NOTICIA
Jojo Rabbit
Ha sido una de las películas más polémicas del año. Aplaudida por unos y criticada por otros y pudo verse este sábado en Pensando en 3D (Cubavisión, 2:45 p.m.). Su título es Jojo Rabbit y se refiere a un niño de diez años perteneciente a la Juventud Hitleriana que tiene, como mejor amigo imaginario, a un adoctrinador Adolfo Hitler, encarnado por el mismo director del filme, el neozelandés Taika Waititi, también autor del guion.
Amparado por una filmografía de múltiples propósitos, Waititi hiló fino para que su sátira con pespuntes dramáticos fuera aceptada por una mayoría, e incluso recibiera no pocos reconocimientos internacionales, aunque habría que sopesar si quizá le prodigó a su personaje demasiado tiempo en pantalla.
Hacer reír y criticar, a partir de Hitler y el nazismo, ha sido una empresa ardua a causa de lo ignominioso del tema. Chaplin lo logró en El gran dictador, comenzada en 1937 y estrenada en 1940; un filme de anticipación concebido bajo la premisa de «hay que burlarse de Hitler»; aunque el cineasta declarara, años más tarde, que de saber lo que a la postre significaría aquella aventura genocida, quizá no lo hubiera realizado de esa forma.
En 1972 el comediante Jerry Lewis, despegado de su carnal Dean Martin, concibió un filme en tono satírico cuya temática disparó las alarmas: El día en que el payaso lloró hablaba de un clown que, por burlarse de Hitler, es enviado a un campo de concentración donde los guardianes le dan la tarea de entretener a los niños, camino al crematorio. El payaso termina por aceptar la encomienda, convencido de que, si lo niños han de morir, lo mejor es que pasen sus últimos instantes entre risas; una historia que todavía hoy, 50 años más tarde, nadie quisiera ver. Parece que así mismo lo entendió Lewis en el último momento, pues tras concluir el filme, decidió no darlo a conocer ¡nunca!
El tema del campo de concentración y la niñez volvió a aparecer en tono de comedia en La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), risa y drama en función de estrujarle el corazón a una generación de espectadores que aplaudió este canto a la vida y al optimismo; pasando por alto algún que otro desliz en la realización, que no empañó en lo absoluto su gran impacto emotivo. Benigni fue capaz de transitar el filo de la navaja de lo políticamente correcto en un tema maldito, al colocar al hijo del protagonista en un campo de concentración y hacerle creer que todo lo que veía era un juego.
El espectador que este sábado apreció Jojo Rabbit, descubrió tonos provenientes del filme de Benigni; sin embargo, el director Waititi se impone crear una historia más compleja a partir de una estética visual que mucho le debe a Wes Anderson y sus tonos pasteles, y a la recreación de una Alemania nazi que escapa de ciertos clichés y algunos han calificado de «romantizada», alegatos frente a los cuales el director afirma que su historia hay que verla a partir de la mirada de un niño.
El pequeño confecciona un tratado de cómo cazar judíos y, seducido por la ideología nazi, aspira a convertirse en un buen defensor de la causa; hasta que un día descubre que su hogar sirve de escondite a una jovencita judía, y se establece un diálogo revelador de los más inextricables recovecos de la condición humana.
La actuación de los niños es de maravillas, con un debutante actor inglés, Roman Griffin Davies, en el papel de Jojo, y Thomasin Mackenzie como la adolescente que aporta la lucidez necesaria, en medio de la revoltura ideológica en que se debate su pequeño vigilante nazi. Es una película perfectamente dividida en dos partes: la primera, contundente sátira, y la segunda, donde la realidad aflora su garra más opresiva.
Al recibir el premio del público en el festival de Toronto del pasado año, el director Taika Waititi fue explícito al hablar de aquellos que le reprochaban haber presentado nazis demasiado simpáticos, y dijo que las ideologías fascistas se van infiltrando como parásitos en nuestra sociedad, convirtiendo en normal lo que no lo era, generando odio donde antes había convivencia.
Haciendo un paralelo entre la ideología extremista, consolidada en Alemania en el año 1933, y los días que corren, fue más que claro: «Es muy fácil burlarse de ellos, porque sus creencias prejuiciosas y sus actos de patriotismo son absurdos; pero cuando ataquen nos daremos cuenta del inmenso poder que han acumulado, mientras nos reíamos de su ignorancia».
Aunque Jojo Rabbit se presentó este sábado en un espacio juvenil, la película no tiene edad para entrar de lleno en ella y disfrutarla.
(Tomado de Granma, 17 de abril de 2020)