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Llevarse el gato al agua
Cuando le preguntaron a Den Xiaoping, por aquel entonces presidente de la República Popular China, si no temía que hubiera nuevos ricos con la apertura económica que liberalizaba las fuerzas productivas para el desarrollo de su país, el mandatario respondió: “Da igual que el gato sea negro o blanco, lo importante es que cace ratones”. Se trata de una máxima confuciana —no transcribo ad pedem litterae— que hizo posible el esplendor económico de China, sobre todo después de que el propio Xiaoping hiciera famosa otra de sus frases en alguno de sus discursos, durante su viaje por varias ciudades del sur en la primavera de 1992: “Enriquecerse es glorioso”. Esta sí, copiada al pie de la letra, fue el espaldarazo a la definitiva apertura económica del gigante asiático.
La gestión política del líder chino, iniciada antes de los sucesos de la Plaza de Tiananmen, pero retomada en los años 90, marcó el inicio de una era de prosperidad y desarrollo que convirtió a China en una de las más grandes potencias del mundo. Algunos analistas de política internacional consideran que el siglo XXI será el siglo de China y que en muy pocos años desplazará a los Estados Unidos en su carrera por la hegemonía global. Las certezas e incertidumbres de esas afirmaciones aquí importan bien poco, no más que el color y las aptitudes para cazar de ese gato chino que American Factory, el documental de Steven Bognar y Julia Reichert, literalmente, se ha llevado al agua.
Y es que la lucha por las reivindicaciones de los derechos de los trabajadores norteamericanos en una fábrica de vidrios, ahora regentada por inversores chinos, es apenas el soporte diegético que sostiene un drama mayor: el de las pugnas geopolíticas entre dos grandes potencias, y de ella la propuesta de una lectura desmitificadora del socialismo o comunismo de mercado que, según nos dice esta película, al aplicar las mismas fórmulas del capitalismo salvaje, se le “emparenta”; esto es, se convierte en el reverso más oscuro de una misma moneda.
Esa visión del documental comulga con un sector de la crítica efectuada por los estudiosos del marxismo a las políticas liberales de Xiaoping, seguidas más tarde por sus sucesores en la dirigencia del país hasta lograr su máximo esplendor en la actualidad: el abandono de la ortodoxia comunista en tanto la nueva política transfiere el poder de los obreros a tecnócratas y empresarios en su afán de construir un socialismo con características propias. Desde las ciencias sociales, el debate es intenso, con muchas aristas. Lo que me interesa es la observación del sustrato ideológico de la cinta y su hechura estética en tanto texto fílmico.
De lo primero, dos cosas: la estandarización de las dinámicas laborales —formas sociales de producción y métodos de trabajo— que marginan las conquistas sociales logradas por el socialismo durante su período de esplendor en la extinta URSS, los países de Europa del Este y gracias a los movimientos sindicalistas mundiales, incluso en sociedades capitalistas —una de ellas, la jornada laboral de ocho horas y el derecho a las asociaciones como contrapartida al patronato— potencia el discurso norteamericano contra la expansión económica china y su política de inversión extranjera en diversas economías del mundo. Segundo: las divergencias culturales e ideológicas entre dos sistemas asoman como la causa fundamental de los obstáculos que enfrenta el magnate chino para lograr que su empresa trasnacional sea lo suficientemente rentable.
Desde el punto de vista narrativo, esto último a mi juicio, es un “espejismo ideológico”, pues en realidad las pugnas en las relaciones entre trabajadores norteamericanos y sus patrones chinos obedecen a una práctica empresarial depredadora, cuyo norte no es otro que la búsqueda de mayores beneficios mientras la seguridad social, el respeto a la jornada laboral de ocho horas, el trabajo adecuadamente remunerado, entre otras demandas, se diluyen como sal en el agua.
En lo estético es innegable la excelente factura del filme. En particular, el muestrario de una mirada plural a la problemática mientras la fotografía de la película tiende a testimoniar la visión tanto de vencedores como vencidos. Es obvio desde qué perspectiva el sustrato ideológico del documental se posiciona mientras prefiere incidir en las consecuencias, muy nefastas, de un gato que se empeña en cazar ratones a como dé lugar.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 180)