NOTICIA
¡Santiago era un cubanazo!
Conversar con el Dtor. Eusebio Leal la excepcionalidad de un país y de sus hombres. Conversar sobre el Santiago Álvarez que conoció, “de un heroísmo intelectual y una simpatía enorme”, es constatar que nada se extravió, que “la nube negra” a través de sus ojos no pudo pasar, que la vida está en los labios de quien la nombra.
Su primer recuerdo conectado al cine.
Mi primera memoria del cine está unida a un taller que se llamaba “Aspacia”, que era propiedad del padre de Julio García Espinosa. Después, era un muchachito, cuando buscando empleo me fui como asistente de Teodoro Carrillo, Loro, una figura indispensable en la historia posterior del ICAIC. Loro sería el gran creador de la escenografía, maestro tapicero y con él yo trabajaba.
Triunfa la Revolución y se crea el primer lugar al que vine a trabajar, que fue la antigua administración o el gobierno en la ciudad de La Habana, cuando no imaginaba que algún día me involucraría en la restauración de ese edificio y todavía no conocía al historiador de la ciudad de La Habana.
Rolando López del Amo, entonces director de extensión universitaria, crea una sección cinematográfica para jóvenes que querían conocer de la historia del cine, así que asistí a esa especie de cineclub. Fuimos al Rialto a deslumbrarnos con el cine del realismo italiano, con el cine de los hermanos Taviani, con el cine de Ingmar Bergman, que precisamente en 2018 fue su centenario.
Fue ahí donde apareció el Noticiero ICAIC Latinoamericano, que jugaba mucho con el tipo de cine que estábamos viendo. No era un cine en colores, sino en blanco y negro, un cine lleno de contrastes, lleno de matices, lleno de grandes fotógrafos y camarógrafos, y dentro de ese contexto, aparece el Noticiero.
El Noticiero tenía una dinámica diferente a todo lo que habíamos visto antes, a lo que se veía en la televisión, a lo que antes del 59 se colocaba como noticiero para el cine. A veces, el nudo español, por ejemplo. Ahora parecía una cosa que, por su naturaleza, era tan revolucionaria como el momento que estábamos viviendo: desde el movimiento de la cámara, desde los objetivos, hasta la inmensa humanidad de los personajes que aparecían en ella. Era como la crónica activa de nuestra vida cotidiana pero era, al mismo tiempo, la crónica del futuro. Esa virtud tenía el Noticiero.
Y ahí aparecía en determinado momento el nombre de Santiago, cuando yo estaba muy lejos todavía de acercarme intelectualmente a lo que sería después el mundo del ICAIC para mí, que fue también muy importante por lo que significa el ICAIC en la historia de la cultura cubana hasta hoy.
La Habana en la obra de Santiago… ¿La vio él como la estamos viendo muchos de nosotros?
Él fue el cronista, como te decía, de la dinámica de la Revolución, fue el cronista de la vida y obra de Fidel, de la gran generación histórica. Fue la visión del despertar de las nuevas generaciones, que era como asistir en un invernadero a la apertura de una flor, de una planta. Así se vio la inmensa manifestación de la alfabetización, el rostro verdadero del mundo de la caña y del campesinado. Ahí se vio la clase obrera intervenir directamente en la transformación de una sociedad, se conocieron también los grandes problemas de la lucha antimperialista que nacía por la agresión de Estados Unidos a la Revolución y que Santiago captó e inmortalizó en su obra de protesta.
Quiere decir que él pudo mostrarnos lo que estaba ocurriendo en el seno de (esa parte de) la sociedad que no comprendía y agredía a la joven Cuba. Al mismo tiempo, nos llevó al escenario pavoroso de la guerra de Vietnam, donde los camarógrafos, y él mismo, corren el riesgo a fin de dar un testimonio epocal que es, para mí, insuperable.
A partir de ahí, conozco a algunas de las principales personalidades del mundo del cine. Conozco a Julio (García Espinosa), conozco a Alfredo (Guevara) —precisamente, saludo a Alfredo por vez primera en la Habana Vieja cuando vino con Inge Feltrinelli—, a Gabriel García Márquez —con quien hicimos una gran amistad hasta el final de su vida—, y desde luego, a Santiago, con el cual tuve la oportunidad de dialogar tantas veces, hombre de una simpatía, de una honradez y yo creo que de un heroísmo intelectual enormes. Era un hombre indoblegable en sus convicciones.
Al mismo tiempo, era un maestro que tenía la ternura, la capacidad de comprender, la de enseñar y educar. Todo eso tenía y, a la vez, era un cubanazo, quiere decir, un cubano a todo, un hombre muy atractivo en todo el sentido de la palabra, con su pelo a esa altura ya blanco, con aquella dinámica que tenía Santiago, con su amplia sonrisa y, desde luego, tenía la gran generación del ICAIC.
El ICAIC como amparo del Grupo de Experimentación Sonora, como amparo de Leo Brouwer, como punto de partida de toda una serie de iniciativas, no solamente cinematográficas, sino en el orden ético para la cultura cubana. Los grandes debates políticos y, por supuesto, la gran generación de cineastas entre los cuales todos fueron mis amigos, desde Pastor Vega y Daisy Granados hasta Manuel Herrera y Eslinda Núñez, incluido nuestro gran amigo Humberto Solás —en el seno de mi casa se discutieron algunos de los grandes aportes de Humberto a la cinematografía cubana— y, desde luego, para siempre y hasta el final, Santiago.
Quisiera decir, porque es un deber decirlo, que Lázara —quien fue un gran amor de Santiago, un amor humano y un amor de entrañable complicidad en el orden creativo—, se empeñó en preservar su obra. Porque Cuba, por ser un país joven, es también, me pesa decirlo, un país en que a veces, con una nube negra, entran los grandes olvidos y hay que preservar del olvido la memoria de las grandes gentes. La única forma de preservarse de la muerte y del olvido, es la obra.
¿Cómo se preservó esa amistad entre usted y Santiago?
Nos veíamos en muchas ocasiones, comentábamos algunos temas de la actualidad candente, de la Cuba del epílogo de su vida. Se conservó siempre como alguien a quien yo admiraba, desde abajo hacia arriba, alguien que era como una especie de superior, alguien que tenía una experiencia vivida que resultaba insuperable y un maestro a quien no había que imitar, sino que interpretar, y sobre esa base estaría lo más importante de su legado para los jóvenes que siguen hoy la huella de los grandes personajes del cine cubano.
¿Cómo describiría el cine cubano de hoy?
Es el cine de nuestro tiempo. Claro, cuando se ha vivido una gran época, uno vive para siempre prisionero de ella. A mí me gusta el cine muy independiente.
Por eso, a veces, cuando algún mecenas, digamos así, custodia, financia o subvenciona una película, es inevitable que se traslade a ella un poco su punto de vista.
Por eso me ha gustado mucho, por ejemplo, el cine de Fernando Pérez. Porque, contrario a muchas opiniones, yo estoy tan interesado siempre en Cuba primero y en La Habana, después; en Cuba en el mundo y en La Habana en Cuba; y La Habana no como una cosa absoluta, sino La Habana como summa cum laude, de la realidad cubana. Suite Habana, por ejemplo, fue para mí una película deslumbrante porque es el elogio de la dignidad humana, o José Martí: El ojo del canario, donde se revela la humanidad de Martí y con muy pocos medios se logra hacer una gran película, vi a muchos muchachos con lágrimas en los ojos en determinados momentos de esa obra y eso me recordó momentos inmortales del cine.
He conocido a todos los protagonistas de la vanguardia actual, es decir, de los jóvenes actores hoy. El cine de hoy me parece muy interesante. Refleja las complejidades de la Cuba de hoy, que no es ya la Cuba que Santiago vivió, pero sí la que previó, porque él se dio cuenta de que todo cambia, pero que lo que no puede cambiar es la esencia de las cosas.
¿Vive así Santiago, en esa esencia?
Yo creo que sí, para siempre.
(Tomado de Revista Arte y compromiso: Un siglo de Santiago Álvarez, 2019)