NOTICIA
Palabras en el aniversario 60 de la Cinemateca de Cuba
A continuación reproducimos las palabras del director de la Cinemateca de Cuba, Luciano Castillo, en el acto de entrega este jueves de la Distinción Por la Cultura Nacional a prestigiosos profesionales del cine, realizado en el Ministerio de Cultura y en el contexto del aniversario 60 de la Cinemateca de Cuba.
Palabras en el 60 aniversario de la Cinemateca de Cuba:
Sin haber transcurrido todavía un año desde la creación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, el lunes 6 de febrero de 1960, Alfredo Guevara Valdés, su presidente, firmó en su oficina del quinto piso del Edificio Atlantic la resolución que fundaba la Cinemateca de Cuba. Acababa de inaugurar un modesto departamento de dibujos animados y era consciente de que una revista propia constituía una necesidad, como también un noticiario que respondiera a los intereses de la Revolución y del ICAIC.
Sin embargo, la puesta en marcha de una Cinemateca era impostergable para la preservación del disperso patrimonio fílmico nacional, ya bastante afectado por la inexistencia antes de 1959 de entidad alguna destinada a su protección.
Ese motivo condujo a que la Federación Internacional de Archivos de Filmes no permitiera el ingreso al Cine Club de La Habana, devenido en los años cincuenta Cinemateca de Cuba, no obstante su tesonera labor por exhibir clásicos del cine en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, el Museo de Bellas Artes, el Lyceum and Lawn Tennis Club de Calzada y 8 y el Colegio Nacional de Arquitectos. Nunca consiguió atesorar copias de ninguna producción cubana por carecer de bóvedas debidamente acondicionadas. La situación imperante impidió que alcanzaran ese objetivo.
Al frente, Alfredo situó a Héctor García Mesa, un hombre cultísimo y de toda su confianza, que se consagró de inmediato a las labores organizativas hasta que el domingo primero de diciembre de 1961, la Cinemateca de Cuba presenta en el Cine de Arte ICAIC (hoy Charles Chaplin) El acorazado Potemkin (Bronenósets Potiomkin, 1925), dirigido por Serguéi M. Eisenstein.
Con ese clásico de la historia del cine proyectado ese día en la función inaugural del ciclo “Tres décadas de cine soviético” comenzaba sus exhibiciones. Conformar la programación en ciclos temáticos respondió no solo a la práctica habitual en todo el mundo, sino al intento de ubicar la significación de cada filme dentro de una corriente, una etapa histórica o la obra de un cineasta.
Contribuir al fomento de un público cualitativamente superior, otro de los objetivos fundacionales del ICAIC, fue incentivado por la entonces naciente Cinemateca, paralelo a la localización, adquisición, conservación, restauración, catalogación y exhibición de películas de interés artístico, y de toda índole, así como toda documentación sobre la historia y desarrollo del cine nacional y mundial.
Las primeras iniciativas emprendidas fueron crear la Sección de Cine Clubes y coordinar la Unidad de Cine Móvil a partir de 1962 para difundir el séptimo arte en los más recónditos lugares. La envergadura alcanzada por los cines móviles provocó que este departamento se independizara de la Cinemateca.
El rigor desplegado desde sus inicios incidió en la admisión en 1963 de la Cinemateca de Cuba como miembro pleno de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF) y se integró desde abril de 1985 como miembro fundador de la Coordinadora Latinoamericana de Archivos de Imágenes en Movimiento (CLAIM).
La entidad cubana —una de las más antiguas del continente— difiere de otras análogas en el mundo en que sus programas no solo se exhiben en la capital, sino a lo largo de la isla como una suerte de museo ambulante de cine, en fase actual de reorganización.
Gracias a la propuesta de la Cinemateca de Cuba, los negativos del Noticiero ICAIC Latinoamericano (1960-1990) fueron inscritos hace una década en el programa Memoria del Mundo de la UNESCO. Para esta fecha, la colección de carteles cinematográficos del ICAIC que ha conseguido reunir ya cuenta con la aprobación a nivel regional y con ellos despliega acciones referidas a la localización de obras, completamiento del acervo, la catalogación y su digitalización.
Incentivar convenios para la restauración de los clásicos del cine nacional que atesora en sus fondos, numerosas investigaciones, frecuentes exposiciones en Cuba y el extranjero, la publicación de varios libros, entre los que sobresale la Bitácora del Cine Cubano, el perenne celo en su programación (sin descuidar a los niños y jóvenes), la apertura de la librería Gérard Philipe, la primera y única en la isla dedicada al cine y los medios audiovisuales, y los múltiples servicios que presta a estudiantes e investigadores, en constante incremento, marcan la trayectoria de esta institución ya sexagenaria.
La decisión gubernamental de otorgarle una nueva sede a la Cinemateca de Cuba, coincidente con estas seis décadas de fructífera existencia, reconoce el intenso trabajo desarrollado por la institución. Nos encontramos a escasos pasos del lugar donde Alfredo Guevara se consagró a su labor intelectual y al legado de su pensamiento ante todo a las nuevas generaciones de creadores. Destinar sus espacios a la Cinemateca representa una manera de perpetuar la obra de un hombre perteneciente a la estirpe de los fundadores.
“El cine cubano ha logrado crear obras y todo un movimiento artístico que ha pasado a formar parte de nuestro patrimonio cultural”, expresó Alfredo Guevara en el Informe Central al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba. Y en ese movimiento convergen de uno u otro modo, como si de un caudaloso río se tratara, las trayectorias relevantes de más de una decena de personas, a quienes rendimos tributo en esta fecha escogida, además, para la entrega de la Distinción Por la Cultura Nacional.
Tres de ellos ya no se encuentran físicamente entre nosotros: Gina Preval, consagrada desde siempre a la promoción del cine y activa impulsora de la Federación Nacional de Cine Clubes de Cuba; Zita Morriña, la inolvidable Toti, que integró el equipo de realización de no pocas obras de nuestro cine, antes de prestar su aliento al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano; y Tomás Piard, alguien que vivía por y para el cine y para quien las funciones de la Cinemateca significaron un refugio y una escuela. Llegue a sus familiares presentes el testimonio de nuestra gratitud por el privilegio de conocerlos.
Tres laureados integran esa legión de héroes anónimos que posibilitan la producción del ICAIC: la octogenaria Violeta Cooper, supervisora del vestuario desde el taller a las peripecias de los rodajes; el también octogenario Eduardo Lawrence Spencer, técnico en construcciones cinematográficas con una filmografía impresionante desde que en 1962 entró por primera vez a un plató en los Estudios Cubanacán; y el septuagenario José Figueroa Gutiérrez, especialista en iluminación en más de sesenta títulos. Si sumamos la cantidad de años consagrados por ellos al cine, la cifra es próxima al número de películas en las que figuran en sus créditos.
Con su inveterada dulzura, Alina Rey, poseedora también de experiencias detrás de las cámaras, laboró varios años como Especialista en Programación de la Actividad Cultural; Marina Ochoa comenzó desde mediados de los años setenta del Siglo de Lumière a laborar en el ICAIC como analista, y desempeñó la asistencia de dirección de notorios realizadores antes de incursionar como documentalista.
Mientras tanto, el octogenario Jorge Calderón, apasionado por la música casi en idéntica proporción que por el cine, es de esos que se enorgullecen en ser llamados “cocuyos de Cinemateca”. Uno de estos fue un entonces joven ingeniero civil, que pronto convirtió el cine en el centro de su vida: Iván Giroud. En las funciones de la sala Charles Chaplin no podía soñar siquiera que llegaría a presidir el Festival gestado por Alfredo Guevara, con quien tuvo el privilegio de trabajar.
Integran también este conjunto tres personalidades vinculadas al trabajo de la Cinemateca de Cuba a lo largo de una considerable cantidad de años. Pedro Ortega, quien transitó primero por los departamentos de dibujos animados y cine móviles en la Distribuidora Nacional de Películas, la Vicepresidencia de programación y como especialista de la Cinemateca hasta incorporarse en el 2000 a la Casa del Festival, donde ejerce, entre otras, las funciones de programador.
Antonio Mazón Robau, cinéfilo a tiempo completo, incorpora a su vasta experiencia en la Distribuidora Nacional espacios radiales y en la televisión, ser el artífice dotado de una considerable dosis de paciencia para configurar una programación de predominante equilibrio. Interesada por la gráfica, Sara Vega, especialista de cine cubano, descubrió en la exigua colección de carteles con que contaba la Cinemateca una vocación latente hasta entonces y ha contribuido a otorgarle el lugar protagónico que le corresponde mediante iniciativas para completarla, investigaciones, la permanente curaduría de exposiciones y la publicación de varios libros sobre un tema inexplorado por tanto tiempo.
Reciban todos este merecidísimo reconocimiento por su entrega a la cultura cinematográfica nacional en una efeméride tan descollante como la que conmemoramos este 6 de febrero, culminación del enorme trabajo realizado por la Cinemateca de Cuba. Tempranamente recibió elogios por “dar muestra de un sentido certero del cine” y por estar sus programas “a la altura de cualquier exigencia europea”, pero ante todo, por esa preocupación perdurable de situar el séptimo arte al servicio del exigente público que, al decir de Héctor García Mesa, la convirtieron en un museo vivo del cine.