NOTICIA
La posición actual de la cinematografía moderna
Texto escrito por Alejo Carpentier
Desde el advenimiento de la película hablada, nuestros países de América han perdido todo contacto con la producción cinematográfica europea, o al menos con la producción de los estudios alemanes y franceses, que se han inquietado bastante poco, hasta ahora, por doblar sus films en castellano. En los últimos tiempos del mudo, las cintas realizadas en el Viejo Continente eran proyectadas a menudo en nuestros cines. Desde la ya vieja Atlántida de Feyder, hasta las grandes creaciones de la UFA[1] - El ciclo de Los Nibelungos, y, sobre todo, Metrópoli de Fritz Lang - estas películas venían a revelarnos las distintas tendencias seguidas por los cineastas europeos. Tendencias que no siempre conducían a un acierto completo, pero ponían en valor ciertas concepciones curiosas, peculiares, audaces a veces, del séptimo arte. Sin alcanzar la perfección técnica, la seguridad de métier de los directores americanos, los europeos solían mostrarse más inquietos. Llegaron a producir en serie aquellas extrañas películas, llamadas «de vanguardia», que alimentaron diez cines en París, durante más de cuatro años, y que fueron matadas por el sonoro. Época esa en que nos presentaron obras cinematográficas inolvidables, por la originalidad de su concepción y la valentía de sus imágenes: Entreacto de Picabia y René Clair; El perro andaluz y La edad de oro de Buñuel y Salvador Dalí; Cero de conducta de Jean Vigo; La sangre del poeta de Jean Cocteau, y otras muchas que resultaría enojoso enumerar... En lo que se refiere a Cuba, ninguna de esas películas ha llegado a proyectarse nunca en un cine nuestro. Y es lástima, porque algunas ellas señalaron el límite extremo a que podía llegarse, tomando la cinta de celuloide como medio de expresión. Hoy, claro está, un film como La estrella de mar de Man Ray y Desnos ha perdido todo valor actual, ya que se hace necesario emprender, en los dominios de la sonorización, investigaciones análogas a las realizadas por los cineastas alertas en terrenos de la imagen pura.
Pero no he venido esta vez a hablaros de cinematografía de excepción, sino de cinematografía comercial: de aquella que se cultiva en los grandes estudios de París, Berlín, Niza o Praga, con miras a la explotación intensiva. Cinematografía con la que hemos perdido todo nexo, y que ha variado radicalmente de aspecto desde el día en que la cámara fue asociada con el micrófono. Arte que tiene a veces un carácter excesivamente local, pero posee sus artistas, sus directores, su estética, y que, por el número y la constancia de sus producciones, rivaliza, en cierto modo, con el trabajo realizado en los estudios americanos.
París y Berlín son los dos centros principales de la cinematografía europea. Y hasta ahora, el film alemán y el film francés han presentado características bien definidas. Desde que la casa UFA nos está dando buenas películas — hace bastante tiempo ya de ello —, los cineastas judíos, rusos o alemanes, contratados por esa firma, se mostraron siempre apegados a desarrollar vastos temas, dotados de un interés universal, El ciclo de Los Nibelungos, Metrópoli, Caligari, o, más recientemente, La ópera de los cuatro centavos y La tragedia de la mina de Pabst, son films capaces de interesar del mismo modo al espectador de Viena, que al de Madrid o Pekín. Producciones sin localismos, dotadas a menudo de una honda ideología social — como las de Pabst —, y que salvan las fronteras sin dificultad, para conmover a todos los públicos del mundo. Aun en cintas de tan decidido carácter como las que integran la serie policíaca de Fritz Lang - El maldito y El testamento del doctor Mabuse -, se observa esa tendencia hacia la universalidad. También esa película hecha sin pretensiones, y que se nos reveló como un milagro de sensibilidad: Muchachas de uniforme. Hasta las operetas filmadas por los alemanes ofrecen esa característica. Buen ejemplo de ello es ese exquisito El congreso se divierte, que elevó a la deliciosa Lilian Harvey a la categoría de estrella mayor. Todas estas producciones, dobladas o realizadas en versiones múltiples, hallaron vasto campo de expansión en los países de Europa, Frecuentemente reunían artistas internacionales. En No Man's Land — La tierra de nadie -, película antiguerrera, se llegó a confiar los cuatro papeles principales a cuatro actores de distintas nacionalidades: un alemán, un francés, un inglés y un senegalés. Jamás se ha realizado un esfuerzo tan completo con miras a dotar al cinc de un alcance mundial. En ese terreno, los alemanes fueron, durante varios años, los maestros indiscutibles.
Sin embargo, es de temerse que la cinematografía germana e vaya despojando gradualmente de esa virtud a que debió su extraordinario prestigio ante todos los públicos europeos. Hace cerca de un año que Pabst y Granowsky, directores comprendidos en el bloque de productores alemanes, trabajaban para firmas francesas. Muchos cineastas y artistas israelitas han dejado de laborar en los estudios de la UFA. Y la orden dictada por el nuevo gobierno alemán, exigiendo que un veinticinco por ciento de las películas producidas —un film sobre cuatro— tenga un carácter de propaganda nacionalsocialista, tenderá indudablemente a desuniversalizar buena parte de la cinematografía germana, que se aplicará a traducir asuntos de un carácter más local, y de un alcance humano menos vasto. Las películas de este último género tendrán menos probabilidades de atravesar las fronteras que una La tragedia de la mina — pongamos por caso —, salvo si los directores alemanes de nueva promoción tienen el talento necesario para hacer cristalizar el viejo ideal de Unamuno, consistente en «hallar lo universal en entrañas de lo local, y lo eterno en lo circunscrito».
Frente al desarrollo maravilloso de la cinematografía alemana, hemos asistido, durante estos últimos años, al auge creciente de la producción francesa, Durante mucho tiempo el film francés fue considerado, y no sin razones, como un pariente pobre de la cinematografía americana. Casi anulada por la guerra, su producción vino a situarse, con franco retraso, en el panorama de los valores artísticos contemporáneos. Hándicap al que se añadían bastantes errores de técnica y estética. Los escenarios elegidos eran melodramáticos o demasiado pueriles. Los artistas encargados de interpretarlos, carecían de una formación esencialmente cinematográfica. Se creía que con recurrir a actores de la Comedia Francesa o cantantes de la Ópera, estaba resuelto el problema de hallar estrellas. Ante la perfección abrumadora de las obras de un King Vidor o de un Stroheim, surgían películas amorfas, que, al lado de las producidas en Hollywood, eran agua gaseosa comparada con un buen champaña extra-dry. «¿Cómo queréis que podamos competir con los yanquis? — Preguntaban los mismos directores franceses, a modo de excusa —. Ellos disponen de mucho dinero; nosotros somos pobres, muy pobres. No poseemos siquiera el material técnico suficiente…»
Hoy, las cosas han cambiado. Los estudios de la Gaumont-Franco-Film-Aubert, en la Villette; los estudios de la Paramount, en Joinville; los de Pathé-Nathan, en Biliancourt, pueden rivalizar, por sus proporciones, personal y medios, con los más perfeccionados de los Estados Unidos. Estas firmas invierten varios millones en la confección de cada película. Y disponen ya de un grupo de directores talentosos y de estrellas especializadas en el séptimo arte, que ganan cuantiosos salarios.
Artistas totalmente desconocidos entre nosotros, como la gran Florelle (a quien ignoramos cinematográficamente), Harry Baur, Charles Boyer, Dorville, Daniel Mendaille, Jeanne Cheirel, Raimu, Edith Mera, Jean Murat, Anabella, André Berley, y otros, pueden considerarse, sin exageración, como estrellas de primerísimo orden, comparables y hasta superiores a algunos de los intérpretes más admirados de la pantalla americana. Florelle, Raimu y Harry Baur, sobre todo, que han logrado crearse personalidades de una fuerza y una humanidad sorprendentes. y saben desplegar un arte maravilloso en la interpretación de cualquier papel. Los directores tampoco faltan: Jean Renoir, Marcel L´Herbier, Jacques Feyder, León Poirier. André Hugon, a más de los extranjeros, Pabst y Granowsky, son verdaderos maestros en su difícil oficio, sin hablar de René Clair, gloria del cinematógrafo francés... Hay hombres, medios, artistas, estudios... ¿Cómo explicarnos, entonces, que el film elaborado en París o en Niza sea tan poco conocido fuera de Francia, y casi totalmente ignorado en los Estados Unidos y en América Latina?...
La razón es clara: durante estos últimos años, la cinematografía francesa ha hecho exactamente lo contrario de la cinematografía alemana. Mientras esta última se preocupaba siempre por enfocar problemas y conflictos de un interés universal, los franceses permanecían en feudo propio, buscando inspiración en temas locales, en aspectos típicos de su país, o en manifestaciones de un espíritu esencialmente parisiense. Salvo René Clair, que, gracias a su técnica prestigiosa, ha sido capaz de «hallar lo universal en entrañas de lo local», y cuyas últimas películas — El millón, 14 de julio —, llenas de poesía y sensibilidad, fueron proyectadas con buen resultado en casi todos los países del mundo, los otros directores se han dedicado a traducir en imágenes unos asuntos que perderían un sesenta por ciento de su valor, al ser presentados a espectadores extranjeros. Películas demasiado francesas, en el sentido absoluto del término.
Citaré como ejemplo algunas de las producciones presentadas en París, últimamente, con gran éxito:
La dame de chez Maxim, con Florelle. Comedia deliciosamente realizada, pero cuyo encanto principal se encuentra en una graciosa evocación de las costumbres y modas del París de 1900. El personaje central, la môme Crevette, resultaría casi incomprensible para el espectador mediano de nuestras latitudes.
Pelo de zanahoria (Poil de carotte), pequeña maravilla de sensibilidad, con el gran Harry Baur en el papel principal. Pero, ¿cómo queréis traducir al castellano o al inglés el diálogo, a la vez intencionado e incisivo, de Jules Renard?
Las alegrías del escuadrón, con Raimu. Film inspirado por un célebre libro de George Courteline. La vida de los cuarteles tiene un valor cómico y sentimental para el francés, que la ha conocido en sus años de servicio militar. Pero, ¿cómo queréis que un latinoamericano comprenda la gracia particularísima que encierran, para el hombre de orillas del Sena, los tipos clásicos del pitaine, el juteux o el tire-au-flancc?
Marius, de Marcel Pagnol. Película perfecta, con Raimu como intérprete... Pero quien no sepa percibir las diferencias que existen entre el carácter del parisiense y el del marsellés, quien no se regocije con el acento de este último, comprenderá bien pocas cosas en este film…
No alargaré la enumeración... Claro está que no sólo películas de un carácter local producen los estudios franceses. También crean, cada año, un buen número de comedias más o menos modernas, de vaudevilles y dramas sentimentales. Pero son precisamente esos vaudevilles, esas comedias, los que podrían dar una falsa idea del desarrollo del cinematógrafo francés. Son producciones inferiores, de un humorismo trasnochado, que no siempre hacen honor a sus realizadores e intérpretes. Films puramente comerciales, y de un interés artístico bastante secundario...
A pesar de todo, desde fecha muy reciente, la cinematografía francesa tiende a universalizarse un poco. El Quijote, realizado por Pabst, con Chaliapine y Dorville, y que contiene imágenes de
una belleza suprema; el Rey Pausóle, realizado por Granowsky, en Niza; La vía sin disco, filmada por León Poirier en Etiopía, y las recientes creaciones de René Clair, podrían interesar a todos los públicos, por su amplitud y el valor, ante todo humano, de sus personajes.
Ya conocéis, pues, algunos de los aspectos que presenta el panorama de la cinematografía europea, por los años que corren...
El Nacional. Caracas, 26 de agosto de 1954
Texto extraído del libro “El Cine, décima musa”. Compilado por Salvador Arias
Selección y notas para la Jornada de la Cultura Cubana 2024 de Daryel Hernández
[1] Universum Film AG, UFA por sus siglas, fue el estudio cinematográfico más importante de Alemania.