NOTICIA
Roberto Fernández Retamar: lo que fue dictando el fuego
Ha muerto en La Habana, su Habana, Roberto Fernández Retamar. Ha muerto aquí, como su poema de los tiempos duros de los 90, recordando a Brecht.
Ha muerto el día después de la apertura en Casa de las Américas, su Casa como la de Haydée, de la hermosísima exposición La línea de la vida, un recorrido real y poético por el enorme trazado en acción que atesora esta sede cultural de la Revolución. La Casa de tantas anunciaciones que ayudó a hacer y sostener.
Ah, Roberto, el azar y las precisas leyes que tanto citabas, pero que no pueden ahora, de ninguna manera, ahuyentar el dolor profundo ante tu pérdida.
Para poder decir algo, no se me ocurre otra cosa que reiterar unas líneas de la carta que le dirigí por su cumpleaños 85, ahora que desandaba sus 90.
Retamar encarnó un modelo de verdadero intelectual, aun sabiéndolo ajeno a establecer modelos con su persona. Atento a todas las aristas de su tiempo ―difícil como todos, según me enseñó que espetaba Borges a los suyos―, profundo conocedor de cómo los vericuetos del pasado iluminan las complejidades del presente, objetivo y optimista con el futuro. Y, sobre todo, comprometido; sabedor del peso incontrolable de la palabra pública y privada.
También por su sólido, culto, universal dominio de los instrumentos específicos y tareas correspondientes del cultivo de la lengua para la poesía y el pensamiento. Sus poemas y ensayos, sencillamente, nos acompañan. Y tuvimos la dicha de escuchar sus versos en la hondura de su voz magnífica ―ay, aquella velada de poesía y música con Silvio en la sala Che Guevara de la Casa―. Y de reírnos con su finísimo humor y disfrutar las conversaciones sobre la pelota, elevada a inigualable altura en su legendario Pio tai.
Su recia y simbólica figura intelectual, entre los nombres claves de Nuestra América, perdurará como una vida de inmensa plenitud en medio de un larguísimo combate.
Está de luto la República de las Letras, está de luto Cuba.
Pero como también escribió, a la vera de Sor Juana, nada borrará el agua, Roberto, de lo que fue dictando el fuego.
Gracias, maestro, siempre.
(Tomado de La Jiribilla)