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Merecido fiestón para un Festival quinceañero, en Gibara
Decenas de eventos similares quedaron en el camino, a pesar de la presencia de las mejores intenciones, y nunca llegaron a festejar los 15 años. Gracias a un conjunto de factores, voluntades y empeños, el reanimado Festival de Gibara logró alcanzar la primera mayoría de edad, la juventud plena que seguramente devendrá encomiable madurez, lugar seguro en el mapa de los eventos culturales que ocurren en Cuba.
Primero llamado Festival Internacional de Cine Pobre (en las primeras ediciones, presididas por su fundador Humberto Solás), y luego renombrado Festival Internacional de Gibara, en la indispensable continuidad asumida por el actual presidente, el actor y realizador Jorge Perugorría, el evento ha ganado no solo en cuanto al natural paso de los años, sino también en organización, profundidad de calado y claridad de intención. Continuidad y ascenso, perseverancia y responsabilidad se mancomunaron para lograr los actuales resultados.
La sintomática decimoquinta edición ocurre en una ciudad siempre marina y hospitalaria, pero ahora mejorada por una red de alojamientos, privados y estatales, que hace mucho más agradable la estancia y permite suprimir los incómodos viajes a Holguín solo para encontrar hospedaje. Es muy difícil hacer un festival en una ciudad con la mayor parte de los invitados alojados a más de 30 kilómetros. El evento ha logrado el trabajo en común de instituciones culturales y turísticas para conseguir una prosperidad evidente, impresionante para huéspedes que, como yo, estuvimos ausentes durante cuatro o cinco ediciones.
Para abrir el evento, el domingo 7 de julio a las once de la mañana, el Festival decidió confirmar su apuesta indeclinable por el cine nacional (al igual que hace Cannes con el cine francés, Berlín con el alemán, Venecia con el italiano y San Sebastián con el español, por solo mencionar unos pocos) y se ofreció un conversatorio-tertulia sobre los premiados nacionales al Lucía de Honor, Fernando Pérez y Daisy Granados. Ambos se refirieron a la hermosa casualidad de que coincidieron también cuando recibieron, el mismo año, los respectivos premios nacionales de cine, y hablaron de sus primeros pasos en el cine, y del encuentro con personalidades que marcaron su trayectoria, como Tomás Gutiérrez Alea y Humberto Solás. En la noche, el cine Jibá estaba de gala para hacerles entrega formal de los premios Lucía de honor por una vida consagrada a resaltar lo mejor de la cultura cubana, cine mediante.
Irradiante y luminosa debía ser, y lo fue, la apertura musical, como dirían los conductores de radio. Kelvis Ochoa y David Torrens intercambiaron, hicieron a dúo o en solitario canciones clásicas de Silvio y Pablo, y al espectador apenas le queda otra posibilidad que soñar con un disco, con repetir este concierto memorable en La Habana y que lo grabe la televisión, en hacerlo llegar a la mayor cantidad posible de cubanos, en esta época tan necesitada de poesía y arte. Kelvis y David demostraron su liderazgo y señorío entre los músicos de su generación, y supieron colocar en primerísimo lugar la gratitud por la herencia recibida de la generación trovadoresca precedente.
La línea de sucesión al trono, en los reinos del son y la salsa, también quedó perfectamente establecida, una vez más, cuando los cantautores fueron relevados por Issac Delgado, siempre elegante, siempre comedido, siempre dispuesto a compartir el gozo que implica amar la música cubana en su diversidad y altura. Después de la medianoche, él y sus músicos pusieron a bailar a gibareños y foráneos, en la Plaza da Silva, con algunas piezas de su nuevo disco, y el concierto, aunque tuvo sabor a poquito, dejó en el ánimo regusto a canela y salitre, marisco y mamey.
Al día siguiente, después de la eclosión musical, de vuelta al cine. Fernando Pérez moderó el panel sobre Nuevo cine cubano: Desafíos del siglo XX, y comenzó asegurando que sueña con un Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos donde la A de Arte siga estando primero, un Instituto que favorezca, dinamice y apoye la producción de un cine diverso, con filmes de muy distintas estéticas. Se reconoció la importancia de la aprobación del Decreto que legaliza la producción independiente, y Kiki Álvarez, un realizador que debutó en los años 90 y ha sabido reinventarse con el paso del tiempo, insistió en la necesidad de forjar un espacio de confianza entre las instituciones y los creadores, y también afirmó convencido que el Fondo recién creado no puede ser la única vía para hacer cine, y subrayó la necesidad de no detenerse ni sentarse a esperar.
Por parte de Producciones de la Quinta Avenida (Juan de los Muertos, El extraordinario viaje de Celeste García) Claudia Calviño comentó que veía el Decreto como una base para continuar trabajando, y la posición tiene que ser la de mejorarlo y enriquecerlo, pero además se impone ahora capacitar a los profesionales del cine con nuevos estilos de trabajo, pues la mayor parte de ellos está habituada a trabajar al amparo de las instituciones, y la producción independiente requiere otras dinámicas e iniciativas. Al cine independiente se llega porque no hay otra opción, aseguraron, cada uno a su manera, los realizadores Carlos Lechuga (Melaza, Santa y Andrés) y Eduardo del Llano (la serie de Nicanor); ambos también insistieron en el imperativo de luchar contra el desánimo, porque los obstáculos y desafíos siguen siendo enormes, y la única posibilidad viable para los creadores es continuar haciendo cine, de una u otra manera.
La tarde caliente, de día claro, devino buen momento para cobijarse a la sombra del lobby del Hotel Ordoño, donde estaba instalada la exposición fotográfica 25/50, de Cirenaica Moreira, que recorre a grandes lapsos su obra, desde el pequeño formato en blanco y negro, hasta la explosión de luz, color y onirismo en las grandes instantáneas más recientes. En una y otra etapas, siempre, destaca la atención de la autora por la introspección femenina, el momento de intimidad y ensoñación, ensanchado en florescencias y adormecidas sensualidades. Las fotos de Cirenaica atrapan un instante que pudo haberse escurrido por los laberintos de la memoria, probablemente del sueño, y la autora les confiere un carácter tangible, carnal, hasta objetivo, de modo que se ensanchen los límites de la duda razonable, y se vuelva imposible elucidar verdad, fantasía y figuración de modelo en pose, porque las tres categorías se confunden.
Mientras el cine Jibá exhibía, durante los tres primeros días, filmes tan provocativos como la gamberra y sobrecargada coproducción cubano-española Antes que llegue el ferry, la socarrona reflexión china sobre el cine independiente y de autor que es Animal World, y el experimento en animación-documental engastado singularmente en la tradición de cine dentro del cine (Buñuel en el laberinto de las tortugas), el festival y la ciudad toda se vio sacudida por esa catarsis llamada 10 millones que la compañía Argos Teatro representó dos días consecutivos, en una Casa de Cultura atestada. Mucho se ha hablado y escrito sobre el estremecimiento, la catarsis, las lágrimas que provoca la obra en casi todos los cubanos (al lado mío sollozaba un realizador argentino y un documentalista español) en tanto nos permite asumir errores, comprender en qué erramos y por qué, porque los actores magistrales, el texto hermoso y evocador, nos incentiva la voluntad reparadora, el deseo de perdón (nunca de olvido), y la búsqueda de la reconciliación que nos permita continuar hacia adelante, pero desde la certeza sobre el verdadero precio de nuestras elecciones.
Sobre los descubrimientos que atañen directamente al estado actual del cine cubano e internacional, escribiré con mayor detenimiento en un próximo comentario, a la hora de compendiar premios y las jornadas finales de esta edición quinceañera. Porque de la mano de los organizadores del Festival uno puede, debe, ver teatro, asistir a conciertos de los mejores músicos, recrearse con las artes visuales, y adentrarse en una porción de lo mejor de la cultura cubana, un sitial donde no siempre está el cine.
(Tomado de La Jiribilla)