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Humberto Hernández, productor incansable
Para que un realizador pueda dar por primera vez la orden “¡Acción!” en el rodaje de una película, es imprescindible el trabajo del productor durante muchos meses antes, incluso años. Con excepción de lo que sucede en el cine norteamericano, este héroe anónimo raramente es conocido por el público, y en el caso del nuestro casi nunca, pese a que Cuba cuenta con notorias figuras que han acometido superproducciones con más imaginación que recursos.
Por primera vez en su breve trayecto, el Premio Nacional de Cine por la obra de toda una vida ha sido otorgado a un productor, el octogenario Humberto Hernández Rodríguez, nacido en La Habana el 25 de mayo de 1932. Realicemos una suerte de dolly back en torno a su prolífica filmografía, que cuenta con títulos sobresalientes.
Con alguna experiencia en la publicidad y en la realización de comerciales para la televisión, ingresó en el ICAIC en 1963 como productor asistente en dos largometrajes: En días como estos, de Jorge Fraga, y La decisión, dirigido por José Massip. Al concluir esta etapa de aprendizaje práctico le asignaron a un proyecto documental de Rogelio París, Nosotros, la música (1964), primera película que realizó como director de producción. A partir de ese año, en el que trabajó también en Desarraigo, de Fausto Canel, desempeñó esa responsabilidad en más de una treintena de largometrajes tanto de ficción como documentales, algunos dirigidos por los cineastas cubanos más importantes.
El 18 de julio de 1966 marca el inicio del rodaje de Las aventuras de Juan Quinquin, dirigido por Julio García Espinosa. La filmación se desarrolló en escenarios naturales seleccionados en las zonas de Trinidad y Cienfuegos. Los frecuentes cambios climáticos, que incluyeron hasta el paso del ciclón Alma por la Isla, demoraron este proceso que se extendería hasta el 2 de diciembre.
Humberto Hernández tuvo a su cargo la producción de otros dos títulos de distinta significación en la obra de José Massip: el documental Guantánamo (1967) y, cuatro años más tarde, el largometraje de ficción Páginas del diario de José Martí (1971), que imbricó elementos disímiles a la transcripción de pasajes escritos por el Héroe Nacional cubano en plena guerra de independencia.
La tierra y el cielo (1977) fue el único título en la filmografía de Manuel Octavio Gómez en el cual desempeñó Humberto Hernández funciones de productor. Es la adaptación del relato homónimo de Antonio Benítez Rojo sobre la presencia de la emigración haitiana en el campo cubano antes de la Revolución.
Con Humberto Solás este productor trabajó en tres películas: Un día de noviembre (1972), Cecilia (1981) y Un hombre de éxito (1986). Fue Cecilia la que mayores esfuerzos de producción demandó por la complejidad y el costo de esta adaptación libre de la novela homónima costumbrista escrita por Cirilo Villaverde, en un extenso rodaje iniciado el 12 de mayo de 1980.
Enrique Pineda Barnet ha contado con la eficacia de Hernández en la producción de tres de sus largometrajes. En dos de ellos, Mella (1975) y Aquella larga noche (1979), la reconstrucción de personajes históricos (el líder estudiantil Julio Antonio Mella en los años 30, y la vida de Lidia y Clodomira, dos colaboradoras del ejército rebelde en la década de los 50) hizo que resultaron bastante complicados.
No quedó a la zaga La bella del Alhambra (1989), pues con un presupuesto limitado se reprodujo el interior de un popular coliseo habanero para hombres solos en el teatro pinareño Milanés, con desplazamientos a numerosas locaciones capitalinas para plasmar fidedignamente la vida de la afamada corista recreada por Miguel Barnet en su novela testimonial Canción de Rachel (1969).
Antes de integrar el equipo de La bella del Alhambra, devenido un clásico en su género, Humberto Hernández inscribió otro título relacionado con el cine musical: Hoy como ayer, realizado en 1987 por el cineasta cubano Constante Diego y el mexicano Sergio Véjar. Fue una frustrada tentativa de aproximarse a la figura de Benny Moré, a través de la historia de un joven bailarín seleccionado para un musical sobre el bárbaro del rimo, que al descubrir las claves de la vida del Benny se descubre a sí mismo.
En representación del ICAIC, Hernández intervino en la coproducción con Francia y México de El recurso del método (1978), versión de la novela de Alejo Carpentier, dirigida por el cineasta chileno Miguel Littin. Locaciones escogidas en la capital cubana se integraron a otras en México para configurar el imaginario país latinoamericano descrito por el escritor y presidido por el Primer Magistrado.
Comparado con el despliegue de recursos invertidos en esa producción, Prisioneros desaparecidos, rodada al año siguiente por el también chileno Sergio Castilla, exilado en Cuba en esa etapa, es una suerte de obra minimalista. La trama se centra en el secuestro de un obrero sospechoso de ser jefe de un núcleo de la resistencia chilena, que es trasladado a una “casa” de torturas de la dictadura.
Su única experiencia junto al realizador Tomás Gutiérrez Alea fue Hasta cierto punto (1983), cinta que parte de entrevistas realizadas a trabajadores portuarios en torno al machismo predominante en este sector con el propósito de reflejar el tema en la película que prepara un cineasta. Este largometraje ganó el Gran Premio Coral en el Festival de La Habana y con galardones en certámenes de Biarritz, Londres y Damasco.
Los refugiados de la Cueva del Muerto (1983), la primera y única incursión del célebre documentalista Santiago Álvarez en el largometraje de ficción, tuvo el respaldo de Humberto Hernández en la producción. Correspondió al productor coordinar todos los recursos para la puesta en pantalla del acoso y persecución de los asaltantes a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, el 26 de julio de 1953.
A continuación, intervino en la realización del docudrama Primero de enero, de Miguel Torres, quien con elementos del documental y la ficción recrea los últimos seis meses de la guerra revolucionaria, el avance del ejército rebelde y la derrota de la dictadura de Fulgencio Batista.
Con el cineasta Rolando Díaz, con quien trabajó en la cinta de tema deportivo En tres y dos (1985), Hernández organizó cuatro años después la producción de La vida en rosa. En 1990, tuvo a su cargo la compleja producción de la comedia Alicia en el pueblo de Maravillas, dirigida por Daniel Díaz Torres, cuya acción transcurre casi íntegra en un imaginario pueblo donde es ubicada una joven instructora de arte, sorprendida con la atmósfera del lugar.
Hernández asumió la responsabilidad de la coproducción con Venezuela Mascaró, el cazador americano (1991), con numerosas locaciones y personajes, y en la que sobresale la excepcional música compuesta por José María Vitier. El filme obtuvo el Premio India Catalina de Oro a la mejor película en el Festival Internacional de Cine de Cartagena, y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine Latinoamericano de Trieste, Italia.
En el año 2000, Humberto Hernández encabezó la producción (del ICAIC con compañías de España y Francia) del filme Lista de espera, rodado por Juan Carlos Tabío en una única locación cercana a la costa oeste de La Habana, donde fue reproducida la terminal de ómnibus a donde va a parar un grupo de disímiles personajes. Entre los numerosos reconocimientos recibidos por esta exitosa comedia en certámenes nacionales e internacionales están el premio del público en Cannes y el de mejor guion en el Festival de La Habana. Además, fue nominada al Goya a la mejor película extranjera de habla hispana.
Tres años más tarde fue asignada otra producción de gran envergadura a Hernández, Roble de olor, el primer largometraje de ficción realizado por Rigoberto López, que unió firmas de Cuba, Francia y España.
La trama situada en la mitad del siglo XIX, la historia de amor de una mujer negra procedente de Haití y un alemán recién llegado a la Isla, demandó grandes recursos para la reconstrucción epocal. Para gran parte de la filmación en el cafetal Angerona contó con el aporte decisivo de esos experimentados artífices que son Derubín Jácome y Nieves Laferté y el diseño de vestuario de los talentosos Diana Fernández y Vladimir Cuenca, amén de riquísimas partituras concebidas por Sergio Vitier, que atenuaron falencias dramatúrgicas e interpretativas, ante todo en la actriz protagónica.
El viajero inmóvil (2008), realizada por Tomás Piard, también exigió no poco del productor Humberto Hernández para recrear pasajes de la novela Paradiso, de José Lezama Lima, entrecruzados con testimonios sobre el escritor en medio de una de sus celebérrimas cenas.
Reproducir en locaciones de las afueras de La Habana la geografía de un poblado africano fue el mayor desafío enfrentado en Sumbe (2011), dirigido por Eduardo Moya. Fue preciso adecuar determinados lugares para evocar los acontecimientos ocurridos el 25 de marzo de 1984, cuando un reducido grupo de obreros, maestros, médicos, técnicos y asesores cubanos, con escaso armamento y parque, se unieron a los angolanos para defender la ciudad de Sumbe de las fuerzas élites de la UNITA.
Con posterioridad, Humberto Hernández volvió al cine musical, esta vez para colaborar con Jorge Luis Sánchez en su segundo largometraje: Irremediablemente juntos, versión sobre una aplaudida pieza teatral acerca de los obstáculos que debe enfrentar una pareja en la Cuba de hoy para mantenerse unida contra viento y marea.
Hernández ejerció la docencia como profesor de la asignatura Organización de la Producción en la Facultad de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte, fue jefe de cátedra de producción en la Escuela de San Antonio de los Baños y ha impartido cursos sobre esta especialidad en universidades de Argentina y Venezuela.
A juzgar por este itinerario en la historia del cine cubano, ese productor incansable que es Humberto Hernández amerita el Premio Nacional de Cine 2015, que recibirá el 24 de marzo dentro de las actividades programadas por el aniversario 56 de la fundación del ICAIC.
Tomado de: http://cubacontemporanea.com