La película radioactiva de Quintela

La película radioactiva de Quintela

Sáb, 12/12/2015

Ante mi incapacidad para calificar con una sola palabra La Obra del Siglo, segundo largometraje de ficción de Carlos Machado Quintela, le pregunto a su director. “Radioactiva”, me responde después de una breve pausa. “Al final lo radioactivo está alterado y latente, ¿no?”.

Tres hombres solitarios son las tres patas de la mesa que sostiene la historia de este filme, concursante del 37 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Tres hombres que viven en la Ciudad Electro-Nuclear (CEN), residencia erigida en los años 80 del pasado siglo para los trabajadores de la inconclusa Planta Nuclear de Juraguá, en Cienfuegos.

La Obra del Siglo, de Carlos Machado Quintela,

Abuelo, padre e hijo tienen impresas las consecuencias de un proyecto a medias. Sus vidas, como las de todos los mortales, están condicionadas por el contexto.

¿Por qué tres hombres? ¿Por qué no una mujer, al menos?, me pregunto y le pregunto.

“Al primero que hay que preguntarle es a Abel Arcos, autor del guion original, nombrado El balcón. Él me presentó esa historia, y luego de cursar un taller en la CEN, precisamente de guion, decidí que aquel era un buen lugar para ubicar a esos tres hombres”.  

“El balcón respiraba un machismo decadente que me interesó mantener. La ficción y las imágenes de archivo lo fortalecieron. Sobre todo estas últimas te revelan el protagonismo de la figura masculina en el proyecto de la planta nuclear: pensado por hombres, hecho por hombres, filmado por hombres… Sentí que no podía estar una mujer. Fue una mala decisión tomada por hombres. Y en Cuba, aunque se lucha por la igualdad de género, eso todavía no es una realidad”. 

No obstante, para Quintela (me permito llamarlo así), a pesar de todo, en el filme hay muchas mujeres.

“El hecho de que no estén físicamente no significa su ausencia. Están en las imágenes de archivo, en un afiche… o sirven como alivio, como la motorista, que aparece para aliviar la situación. Aunque la verdad es que su vida es mucho más miserable. Una prueba es que se excita convirtiendo al personaje de Mario Guerra en un fantasma”.

Cuando doy por terminada la respuesta y me dispongo a hacerle la siguiente pregunta, el también director de La piscina (2012) me confiesa que de incluir un personaje femenino, hubiese sido la abuela. “Sé que lo haría bien. Los otros casos me serían más difíciles. Ná, que escribir sobre hombres se me da mejor”.

Mario Balmaseda, Mario Guerra y Leonardo Gascón son los tres actores que encarnan a abuelo, padre e hijo, respectivamente.

Los dos primeros son bien conocidos. El tercero, no. ¿De dónde salió Gascón?

“A Leo lo conozco desde que estaba en la primaria. Somos vecinos. Para su personaje hice casting en La Habana y la CEN, pero nadie me convenció. En algún momento hasta pensé trabajar con un cantante de rap. Yo me lo había encontrado varias veces, pero nunca me había fijado en él. Las personas con frecuencia no nos damos cuenta de lo que tenemos delante. Hasta que un día me crucé con él en la calle, lo vi lleno de tatuajes y con tremenda guapería y me dije: ‘Este es el tipo’. Hablé con él y aceptó”.

“Para el Leo del filme necesitaba a alguien que físicamente pareciera un hombre duro, para entonces enfocarme en hacerlo emocionalmente frágil. Alguien que fuera más fuerte que el personaje del padre, incluso, que se pareciera al abuelo… De hecho, cuando los vimos a los tres juntos, nos parecía que de verdad eran familia. Leo no es actor, pero si quiere puede llegar a ser uno tremendo”.

A Balmaseda, “un lord en todos los sentidos”, debe Quintela su admiración por Sara Gómez.

“Yo reconocía el valor de la obra de Sara, pero comencé a admirarla como persona por lo que me contó Mayito de ella. Era su amigo. La escena de su cinta De cierta manera no está en mi película a modo de homenaje, sería deshonesto decirlo así. La robé por egoísmo, porque sabía que le aportaría al personaje del abuelo y enriquecería el largometraje. O sea, La Obra del Siglo es mejor gracias a Sara Gómez”.

Desde el punto de vista formal y según su director, esta es una película en blanco y negro salpicada con color (aunque dicha expresión pudiese servir también si se la califica desde la perspectiva conceptual). Distintas razones reclamaron la presencia del blanco y el negro, desde artísticas hasta económicas:

-“En la Ciudad Electro-Nuclear casi todo es gris, sobre todo por el cemento de los edificios”.

-“Los personajes crecen con esta estética, se vuelven el punto de atención. Cuando hay color, el espectador se distrae más”.

-“Contábamos con bajo presupuesto, hecho que nos impidió trabajar cómodamente con la escenografía”.

-“La medalla de oro (obtenida por el boxeador Robeisy Ramírez en los Juegos Olímpicos Londres 2012), un triunfo que tristemente no llega a ninguna parte, se fortalece gracias al blanco y negro”.

-“El presente es a color, pero la realidad de estos hombres no tiene colores. El blanco y negro obliga a mirar de manera especial dicha realidad”.

El verde fue el único color que extrañó Quintela, no solo porque le gusta, sino porque en la CEN hay mucho verde. “Las enredaderas han ido cubriendo las estructuras metálicas del reactor. Es el triunfo de la naturaleza sobre la industria”.

La selección de la música constituye, en mi opinión, otro de los aciertos del realizador, no porque sea ferviente admiradora de Vicente Rojas, sino porque su connotación no es la simple apoyatura a la imagen.

“La mayoría de los temas empleados son de este cantante. Pensé utilizar su música cuando la escuché en unas imágenes de archivo tomadas por Tatico, el hombre que aparece en el ferry y que trabajó para Tele-Nuclear. Las canciones de Vicente formaron parte de la época. Incluso, hay una cuya letra hasta sirve para aludir al reactor nuclear -metafóricamente, claro-, porque habla del calor y los temblores, elementos presentes en su funcionamiento”.

No obstante esta magnífica alegoría, para el cineasta la canción que refleja el sabor agridulce del filme es Te odio y te quiero, de Félix B. Cagnet

“El tema ayuda a entender la dinámica de la familia, en la cual unos dicen a otros: te odio, y de manera indirecta: te quiero. También describe mi relación con mi país, y la de muchos cubanos”.

Ante el blanco y negro, la mezcla de ficción y documental, la referencia a los 80 y otros guiños intencionales y casuales a épocas pretéritas, no puedo evitar preguntarle al director de La Obra del Siglo si siente nostalgia por el pasado, desde el cine.

“No. No tengo. Pero no te puedo negar que para mí las mejores películas cubanas se hicieron en la década del 60, porque se hicieron con menos miedo. No me interesa ir atrás, pero es que hay historias de pasado que no se han contado y merecen ser contadas. Siempre borramos lo que no nos gusta y empezamos de cero. Eso es un error, hay que tener todo en cuenta. Con el filme intento que se aprenda de ese pasado. La memoria es la abuela de una nación, y tú no puedes borrar a tu abuela porque dijo o hizo algo que no te gustó. Hay que aprender de los abuelos. Todo lo que es parte de un país, para bien o para mal, es parte de él”.