Luis Alberto Álvarez

La prosa sobre cine de Luis Alberto Álvarez

Mié, 01/24/2024

Es absurdo pretender que la mediocridad deje de existir por el hecho de ser consumida masivamente. Es como pensar que comer excrementos es bueno porque así lo recomiendan millones de moscas en todo el mundo.         

Luis Alberto Álvarez

 

El sacerdote colombiano Alberto Álvarez (1945-1996) ayudó a educar un gusto cinematográfico a partir de una copiosa información que acumuló en sus diversos viajes por muchas regiones del mundo, donde conocería y hasta trabaría amistad con realizadores distintos y distantes, pero cercanos en su constancia por las imágenes en movimiento. Mas ello no supuso que Álvarez fuera condescendiente con la obra de los conocidos. Pues, cuando (y donde) había que reconocer un mérito ahí estaba su pluma. Cuando todo lo contrario, también estaba ella. Un acercamiento a Páginas de cine (1988)1 da fe que su saber acerca de las cinematografías mundiales era y es absolutamente admirable y por si ello no bastara, conocía en profundidad los códigos cinematográficos, amén de acceder a los secretos de obras en potencia y ya realizadas, todo lo cual le permitió escribir preciosas y sagaces críticas de cine, alejadas de cualquier beatería o pedantería que pudo haber tenido y ostentado Luis Alberto Álvarez. Cuando ya llevaba algunos años escribiendo su columna para El Colombiano de Medellín sobre toda clase de películas, colombianas y foráneas, definió una labor que aún hoy no es comprendida en su totalidad:

El crítico de cine es, más que otra cosa, un espectador intensivo. Su labor es, en mi opinión, poner a disposición de la gente que va al cine informaciones y referencias que le ayuden a formar su propio juicio, incluso contra el del crítico mismo2.

Si uno tomara una de las reflexiones o una crítica al azar de estas Páginas de cine (aunque hay que leérselas todas), aprecia al instante cuán detallista y lúcido es Luis Alberto Álvarez. Por ejemplo, en su texto «La luna. El hilo y el laberinto», en ocasión de cómo un filme de Bernardo Bertolucci se imbrica y le debe, explícitamente, tanto a la ópera el crítico colombiano apunta:

La luna es una película que puede parecer simple, simplista y hasta banal, si se parte de una simple narración exterior de su historia. Hay suficiente carga sentimental, suficiente seudofreudianismo y recargo simbólico como para la más absurda telenovela. Pero es la puesta en escena la que le da sentido a estos elementos, la que hace de ellos una fiesta de gran cine3.

Ni siquiera un guion retomado por otro director (por extraordinario que sea ese guion) garantiza lo que luego otro puede edificar cinematográficamente. Lo que no pudo hacer Grigóri Alexándrov  –como recuerda Álvarez– con el proyecto ¡Qué viva México! de Eisenstein, aun cuando el director de El acorazado Potemkin había dejado unos cuantos fotogramas y algo más de cuanto pretendía realizar. Caso muy parecido el de Steven Spielberg con el primer concepto de Stanley Kubrick sobre Inteligencia Artificial. Spielberg entendió más bien la cuestión tecnológica de los efectos especiales. Y a propósito de Spielberg, habría que buscar si Álvarez escribió otros comentarios acerca de un director que consideró talentoso pero dentro del llamado cine de ingenieros y ejecutivos. Y aunque el director de las aventuras de Indiana Jones, Parque Jurásico… es también el creador de La lista de Schindler y otros largometrajes interesantes y ya clásicos, hay que reconocer que Spielberg ama entretenerse en filmes muy bien hechos en cuanto a recursos pero conceptualmente –salvo en algunas excepciones (no muchas)– reiterativo en fórmulas y lugares comunes, en historias enternecedoras.

No obstante, cabe darle la razón a mi colega y amigo José Alberto Lezcano en cuanto a que el autor norteamericano sabe contar historias. Ahora bien, si se quiere leer algo distinto y muy acertado en los análisis léase del libro mencionado y del director de marras: «Miedo y consolación. ¿Quién le teme al tiburón feroz?» y, sobre todo, «E.T. Pasión, muerte y resurrección de un muñeco». Toda una lección de cómo quitarle el velo de Maya a un cine que pretende una cosa y es otra. ¡Qué manera de adentrarse en los referentes y significantes, en cuanto se quiere enseñar y al mismo tiempo se aspira a esconder! ¿Y el lenguaje? Si algo adolece la crítica cinematográfica de casi todos los países hispanohablantes es del poco beneficio que le saca a su lengua madre. No una demostración que se sabe escribir español, sino una creatividad en el modo de emplearlo. Nada más fácil y difícil para la gran mayoría de los críticos cinematográficos.

Asombra sus múltiples comparaciones o asociaciones cinematográficas. Eso se lo dio su profundo conocimiento de la historia del cine. Más que leer sobre esa manifestación artística, Álvarez la ha recepcionado. Y ello no es indispensable para la escritura sobre el séptimo arte, pero la prestigia, al paso que la enriquece para el lector agradecido. Con un texto de Luis Alberto Álvarez se recorre más de una cinematografía y se (re)conoce a sus hacedores. ¿Cómo procede en cada crítica? En primer lugar, presenta la película en su contexto (informa y describe). Describe el contorno y hasta el momento de cuándo la película ha salido a exhibirse, incluso qué la pudo haber motivado, si existe algún antecedente. Luego aborda algo de su argumento e inmediatamente se arriesga a interpretar (la interpretación deviene siempre tarea arriesgada) Pero como este colombiano es un cinéfilo muy entrenado y perspicaz, hay que admitir que, por lo general, tiene razón. De ahí que no precise admitir al pie de la letra cómo valora determinada película. Desde el principio intuimos ya su valoración.

Otro de los aciertos de las críticas del autor de Páginas de cine va desde la propia elección del título. Titular oportuna y amenamente es más complicado para muchos que empezar y terminar una crítica de arte. Y conste que Álvarez es un maestro en (re)nombrar, introducir, desarrollar y cerrar un comentario cinematográfico. Es un excelente crítico, además, porque aunque se detiene en algunos aspectos artísticos, estéticos y hasta extrartísticos (anécdotas por ejemplo) sobre una película y su equipo de realización, se centra en una idea que se sugiere desde el propio título, la cual será esbozada y por supuesto ampliada.

Jamás es de esos especialistas que pretenden decirlo todo y al final no han analizado nada. Una crítica es más certera mientras más se detiene en una cuestión estética o conceptual, no cuando alude a la puesta en escena, montaje, guion… ¿Qué decir de esos críticos informativos que se obstinan en valorar lo que no han sido capaces de analizar? ¿Qué decir de esos críticos saturados consciente e inconscientemente de terminologías y teorías artísticas que al interpretar el cine, en este caso, lo ocultan? Por un lado, chismografía y superficialidad; por otro, soberbia y petulancia ¿Luis Alberto Álvarez? Alejado de estos dos extremos. Su prosa es elegante, precisa, irónica (nunca mordaz) y, por fortuna, penetrante.

En el primer texto que abre Páginas de cine, «En contra de lugares comunes. El cine colombiano y la crítica», expresa que el crítico de cine y el cultural en Colombia –para referirse a todos los críticos– puede tener derecho a un gremio como los demás artistas. Aunque nunca fue un afán en Álvarez reclamar una suerte o desgracia de asociación para identificarse y reafirmarse. Otras de las ideas que plantea en el citado escrito es que los críticos no son incapaces de producir cosas como las que critican. Que es erróneo echarle en cara a la crítica que pretenda y quiera justipreciar el cine local colombiano con el mismo rigor que se exige del cine de Bergman o Altman. Que el consumo considerable de una película no significa ningún criterio de valor. A este respecto, transcribo un fragmento de «En contra de lugares comunes…» por cuanto aún atañe también al presente del público cubano. Aquí escribe:

Que la gente decida ver una película tiene muchos motivos y no se debería interpretar automáticamente como factor de calidad. Tampoco lo contrario, por supuesto. Muchos elementos, ambiente social, momento histórico, ocasión, oportunidad, información, competencia, pueden contribuir a que una película sea o no bien acogida por el público. Habría que ir más a fondo y preguntarse si una cinta a la que va mucha gente es realmente recibida, sentida, vivida o si sólo es consumida, gastada y luego desechada. Hay películas que tienen material temático o fórmulas narrativas capaces de producir impacto directo en vastos sectores del público y otras que sólo son acogidas en zonas delimitadas de ese mismo público. Hay películas que logran calar de inmediato y otras que son recibidas sólo gradualmente, poco a poco4.

Por otra parte, en ese apartado que Álvarez nombra «El cine de los maestros», hay que leer con especial atención esas aparentes semblanzas que no son más que estupendas radiografías de las obras y sus creadores, en especial de estos últimos. En este orden de asuntos, llama mucho la atención cuanto escribe sobre el personaje Charlot en «Charles Chaplin, confrontación de un mito», toda una suma biográfica e histórica del hombre Chaplin y de la comicidad en entredicho del primer Charlie. En uno de los primeros párrafos del texto aclara: «Desmitificar a Chaplin no significa dejarlo desprovisto de su enorme significado ni negar su inmenso e inevitable talento. El mito lo han construido otros a su alrededor y creemos que su cine tiene pies suficientes para pararse por sí solo y seguir siendo un hito5». Y antes de explayarse en toda la iniciación y hechura del mítico personaje afirma:

En realidad el personaje de Charlie, con quien se han identificado pobres y ricos del mundo, es un personaje lleno de ambigüedades. Charles no es, en gran parte, bueno y tierno, sino pérfido y malvado. Charlie es un anárquico que envejece  a través de los años y se sentimentaliza. Su rebelión no es social sino la del solitario, la del desadaptado que se defiende contra los prepotentes, que son siempre los otros6.

Este fragmento, así extraído del escrito mayor antes nombrado, puede convocar muchas desavenencias de los lectores y amantes del genial Charles Chaplin. Pero sépase que Luis Alberto Álvarez lo admiraba tanto como para ser capaz de buscar y ver casi todas sus películas, a fin de diseccionar un personaje que nunca fue monótono sino ambivalente, casi como lo fue en su propia vida el Charles Chaplin que desconocemos o no hemos querido conocer. Es una verdadera lástima que no pueda citar del todo un par de fragmentos más, con declaraciones de Chaplin incluidas, en aras de comprender sin sentimentalismo a tan compleja figura de resonancia universal.

Es sabido que la calidad de una crítica de cine no depende de la cantidad de veces que el crítico vea una película. Pero influye decididamente, a tal punto que uno como lector llega a preguntarse cuánto pudo demorar el crítico para escribir un texto de una amplitud de miras fabulosa o todo lo contrario: de unos límites apabullantes que parece como si le hubieran contado la película para escribir luego sobre ella. ¿Cuánto se debe ver una obra cinematográfica para luego criticarla? «Una primera revelación hace espectáculo, una progresiva relación muestra al maestro y a sus capacidades inigualables, da a conocer los detalles de una elaboración perpetua7». Esto lo escribió Álvarez a propósito del cine de Alfred Hitchcock y responde de alguna manera la pregunta que me hubiera gustado hacerle.

Páginas de cine pudiera citarse insistentemente en sus más de quinientas páginas, lo vale tanto por las apreciaciones generales sobre el cine –en tanto manifestación artística– como por lo más específico de un filme y su autor. El capítulo «Hollywood entre nosotros» es de una actualidad incuestionable, donde historia y examen se entremezclan para cualquier lector que gusta ir más allá de la información.

Escribo sobre el crítico colombiano Luis Alberto Álvarez por no solo conmemorarse el aniversario setenta de su nacimiento en este año, sino porque haberlo descubierto hace poco me ha traído más de una sorpresa. Primero, su enorme conocimiento sobre el cine integrado a las demás artes. La otra sorpresa está relacionada con el propio Lezcano, a quien tuve que llamar enseguida una vez que empecé a leer Páginas de cine porque me pareció (y todavía me parece) que ambos críticos tienen métodos y estilos muy similares a la hora de penetrar el laberinto cinematográfico. Lezcano me aseguró que no lo conocía, que no lo había leído nunca. Lo cual me pareció increíble por las similitudes entre el colombiano y él8. Aunque junto a José Alberto Lezcano sería conveniente mencionar también a Eduardo Manet, quien con sus críticas y artículos publicados en la revista Cine Cubano y en Granma en los años sesenta, revelarían no solo a un pensador cultural de mucha valía, sino a uno de nuestros críticos de cine más interesantes de aquella época y aún de hoy.

Notas:

1 Luego vendrían Páginas de cine volumen 2 (1992) y Páginas de cine volumen 3 (1998). Uno de los ensayos notables de Luis Alberto Álvarez se llama  «Las latas en el fondo del río. El cine colombiano visto desde la provincia», escrito con Víctor Gaviria, el cual fue publicado en la revista Cine número 8 de 1982.

2 Álvarez, Luis Alberto. Páginas de cine. Celeste 7. Colección Literaria. Universidad de Antioquia. Medellín, Colombia, 1988, p. 3.

3 Ibíd., p. 414.

4 Ibíd., p. 7.

5 Ibíd., p. 365.

6 Ídem.

7 Ibíd, ob.cit, p. 384.

8 De José Alberto Lezcano recomiendo leer La magia del laberinto, de Ediciones Loynaz. Pinar del Río, 2005.