NOTICIA
Hombres de Mal Tiempo, de Alejandro Saderman
En 1968 se festejó en Cuba el inicio de sus guerras de independencia. El cine cubano de entonces se entregó con fervor al rodaje de cintas que aludían a la efeméride, y de esa operación colectiva resultaron filmes de la valía de Lucía (1968) de Humberto Solás y La primera carga al machete (1969) de Manuel Octavio Gómez. El documental, sin embargo, no anduvo rezagado, logrando bellísimas interpretaciones del asunto: Hombres de Mal Tiempo (1968) del argentino Alejandro Saderman (Buenos Aires, 1937), quien residiera en Cuba del año 1962 al 1971, es sin dudas uno de los ejemplos más contundentes.
Se trata, más que de la reconstrucción de un hecho histórico puntual, de un ejercicio festivo alrededor de la memoria del hombre. Pocas veces el documental cubano ha conseguido tan altos resultados en la elección previa de personajes que más tarde se convertirán en sujetos dramáticos casi insuperables dentro la obra: la idea de entrevistar a veteranos mambises, protagonistas de la batalla independentista que se pretende evocar, era ya en sí mismo un gesto de una eficacia poética francamente notable; luego, la utilización de ese recurso a través del cual un grupo de actores profesionales se preparan para reconstruir el suceso con la ayuda de los ancianos, terminó por concederle al material una textura estética insólita, donde es posible disfrutar de esa combinación casi milagrosa de “realidad” e “ilusión”, “memoria” e “imaginación”, “razones” y “emociones”, “Historia” e “historia”.
Con Hombres de Mal Tiempo es posible percibir con claridad por dónde andaba ese rasgo renovador de la escuela documental cubana, tan celebrada en aquellos momentos. Hay en su manera de narrar, más allá de la clara simpatía de sus realizadores por los personajes protagónicos, una suerte de suspicacia ante lo que la opinión al uso concluyó llamando Historia con mayúscula. Según el espíritu del filme, La Historia tal vez no fuera esa suma de hechos supuestamente objetivos que aparecen detallados en los libros con una exquisitez alucinante, sino que igual pudiera entenderse como una sucesión trepidante de rushes que más tarde son revisados, corregidos, ordenados por una suerte de montajista nombrado historiador. En contraste con esa postura, Hombres de Mal Tiempo expone con el más saludable de los desenfados lo que hoy calificamos de “historia oral”, esa que en el plano científico ha recibido el reproche de quienes, por un lado, la acusan de escasa credibilidad dado el carácter traicionero de la memoria, y por el otro, de la elaboración de verdades que apenas se nutren del testimonio no fiscalizado de terceros.
Mas lo que en un ensayo con pretensiones historicistas devendría casi de inmediato una herejía, se transformó en el crédito principal de un documental como Hombres de Mal Tiempo. Lo suyo es una suerte de realismo poético, término que para nada se me antoja gratuito, sobre todo cuando recuerdo aquella formidable reflexión del filósofo español Javier Muguerza: “La realidad contendrá siempre muchísimas más cosas que las que cualquier clase de realismo sea capaz de soñar”. Como el buen documentalista que es, Saderman supo que “la realidad” en sí mismo no es más que una convención utilizada por los humanos con el fin de hacer legibles ciertos estados de ánimos colectivos, ciertas estrategias plurales de recepción, pero que es imposible tomar como “la verdad última”.
De allí que los personajes de Hombres de Mal Tiempo no se limiten a evocar los hechos con esa frialdad positivista que hubiera poseído a un profesor de historia ante sus alumnos, ni sus realizadores se sientan tentados (como sí lo hubiera necesitado seguro un periodista) mostrar ese aire de solemnidad que suele acompañar el reportaje sobre las grandes batallas. El gran valor del documental está en la habilidad que muestran sus creadores para ofrecernos en pantalla el enérgico crecimiento de estos seres como sujetos dramáticos: son ellos los que determinan el ritmo trepidante de la exposición, el curso seguramente imprevisto de la narración, una narración donde la memoria se transfigura en gozosa imaginación, salpicada por el humor, la emoción y la remembranza creativa.
Estos hombres nos hablan de la guerra, pero en realidad nos están hablando de las estrategias que el ser humano ha de poner en práctica con el fin no de conquistar un lugar donde ya reina la felicidad (quimera trasnochada en la que pocos a estas alturas creen), sino en todo caso un lugar que hay que construir. Y es por eso también que los testimonios terminan perdiendo el tono de arrogancia belicista que en otras circunstancias el mismo cine se ha encargado de promover, para concedernos el retrato más que auténtico de un conjunto de hombres que supieron defender su derecho a ser felices. O en otras palabras: hombres que todavía no habían renunciado, no obstante la edad, al privilegio de saberse animales utópicos.
La narración es de una intensidad memorable. Saderman acertó en la elección de sus personajes, pero ello no bastaba para transmitir la fuerza emotiva que impregna al filme, y que se adivina in crescendo a lo largo del mismo. De manera muy sabia, la película nos introduce en un universo sembrado de expectativas, presagios y sorpresas, los cuales van conformando ese relato absorbente que luce a la memoria como el verdadero protagonista. La experiencia de Miguel Barnet como investigador de nuestras más sumergidas tradiciones y vivencias justificaba con creces la inclusión de personajes relevantes, como ese Esteban Montejo que sirvió al propio escritor de protagonista para su conocida Biografía de un cimarrón; luego, el uso de estrategias motivadoras de la evocación, como pueden ser la supuesta filmación de una película, enriquecieron la cinta ya no en el plano conceptual, sino también formal, al multiplicar esa capacidad para relacionar elementos diversos que tiene todo espectador y que lamentablemente está siendo aplastado por tanta imagen estereotipada.
Con Hombres de Mal Tiempo el espectador de cualquier latitud termina admitiendo que no se trata de otro exponente de esa modalidad narrativa conocida como “cine dentro del cine”, sino que más bien estaríamos hablando de un gesto ético mucho más profundo al que tendríamos que nombrar “la vida dentro de la vida”. Y es que hay películas que nacen iluminadas para siempre por la poesía. Esta es una de ellas.
Tomado del blog Cine cubano, la pupila insomne: