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Las salas de cine ante un nuevo e inquietante escenario
Como paradigma de experiencia comunitaria en el disfrute de un espectáculo, la sala de cine es por naturaleza la antítesis de conceptos tan de moda en estos días como confinamiento, aislamiento o distanciamiento social. Desde su origen fueron concebidas para todo lo contrario, para que nos sentáramos unos al lado de otros, para que nos comentáramos al oído la película exhibida y compartiéramos las golosinas compradas en el vestíbulo, para mandar a callar al que nos molesta hablando en voz alta inmediatamente delante o detrás, y para que, ante una escena de suspenso o terror, tuviéramos al alcance a alguien de quien agarrarnos, o en caso contrario, si la película estaba aburrida, alguien con quien disfrutar un momento de intimidad. Porque para eso, además de unirnos físicamente, las salas de cine nos invitan a juntarnos aún más con la oscuridad.
Ante un escenario tan ideal para la propagación de un virus, las salas de cine fueron de las primeras en cerrar sus puertas por la pandemia, y ahora que comienza este tímido retorno a normalidad ―o como la llaman algunos, “nueva normalidad”― se enfrentan al dilema de cuándo y cómo reabrirlas.
En un mundo tan pródigo en oráculos como el que vivimos, se multiplican las predicciones sobre cómo ocurrirá este proceso, pero lo cierto es que ni la más optimista de ellas augura un futuro muy esperanzador que digamos para recintos que, ya desde mucho antes del coronavirus, eran acosados por vías alternativas de consumo cinematográfico más enfiladas al ámbito doméstico que a la opción gregaria de la sala.
Para algunos, incluso, esta situación que atravesamos representa un certificado de defunción o tiro de gracia para la forma tradicional de ver cine, mientras que otros condicionan la suerte de los cines a la aparición de la vacuna que permita vencer el recelo y la desconfianza con que ahora mismo nos podemos imaginar comprando un boleto en taquilla para ir a sentarnos al lado, o cerca, de un extraño.
Como también vivimos en un mundo gobernado por tantos intereses, no debemos dejar de tener en cuenta los de los más beneficiados con el holocausto que se anuncia. Un simple dato: durante los meses de abril y mayo de este año, la plataforma de streaming Netflix duplicó sus ingresos respecto a igual período del año anterior. No es difícil deducir entonces que para el flamante y pujante mundo de las transmisiones de contenidos online el mundo de las salas de cine ha pasado ya a una categoría de icono simbólico del pasado al que la pandemia ha venido a administrarle los últimos sacramentos.
Afortunadamente, no todo es tan sencillo como pudiera parecerles a Netflix, HBO o Disney+, por muy selectos y variados que sean los menús que ponen a nuestra disposición. Sin dejar de valorar el alcance actual, y sobre todo futuro, de estos medios online, la industria y el mercado del cine aún apuestan por las salas, y no por un empecinamiento tradicionalista y nostálgico en preservar espacios en los que se formaron tantas generaciones de espectadores, sino por su interés en mantenerlas como otro tipo probadamente eficaz de plataforma para el lanzamiento de sus obras ―término preferible al de productos―, en esos acostumbrados actos litúrgicos de la cinefilia como son las premieres, muestras, semanas de cine, festivales, etc., o simplemente en el lucrativo funcionamiento de multisalas comerciales que forman parte de gigantescos centros comerciales de activa gestión empresarial.
Por supuesto, no ignoramos que esa opción de pantalla ancha y lunetario ―como la del streaming― sigue aún dominada por el cine hegemónico, pero resulta aún más importante e imprescindible para otras cinematografías que luchan por conquistar sus predios para defender su supervivencia e identidad. Porque la sala es capaz de aportar al visionaje de un filme lo que esta fuera del alcance de una pantalla plana de cualquier cantidad de pulgadas, súper HD y sonido 4K, esto es, la socialización, reflexión y promoción colectiva de una película en tanto experiencia artística.
En nuestro contexto, sin dudas habrá que pensar muy detenidamente cómo será la reapertura una vez que existan las condiciones para acometerla. Por el tamaño de las salas, su estado, la empleomanía y la programación. Por las medidas de protección que continuarán vigentes en el periodo pospandemia. Debía ser la ocasión propicia para acudir a todos los medios a nuestro alcance con el objetivo de reanimarlas, diversificarlas y subrayar la significación cultural e incluso emotiva de su reencuentro con el público.
Una observación atribuida al cineasta Jean-Luc Godard me sirve de conclusión a estas consideraciones en torno al tema: “La pregunta no es si el cine perdurará, sino si tiene el derecho a perdurar”. Creo que el mismo cuestionamiento es aplicable a las salas de cine. La respuesta depende de nosotros.