NOTICIA
La historia y la épica (parte II y final)
Hasta este 5 de enero se mantuvo la programación diseñada por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en la que se incluyeron varios títulos memorables del arsenal histórico de nuestro cine.
Esta jornada de programación constituyó un tributo al Triunfo de la Revolución y ocupó la Sala 1 y la Sala Santiago Álvarez del Multicine Infanta, donde los espectadores pudimos acercarnos a filmes y documentales de mucha importancia en el tejido histórico de nuestro pasado.
En esta segunda aproximación a las propuestas de este ciclo nos centramos en las opciones programadas en el segundo fin de semana, que comprendió desde el miércoles 1 de enero hasta ayer domingo 5.
Mediante La primera intervención (1975), Rigoberto López indaga en un periodo poco tratado en nuestro cine: la llamada Guerra hispano-cubano-norteamericana —documental que reinició este ciclo el 1ro. de enero en la Sala 1 del Infanta— y dio paso al largometraje Páginas del diario de José Martí (José Massip, 1971), obra que revela aspectos sobre la vida del más grande intelectual cubano; una figura que volverá a ser referida en el clásico José Martí, el ojo del canario (Fernando Pérez), proyectado el jueves 2 de enero.
Como particularidad de este segundo conjunto de obras, el retrato de figuras de nuestra historia constituye el principal componente, además de las obras mencionadas sobre Martí, para el sábado 4 de enero se reservó Mella (1975), donde Enrique Pineda Barnet indaga sobre una figura de mucha significación y su legado para las generaciones venideras. Al respecto, en Paradiso, Lezama Lima escribe:
“El que hacía de Apolo, comandaba estudiantes y no guerreros, por eso la aparición de ese dios, y no de un guerrero, tenía que ser un dios en la luz, no vindicativo, no obscuro, no ctónico. Estaba atento a las vibraciones de la luz, o los cambios malévolos de la brisa, su acecho del momento en que la caballería aseguró la hebilla de la correa que sujetaba el sombrero terminado en punta. Pareció, dentro de su acecho, buscar como un signo. Tan pronto como vio que la estrella de la espuela se hundía en los ijares de los caballos, dio la señal. Inmediatamente los estudiantes comenzaron a gritar muerte para los tiranos, muerte también para los más ratoneros vasallos babilónicos”.
Dibujado en la primera línea de combate, Mella protagonizó momentos singulares de la lucha de los estudiantes universitarios cubanos. La manera en que Lezama lo expone, simula que fuera uno de los antiguos gladiadores que divertían en los circos romanos, o uno de los muchos guerreros valientes que legaron el arsenal de la cultura helénica para todos nosotros: los simples mortales. Pero el hecho es que, con sus hazañas y estas páginas, Lezama supo, desde la literatura, inmortalizar a Mella.
El cierre de este ciclo lo constituyeron los títulos: Muerte y vida en el Morrillo (Oscar Valdés, 1971) y Realengo 18 (Oscar Torres y Eduardo Manet, 1961).
Muerte… se incluye dentro del retrato a personajes de la historia de la Isla y esta vez se acerca a Antonio Guiteras, el lente se interesa por un periodo breve pero muy intenso en el quehacer del joven hasta su muerte. Por su parte, Realengo 18 amplía su objetivo al focalizar su mirada en la vida de una comunidad y en las historias personales que se inscriben dentro de este ámbito local.
Mientras, la sala Santiago Álvarez sostuvo su programación con obras documentales, donde se pudo volver a ver obras como El bohío (Manuel Lamar, 1984), que utiliza la metáfora de la vivienda típica del campesino cubano para contar aspectos de la historia cubana a lo largo de este periodo; propuesta que se conecta con Viva la República (Pastor Vega, 1972), la cual profundiza en la historia del periodo comprendido entre 1902 y 1959.
También, el largometraje documental Girón (Manuel Herrera, 1972), el que reconstruye, mediante entrevistas y fragmentos de noticieros, lo acontecido durante los días de Girón.
Otros documentales presentados fueron La guerra en Angola (1976), Etiopía, diario de una victoria (1979), ambos de Miguel Fleites.
(Tomado de la revista La Jiribilla, nro. 866)