuérdese la transformación de Lucía cuando deshecha, demente hasta lo patético camina, casi corre, casi baila por las calles de la plaza en busca de la muerte que será la muerte del amor, de ella misma. Raquel Revuelta es fundamentalmente una actriz de teatro, y sin embargo ha conseguido la actuación más cinematográfica que recordamos. Y esto sin perder su teatralidad (en el mejor sentido de la palabra) dramática. Si se quiere otro ejemplo, aunque Raquel Revuelta convence por sí misma, entonces podría citarse a Eduardo Moure, en un Rafael sobrio y acertado, o a Herminia Sánchez y su Doña Rosita, nombrada, por esta vez, Rafaela, o a Idalia Anreus, la loca pura y vapuleada.
En definitiva, esta Lucía merece un análisis mucho más amplio, un estudio más serio. A nosotros nos queda decir que es el mejor momento del filme y también el mejor momento del cine cubano a pesar de la existencia de Memorias del subdesarrollo. Temáticamente Memorias… está más cerca, y en cuanto a su realización abre más posibilidades hacia el cine que debemos hacer (la reconstrucción histórica no es por el momento, el camino por los recursos que exige) pero en lo tocante a una realización casi total, Lucía 95 predomina.
1932: República. Machado, Revolución frustrada. Este es el cuento del no logro. Tratar de dar una crónica de la época, época tan difícil, tan contradictoria a través de una historia y unos personajes completamente lineales, es el equívoco. Trataremos de ejemplificar. Dos momentos de acción. Ambos se desarrollan paralelamente. Un lugar cerrado (el teatro) y otro abierto (la calle). El clímax no aparece, ni hay una línea temática que sea lógica, y esto sí es fundamental. Por tanto, se pierden los dos momentos y aquella acción menor que debía ser un complemento se convierte, por obra y gracia de la realización, en la más importante.
Existe, además, un desbalance en lo referente a las actuaciones. Flora Lauten demuestra que entre el profesionalismo y la improvisación hay una distancia y bastante notable, por cierto.
196… representa lo que podríamos llamar el anticlímax: es la espontaneidad, la improvisación, el humor. Dos personajes en contraposición; los conceptos retrógrados y la nueva actitud. Puede resultar peligroso trabajar con humor sobre este terreno, sin embargo, Solás rebasó la prueba y hasta el “angelito” del final salvó su sonrisa. En cuanto a Adela Legrá, ella se convierte, de nuevo, en la justificación de la búsqueda de valores. Su presencia ofrece esa frescura tan difícil de conseguir cuando se interpreta a un personaje diario, cotidiano, de todos los días. Aunque lleno de localismos, de palabras no orgánicas, y de escenas sin razón de ser (ese plano cuidado, lleno de detalles y por consecuencia frío, que es el de la cama), Lucía 6... resulta un cuento agradable.
En resumen, Lucía es una película excelente por un cuento: el primero: Esa es la medida para la clasificación.
Tomado de Archivos de la Cinemateca de Cuba.