La muerte de un burócrata: entrada del humor negro en el cine cubano

Vie, 07/20/2018

La muerte de un burócrata (cine Guamá) es una realización de Tomás Gutiérrez Alea, cuya habilidad para la comedia se evidenció, hace algunos años, con Las doce sillas. Esta vez, el director lanza los dardos de la sátira contra esa pesadilla social que se llama burocratismo, con su secuela inevitable de dilaciones, memorándum, cuños, intercomunicadores, secretarias mecanizadas y jefes con sangre de tortuga: toda una selva de papeles y trámites sin sentido en que pierde la razón un hombre, torpedeado en sus intentos de darle sepultura a un tío.

La obra —que ha recibido mención en el festival cinematográfico de Karlovy-Vary— merece respeto, en primer término, por la agudeza con que ha esgrimido el director las armas del humor negro. Bergson decía que lo cómico es un castigo social (y añade Murois que es un castigo que se dirige casi siempre a ideas o seres que espantan un poco a la sociedad). Desde que comienza el filme (y asistimos a las vicisitudes de un desentierro, sin otra finalidad que el rescate de un carnet laboral) hasta la última secuencia (con el enloquecido protagonista arrastrado al homicidio por las presiones de la burocracia) la trama revela un ingenio mordaz. El tema —que en ciertos momentos parece impermeable a la comicidad— se convierte en manos de Gutiérrez Alea en la arcilla que supo modelar Marco Ferreri en El Cochecito y Rogelio González en El Esqueleto de la Sra. Morales: el espectador disfruta la burla, pero el humorismo es de un sentido que desplaza al público hasta la seriedad de la crítica que refleja : el realismo de la concepción, la exactitud de la imitación en tipos y situaciones, impiden que el espectador se llame a engaño. O para decirlo de otra forma: se trata de un filme que desinfla el globo de la burocracia con un pinchazo que hace reaccionar con un doble movimiento. Primer tiempo: las peripecias del protagonista (¿quién no ha luchado contra esa jungla de expedientes y planillas?) nos produce inquietud. Nos situamos en posición defensiva. Segundo tiempo: Nos percatamos de toda la dosis de ridículo y esterilidad que encierra esa jungla. La risa que se ejerce, a veces, contra lo que tememos.

Con su despliegue de efectos visuales, el director sumerge al público en una corriente de carcajadas. Si las escenas que reproducen las pesadillas del anti-héroe revelan más ambiciones que aciertos, si algunas de las actuaciones (Silvia Planas, Gaspar de Santelices) dejan mucho que desear; si el enfoque del burocratismo adolece en determinadas secuencias de una superficialidad que debilita el mensaje de la obra, no es menos cierto que la visión de Gutiérrez Alea ante el humorismo (un método para atacar lo serio) y su sentido del ritmo cinematográfico (sabe cuánto debe durar cada plano, conoce las posibilidades del sonido como complemento de la imagen, domina las relaciones entre los personajes y el ambiente) hacen de La muerte de un burócrata una obra que permite un paso de avance a la pantalla nacional y ayuda a olvidar adefesios como Crónica cubana, Tránsito, Un día en el solar y El robo.

Tomado de Archivos de la Cinemateca de Cuba.