El Joker

¡Ríe, payaso! ¡Liberen al Joker!

Mié, 07/15/2020

Del continuismo clasista y la incorrección política a la revuelta de los indignados

¡Actuar! ¡Mientras preso del delirio,
no sé ya lo que digo ni lo que hago!
Y sin embargo, es necesario. ¡Esfuérzate!
¡Bah! ¿Acaso eres tú un hombre? ¡Eres payaso!
Ponte el traje y empólvate el rostro. La gente paga y aquí quiere reír.
"Vesti la giubba". Pagliacci. Ruggero Leoncavallo

1. Todo debe irse

Que un largometraje de ficción proveniente de la apropiación y replicación del universo de DC Comics reciba, por méritos artísticos demostrables, el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia, evidencia, por fin, los cambios acontecidos en la consciencia y sensibilidad cinematográficas actuales. También describiría los desplantes a los antiguos criterios de selección de las películas a concursar, así como de los patrones de canonización estética, de consumo multitudinario y de distribución controlada del audiovisual de pretensiones artísticas. Sin renunciar al mal llevado y traído concepto del cine de autor, puesto en fuga y riesgo de extinción, ahora sería posible asimilar y exponer cualquier producción filmográfica industrial que, de manera contundente, o indiciaria, asuma algunas cuotas mínimas de compromiso ético, sin dejar de proponer una lectura lúcida y problematizada de la sociedad actual, desde un discurso estético e ideológico cada vez más elaborado.

Sin embargo, más allá de lo arriesgado del acercamiento cinematográfico a un personaje de historietas muy conocido, a partir de sus connotaciones clasistas y sociales, como la alegoría compleja e imperfecta del derecho ciudadano a disentir de lo instituido de manera tácita, como las leyes de comportamiento permisibles, Joker (Todd Phillips, 2019) es la encarnación de la condición humana en clara descomposición. De ahí que las claves de interpretación del filme haya que buscarlas en dos dimensiones diferentes de la realidad fáctica, más allá de la clásica dicotomía y distinción filosófica, infructuosa y recurrente, entre el bien y el mal, en abstracto, para insistir primero en el individuo como sujeto aislado, víctima de un proceso de enajenación y exclusión social, para luego desenmascarar los mecanismos de manipulación mediática de la ciudadanía. El argumento a desarrollar, por tanto, no es el de una película de superhéroes y villanos. He aquí un giro radical en la concepción de un cine de arquetipos y personajes que antes apostaban por recorrer el camino del héroe, tomando de la mano al espectador ingenuo, que en su intento válido de sublimar ciertas virtudes ancestrales era capaz de obviar a discreción los defectos, horrores y pecados que también distinguen a la especie.

Por ello lo primero que hace el filme es emplazar, debidamente, la condición humana. Joker es, antes que nada, para su desgracia, un individuo victimizado por la sociedad. Una de las bazas ideológicas de la película parte de esa condición del protagonista de paria y antisocial, discapacitado, por las razones varias que sean, para adaptarse a un entorno económico, familiar y laboral depauperado, que desestimula el altruismo y condena al ser humano a la práctica de la supervivencia. La precariedad y temporalidad de un empleo artístico y creativo, no por ello menos demandante y vocacional, lo pondrá en la primera línea de fuego de la intolerancia y el odio descarnado del conciudadano, que deviene así competidor envilecido e incapaz de distinguir y empatizar con aquel sujeto que no luzca apto para defenderse por sí mismo de los contrincantes.      

Joker mutará de a poco, de un antihéroe casi épico a un falso villano revolucionario, ni siquiera necesariamente revanchista. A falta de un Batman multimillonario y enmascarado, paladín de la justicia y el orden social instituido, Joker acabará siendo, en esencia, el archienemigo de sí mismo, pero también, de paso, al final del camino desandado en contra de su voluntad expresa, un aleccionador feroz del prójimo idiotizado e inerte que precisa ser sacudido a través de la terapia de choque. La dificultad en la construcción física y psicológica del personaje partía, precisamente, no de su presencia potente en escena, sino de la ausencia de una contraparte dialéctica, un partenaire para bailar al compás de su locura en ciernes o del todo desencadenada (1).

Al no haber un desafío actoral ni lúdico entre contrapartes que se odian, sino, apenas, monólogo recitativo, el Joker, su diseño en tanto carácter, rebasa lo accidental, y lo anecdótico, para incurrir más en lo psicológico. Su carisma y personalidad, así, no dependen del diálogo intenso entre dos enemigos a muerte que no se detestan. Todavía. Sus apariciones en tanto personaje cinematográfico a lo largo de las últimas décadas lo habían reducido a la categoría de caricatura desencajada y estridente (2), sin apenas detenerse a explicar sus orígenes y potencialidades reales, en tanto villano con una historia de vida que ayudara a entender su lógica abrasiva y delirante.

Lo que registraría de diferente y novedoso este Joker de 2019 es una historia clínica.

Es por definición un personaje en gestación, larval, óseo, que no se prolija demasiado en cuestiones de indumentaria. El Joker, que aún no se ha presentado en sociedad, es, digamos, un tarado, alguien muy dañado (3), desprovisto del apetito sexual (4) y el temperamento explosivo y obcecado visto en caracterizaciones previas del mismo personaje, ya en una etapa más avanzada de su prontuario criminal.

Aunque odiosas e inevitables, las comparaciones aplican muy bien a la hora de explicar y entender su comportamiento posterior. Este Joker, que se podría calificar de originario, es introvertido hasta lo patológico. Es un hombre castrado e hijo dependiente, casi faldero, atrapado en una relación edípica con una madre igualmente desequilibrada. Sin embargo, no es del todo un misógino desquiciado, si acaso llegara a serlo. Arthur Fleck no se adecua a un arquetipo de masculinidad que no dudaría en practicar el asesinato machista y la violencia de género, una situación que no tiene lugar en la película, más allá de que existan dudas sobre qué pasó en realidad con el personaje de Sophie, interpretado por la actriz Zazie Beetz, la madre soltera con la cual Arthur Fleck alucina una historia de amor que nunca tiene lugar a no ser en su imaginación.

Desea en silencio. También es El Doctor de la Risa. Un paliativo para el dolor infantil, un actor callejero, de reparto, al que el dolor impulsa a pasar a la acción. En resumen. Un presidenciable al cargo del "príncipe payaso del crimen" que aún no muestra su cara.         

El Joker es un pedazo de white trash, burda y reciclable: un pobretón de solemnidad. Sus motivaciones para delinquir, más que personales, son políticas, pero él no lo sabe. Para Joker el humor homicida es la continuación de la lucha de clases por otros medios. El poder económico y el aparato mediático y propagandístico que le sirve de lanzadera ideológica son el enemigo infernal a confrontar y derrotar, pero él no lo ha concienciado.       

Hasta ahora el legado y pertinencia existencial del Joker, en tanto personaje antagónico, se había concebido a raíz de sus altercados y desavenencias con El Caballero Oscuro, que aún es un niño y no el heredero universal movilizado por una venganza personal. Sin embargo, el principal avance o trueque reportado al respecto es uno que, aunque evidente, pasa inadvertido, y es el que convierte al Joker en protagonista de su historia. Quien luego será considerado el archienemigo por excelencia, la encarnación del mal, un villano antológico no por ello menos adorado y entrañable a rabiar, aquí apenas es un esbozo lastimero de lo que más adelante será: un personaje carismático y provisto de una personalidad arrolladora e incendiaria. Aun así, es cierto que en un inicio el Joker no es más que un comediante desastroso, un entretenedor sin gracia, un humorista humillado. La elección del camino del mal dimana de una sumatoria inexacta de pequeñas pero decisivas frustraciones personales que lo llevarán a la transformación definitiva e involuntaria en un anarquista que pasa del anonimato artístico a la palestra pública tras practicar varias ejecuciones sumarias.

La incontinencia hilarante no es solo la expresión de un rasgo psicopático irrefrenable. Es también, de modo consciente, un mecanismo de defensa para lidiar con la ansiedad, las derrotas, las frustraciones y el estrés. La figura del payaso que se dibuja una sonrisa permanente en el rostro, e insiste así en continuar el espectáculo a pesar de las golpizas, establece la naturaleza resiliente de un personaje positivo, empujado al crimen por circunstancias que lo superan y llevan a cometer delitos mayores, a enloquecer de manera definitiva al no poder encontrar otras formas de ser bueno. Todo debe irse, parecería decirnos el Joker. El show debe continuar.

2. No te olvides de sonreír

La conversión definitiva del Joker en un villano no ocurre por degeneración espontánea. Más allá de la disposición genética, psicológica y social, que aumentan sus probabilidades de acabar siendo un perdedor potencial, Arthur Fleck (5), el comediante, es apenas un individuo inocuo, despojado de toda comprensión clasista y política de la sociedad deshumanizada e injusta en la que le ha tocado vivir (6). Insistimos en leer el Joker en clave y siguiendo una interpretación extraestética porque lo amerita. Sin ser evidente el trasfondo sociológico al que se remite en tanto coyuntura, esta es una película que, más que explicitar intenciones, sugiere ciertas lecturas duales.

Son los individuos y la sociedad en su conjunto los que le llevan a delinquir.

Algunos de los análisis más sesudos sobre la película han insistido, como es lógico, en la caracterización psicológica del personaje a partir de sus padecimientos psiquiátricos, que lo llevarían a emprender ese viaje sin retorno, en espiral descendente, a los infiernos del desequilibrio y la demencia, a lo que se suma que es un ciudadano anodino y demacrado, llagado por la mala vida y la pobreza casi extrema que lo afectan.

Además, está condenado por su incapacidad adaptativa para asimilar o al menos entender las reglas del juego social, que preestablece la competencia deshumanizada y feroz por hacerse de unos ingresos que lo acerquen al éxito individual basado en la prosperidad y la solvencia.      

Otro tanto se ha escrito sobre los homenajes de Joker a dos referentes cinematográficos como Taxi Driver (1976) y El rey de la comedia (1982), ambas dirigidas por Martin Scorsese, cuando en realidad la película tendría mucho más que ver con V de venganza (V for Vendetta, James Mc Teigue, 2006), que narra la historia convulsa y sobrerrevolucionada de otro personaje complejo, oriundo del mundo gráfico de DC Comics, que apuesta por ocasionar una reacción en cadena que acabe con el orden social establecido.

Las claves interpretantes podrían emanar de una amalgama de problemas y situaciones sociales por resolver, que no encuentran solución, más que todo, por la incapacidad del sistema para ahondar en las causas y consecuencias de la concentración de la riqueza, provocada por la avaricia del capitalismo especulativo y financiero, responsable directo de los desequilibrios económicos más extremos y la consecuente exclusión económica de un sector poblacional activo y mayoritario que, sin embargo, no logra satisfacer sus aspiraciones, expectativas, intereses, objetivos y urgencias. El amargo caldo de cultivo de la locura personal del Joker es también la masa social efervescente lista para bullir. La actitud agresiva del personaje es el catalizador y detonante de un descontento colectivo acumulado, que acabará por estallar con fuerza, amenazando los bienes y privilegios de la casta social dominante, pero también de la clase media desmoralizada. La anarquía, el caos cósmico, cuando menos el desorden social generalizado, debido a las protestas multitudinarias que acontecerán de a poco hasta ganar en potencia y organización, dejan entrever una crítica a la desmovilización política de la ciudadanía.

En cualquier caso, Joker no es un órdago ochentero ni setentero, a pesar de su estética retroactiva y sucia, que no plomiza ni tenebrista en el plano cinematográfico.

Es una película anclada en la realidad inmediata, aunque la analogía se inscriba dentro de un pasado reciente, pero actuante en cierta medida. Sus críticas y reclamos indirectos no se circunscriben al campo cerrado o estricto de las formas de organización económica, ideológica y política de la sociedad estadounidense contemporánea, sino que conectan con determinadas problemáticas sustantivas, relacionadas con la actualidad y pertinencia de ciertos debates que condicionarían la opinión pública norteamericana, como podrían ser las luchas del movimiento feminista por la equidad laboral, la igualdad ante el derecho, pero también, no podría ser de otro modo, por la preservación de la integridad física, moral y profesional de las mujeres ante los desmanes de los hombres hegemónicos que imponen su ley, la del más fuerte.

De ahí que, a su manera, Joker cuestione y proponga derruir la práctica del acoso sexual como la ejecución del derecho de pernada de los hombres exitosos, esos depredadores de oficinas climatizadas, cuello blanco y corbata a medias: los famosos tiburones de Wall Street y su frenesí alimenticio, que ha desembocado en actitudes de asedio, derribo e ingesta oportunista de los débiles y subordinados que forman la cadena trófica que es la pirámide social actual. Como siempre ha sido en la historia de la humanidad.

La aniquilación de los corredores de bolsa que, ebrios, acosan a una mujer en el metro, habla por las claras de que el Joker, más que un antihéroe anónimo, es un justiciero, o aspiraría a serlo, al menos por el momento, si se lo permiten. Antes de convertirse en el villano por antonomasia, el Joker, que aún no pasa de ser un bromista en horas bajas, es un ciudadano indignado que de a poco gana en consciencia de clase y reacciona en consecuencia. Más que las afrentas y la paliza que le propinan los ejecutivos de marras, al abusar de él, sin saberlo, están desatando a la bestia belicosa y brutal que permanecía en estado vegetativo, que resistía estoica las humillaciones y ofensas en su contra.  

Por ello no se puede decir que sea aleatoria su selección de los sujetos a ser ejecutados. Para nada. Las muertes múltiples que se le adjudican desde el argumento del filme responde a una causa, incluso las que podrían convertirlo en un monstruo deshumanizado y letal (7).

En cualquier caso, no podemos olvidar que el Joker emplaza esa práctica hipócrita tan de moda hace rato que nos impele, casi obliga a sonreír cuando seamos víctimas. No te olvides de sonreír. Nos dicen por ahí. Mejor, como sugiere el Joker: ¡No sonrías!

3. Pon una cara feliz

El personaje del Joker también emplaza el imperativo social de asumir a rajatabla lo que se ha dado en llamar "la dictadura de la felicidad" (8). El avinagramiento de su carácter es así la resultante de su incapacidad afectiva y existencial, no ya para sonreír sin control, que lo consigue sin esfuerzo, sino para simular que vive a tiempo completo atrapado en una burbuja de seguridad y un estado emocional espontáneo y lúbrico, un mundo feliz, donde todo funciona bien y aquellos que no consiguen ser exitosos es porque no se han esforzado lo suficiente o no han tenido la ayuda y la suerte necesarias en estos casos. Joker, en tanto película y personaje de ficción, pero también cual alegoría del cambio de aires, apuesta por desenmascarar la mala práctica del simulacro social de regalar o vender una imagen impostada de felicidad y éxito basado en la práctica del individualismo más decadente, inmisericorde y voluntarista. Por tanto, la liberación del individuo pasa, otra vez, por acabar acorralándolo con una filosofía evasiva y resultadista que le induce al autoengaño, el conformismo y el desaliento más pesimista. Es decir. Simula que eres feliz a toda costa porque depende de ti y no te queda de otra si acaso quieres prosperar o acabarás convertido en un perdedor privado del derecho a reclamar. Es un cuestionamiento abierto a la cultura contemporánea del emoticono instantáneo y el meme iconoclasta que sin embargo no es percibida tal cual, sino como una incitación a la violencia injustificada e irracional.

Aunque ambientada a inicios de los años ochenta en una ciudad norteamericana imaginaria, en el contexto de una sociedad conminatoria al simulacro falaz de la felicidad infalible, Joker apunta sus cañones a las plataformas pragmáticas de la idiosincrasia anglosajona, defensora del éxito y la felicidad individual epidérmica y utilitarista. Las grandes bazas temáticas de la película se remiten a un articulado ético que tiene que ver, y mucho, con la entronización de dos prácticas recurrentes en los momentos de angustia económica y tensión social, por tanto, de auge del progresismo reivindicador: por un lado, el continuismo clasista de matriz ultraconservadora, aderezado ácidamente con lo que vendría a ser su apoyatura cuasi ideológica y retórica, esa incorrección política sin filtros ni medidas que apuesta por el recordatorio constante, por parte de los emprendedores y magnates influyentes, del modo en que la sociedad está dividida y organizada en dos clases y grupos humanos, diferenciables y separados por un abismo establecido a partir del poder adquisitivo de unos en detrimento de los otros, por tanto, de la elegancia, el estatus económico y la solvencia como rangos distintivos del hombre de éxito en contraste con la actitud antisistema y verdulera del perdedor empedernido.

Así, el arquetipo del empresario exitoso, como el modelo humano de conducta intachable y ser socialmente superior digno de imitar y respetar, encarna en el personaje despiadado de Thomas Wayne. Ya no es el altruista benefactor de una ciudad decadente, Gótica, sino un capitalista libertario y energúmeno exaltado, un multimillonario prepotente que agrede al Joker en cuanto tiene la oportunidad de ponerlo de vuelta a su lugar de origen, mientras denigra y enjuicia a la ciudadanía alzada en armas, que se resiste a ser reducida al calificativo de horda envidiosa (9). El candidato favorito a ocupar la alcaldía de Ciudad Gótica no es el filántropo modélico que luego será ejecutado junto a su esposa por un delincuente común fuera de control, sino apenas un sujeto antipático y arrogante, que se hace odiar a muerte por la ciudadanía desposeída que parece dispuesta a pasarle factura por su actitud y argumentario.

La agudización extrema del conflicto clasista en el seno de la sociedad contemporánea es una de las preocupaciones implícitas en un filme que, sin calificar de cine abiertamente político, se remite de manera indirecta y sintomática a esa situación social, potencialmente anárquica y devastadora. Otro problema sería el de la responsabilidad social de los medios masivos de comunicación, entretenimiento, información y opinión, expuestos como el altavoz e instrumento predilecto de los que detentan el poder político o aspiran a conseguirlo a cualquier costo, dispuestos a lanzar una sarta de ofensas contra aquellos que no acatan ni aceptan el carácter clasista de una sociedad excluyente, y que, en consecuencia, se resisten a ser manipulados y ninguneados.

No obstante, también en un sentido político, la película es contradictoriamente ambigua.   

Por un lado, Joker no es aún el villano terroríficamente divertido de películas anteriores. Apocado y desequilibrado, convencido pero dúctil, acabará hundido y reaccionando de manera brutal al acoso constante. Sus muchos frentes abiertos enmascararían la elección política de un filme de ficción que precisa empujar al personaje protagónico hasta que acabe desquiciado, todo ello antes de emprender acciones asesinas contra sus enemigos.  

Algunos bien intencionados optimistas podrían percibir en Joker un contundente alegato anticapitalista o antisistema. Y podría ser, pero no tras una primera interpretación rápida. Su encanto y trascendencia radica en que nos insta, sin complejos, prejuicios ni traumas, a posicionarnos del lado de Arthur Fleck, el Joker, que no es un criminal en gestación, ni siquiera un paciente psiquiátrico desequilibrado que apuesta por la violencia extrema. El Joker no es siquiera el villano, sino una víctima social que ha decidido ejercitar su derecho ciudadano a la desobediencia civil y la aplicación inmediata de la justicia.

4. Él, que ríe último

Algunas conclusiones podrían dimanar de la interpretación intencionadamente política de Joker. Primero. La criminalización común del disidente descontento es una estrategia represiva, pero también retórica, por parte del sistema político dominante. Las cloacas del estado del bienestar y la prosperidad personal inherente a las sociedades del consumo, de la felicidad y el éxito individual, están rebozadas por los cadáveres de los cientos de miles de ciudadanos indignados, que se resisten a ser deshumanizados y despojados de sus derechos civiles más elementales. El de manifestarse, entre otros.

En consecuencia, la consciencia colectiva, digamos social, es descrita tendenciosamente de manera errática, irracional y reactiva. La división clasista extrema es una realidad económica incuestionable. La sociedad norteamericana contemporánea apuesta por la espectacularidad y el exhibicionismo a la hora de zanjar sus diferencias ideológicas.

El continuismo dialéctico, que no estático, a través del cual el estado de derecho vigente administra la justicia de manera conveniente, discrecional y partidista, es otra socorrida estrategia política para diluir el descontento popular tras la mascarada de los desórdenes públicos y la desobediencia civil, acusadas de actitudes antidemocráticas y criminales. El ciudadano descontento es descrito y tratado como un criminal común, en su defecto, cual un enfermo mental, cuando la delincuencia tal vez debería ser asumida, en realidad, como un posicionamiento político casi extremo. Bajo esa lógica divergente pero válida, no existirían los criminales comunes. Por tanto, delinquir, en cualquiera de sus formas, es cuando menos una decisión consciente que nos troca en presos políticos en potencia. Quizás el final de Joker describe mejor la ambigüedad ética y moral de un largometraje que evita una solución argumental y dramática ejemplarizante para proponer, a cambio, la opción de elegir si nos acogemos al derecho a disentir en nuestra condición de seres humanos, pero sobre todo de ciudadanos con derechos inalienables o si, por el contrario, reaccionamos de manera escandalizada ante la revuelta de los indignados.

El Joker podría ser visto como el último gran héroe de la clase obrera norteamericana. Habría que entender la revolución que desencadena, más bien la rebelión, como un acto creativo, de amor propio, de apropiación del espacio personal, pero también público, ocupado por los demás que le desprecian por pobre. Joker eleva al individuo anónimo, pero siempre concreto, en la medida que lo impele, por las malas, a sumarse a las masas que reclaman ser escuchadas para enfrentar al sistema político y social que los oprime. Según establece el filme, la sonrisa siempre será un acto subversivo, que nos humaniza.

En lo estético, Joker, en tanto comodín cinematográfico, es la última carta de la baraja. Disfruta y padece a partes desiguales de cierto regusto a ópera rocosa, al dramatismo decimonónico actualizado con algunas dosis de escenas de acción y violencia extrema, casi gore. En cualquier caso, parece advertirnos desde su elocuencia macabra y oscura: "¡La commedia é finita!" (10). Solo nos queda por decir, más bien, ordenar, quizás sugerir: ¡Ríe, payaso! ¡Liberen al Joker!   

Notas:
(1) Fue el contrapunteo dialéctico y el intercambio físico intenso entre Batman y el Joker lo que llevaría a Heath Ledger a ganar, póstumamente, el Óscar al mejor actor de reparto por El caballero oscuro (The Dark Knight, Christopher Nolan, 2008). Con el antecedente cercano e ineludible, por sublime, del Joker interpretado por Jack Nicholson en Batman (Tim Burton, 1989) y la caracterización igualmente genial y monstruosa, incluso superior, que hizo Heath Ledger, el gran desafío actoral para Joaquin Phoenix consistía en pasar de ser el antagonista antológico y villano de manual a convertirse en el protagonista decadente y solitario. El mérito radica justo ahí. En el monólogo alucinante y ejemplar de un personaje hecho a la medida del actor y de sí mismo. La bajada de peso es apenas una exigencia y forma de martirizar el cuerpo para liberar la mente de las ataduras que podrían llevarlo a salirse del guion establecido.   

(2) El rastreo existencial de los orígenes del personaje, asumiendo que es el mismo en las distintas adaptaciones cinematográficas, arroja que difieren mucho entre sí. Si bien al Joker que interpreta Jack Nicholson le propinan un abrasivo baño de ácido que acabará por dibujarle una sonrisa mefistofélica en el rostro, ya cuando llegamos a The Dark Knight las explicaciones son otras. La sonrisa perenne, que no es tal, deja de ser una mueca acartonada y deforme para convertirse en horrendas cicatrices o costurones no quirúrgicos, derivados, a juzgar por las explicaciones o razones del personaje asumido por Heath Ledger, de dos experiencias diferentes igualmente traumáticas, pero incompatibles. Por un lado, la acción abusiva de un padre violento que le ocasiona el daño en el rostro. Por el otro, una acción empática y voluntaria, por parte del personaje, que se autoinflige las heridas para apoyar a una novia dañada. En cualquier caso, de lo que hablamos es de un rasgo facial devenido marca de identidad de un personaje antológico.

(3) Esto se remarca en el Joker del filme Escuadrón suicida (James Gunn, 2016). Ahí, asumido por Jared Leto, en su caracterización física, se le adiciona casi de la nada, en la frente, un tatuaje que dice, textualmente: Damaged.   

(4) Más que apetito sexual habría que hablar de sex appeal. El Joker de Joaquin Phoenix no rezuma la sensualidad que distingue a otras caracterizaciones del personaje, desarmadas del encanto suficiente, no para no resultar irresistible, sino al menos para no pasar inadvertido o resultar francamente repulsivo.      

(5) El apellido del personaje establece la imposibilidad de sustraerse al estatus de ciudadano de tercera categoría, atascado per se en un excluyente sistema de castas. Fleck, en su acepción principal: "manchita, mota, salpicadura", lo que instituye de primeras el estatus ciudadano del personaje protagónico. Arthur Fleck es una mancha humana, un perdedor, y debe ser tratado como tal.

(6) En algún que otro artículo de los que politizan a lugar la interpretación de la película, se ha manejado la teoría plausible que adjudica el estallido de locura del Joker, precisamente, más allá de su desastrosa historia de vida, a ciertos recortes presupuestarios y de personal en la atención primaria norteamericana, derivados de la desactivación de ciertos programas de salud mental implementados por gobiernos previos, y que bajo el mandato de la nueva administración norteamericana ha supuesto un retroceso manifiesto en la cobertura médica y el tratamiento de este tipo de enfermedades mentales.   

(7) Más que asesinato, la muerte de la madre en pleno hospital podría ser entendida como la práctica de la eutanasia de un enfermo terminal que sufre de dolores atroces que no solo tienen que ser de naturaleza fisiológica, sino también, sobre todo, mental. Al practicar el delito y pecado del matricidio de la mujer que lo adoptó, el Joker le estaba pasando factura, no por mentirle sobre su origen y su supuesto padre biológico, sino por otro hecho más deleznable y pérfido, el que establece que él fue abusado, suponemos que sexualmente, por la pareja de esa madre enloquecida e inestable en lo emocional que no hizo nada al respecto. También, el matricidio debería ser visto, en este caso, como la salida definitiva a un conflicto lascivo de difícil solución médica.

(8) La dictadura de la felicidad, que apenas circunscribe la psicología positiva a la teoría del bienestar, basa el crecimiento personal en las diferentes formas de aumentar dicha experiencia. Asimismo, establece la importancia causal que tienen las emociones sobre la salud y el bienestar, que solo admite y permite las denominadas "positivas", una dicotomía en extremo simplista, que secciona las emociones en positivas y negativas, en vez de tratarlas como un continuo positivo y negativo, en el que tanto unas emociones como otras tienen relevancia. Siguiendo, por tanto, la ideología de la psicología positivista, llegamos al punto en que si no has logrado tus objetivos es porque no lo has deseado con todas tus fuerzas.

(9) Thomas Wayne es otro personaje secundario habitual que ahora sufre un interesante y profundo cambio en su concepción y registro. Una decisión que ayudaría a reforzar el trasfondo político de la película al describir y enjuiciar a los poderosos como arrogantes y egoístas. En la versión de la película subtitulada en español, el apelativo con que Thomas Wayne se refiere a los indignados que se manifiestan contra la represión policial es el de "perroflautas", un calificativo denostador y prejuicioso que se refiere, primero, al supuesto aspecto zarrapastroso de los individuos que protestan para, después, establecer su comportamiento desobediente como un acto delictivo de resentidos.    

(10) En la voz del personaje de Canio, es la línea final de Pagliacci, drama en dos actos con música y libreto del compositor italiano Ruggero Leoncavallo.

(Tomado de Revista Cine Cubano, no. 206-207)