NOTICIA
Segundo baile de una mujer indócil
Vi Gloria (2013), de Sebastián Lelio, en la inauguración del 35 Festival de Cine de La Habana. Recuerdo que el espíritu pleno de deseos de aquella mujer hermosa, de más de cincuenta, nos atrapó a casi todos en la sala. Tres elementos me sedujeron especialmente: la lírica de la cotidianidad de Gloria en un relato cinematográfico frontal que desnudaba los pliegues de su alma, la combinación inusual que habitaba en ella de desajuste existencial con equilibrio emocional y, quizá porque lo comparto, el goce liberador que sentía al bailar.
Lelio construyó la búsqueda afectiva de su personaje protagónico con honestidad y desenfado, y eligió para interpretarlo a Paulina García, una versátil actriz chilena que mereció varios de los muchos premios que ganara el filme. Por eso me pareció medio insólito que, cinco años después, el director hiciera un remake estadounidense de su propia película. Más, cuando la versión original resultó exitosa y lo convirtió en una de las voces más distintivas del cine latinoamericano actual.
Lo cierto es que asumir el reto-riesgo de volver a rodar su historia —como otros grandes directores en su momento también lo hicieron (Alfred Hitchcock, Howard Hawks, Yasujirô Ozu, Tim Burton, Michael Haneke)—, supuso para Lelio dos caminos probables. Activar su capacidad de reinvención para desmarcarse del filme original, o repetir la fórmula que ya había triunfado. Gloria Bell (2018) tomó el segundo camino.
Solo con puntuales modificaciones en el tono y la puesta en escena, la historia transcurre ahora en Los Ángeles y es protagonizada por la fascinante Julianne Moore, cuyo retrato de una mujer madura sostiene una fuerte relación empática con el espectador, al igual que la representación latinoamericana, que consiguió ser más real y descarnada. La velada soledad en la existencia de Gloria es la línea invisible donde se cruzan intimidad y vida social en la película, que inicialmente muestra las contradicciones del personaje más como anhelos afectivos que como crisis de emociones perturbadoras. Mientras, vamos descubriendo a esta mujer autónoma, divorciada desde hace muchos años, con dos hijos adultos enfocados en sus vidas, una madre lúcida y con independencia económica, un trabajo estable y una rutina de ocio instituida a base de prácticas modernas de sociabilidad en grupo, como risoterapia y yoga, y de sitios nocturnos y playlists ochenteros.
La emergencia de un affaire vertiginoso como dispositivo narrativo altera el curso de los acontecimientos. En un sentido, desautomatiza la realidad cotidiana de Gloria, quien, tras experimentar intensas pasiones y la ilusión de una pareja inesperada, sufre el doloroso pero previsible abandono de un hombre inconsecuente y estéril. Una catarsis que nos conducirá a la inmersión completa en el mundo emocional de la protagonista para percibir cómo, finalmente, evoluciona a un estado de conciencia mayor. Estado a través del cual logra transformar el sentimiento de soledad en una sensación liberadora de autoafirmación. En un último gesto indócil, tanto Paulina García como Julianne Moore bailan al ritmo de la canción “Gloria”, de Umberto Tozzi, versionada en inglés por la estadounidense Laura Branigan. Su música y su letra todo lo contagian, mientras el espíritu irreductible de Gloria me estremece sensiblemente.
Aunque ya conocía el itinerario del personaje, Gloria Bell me permitió volver a meditar sobre las temáticas que aborda la historia escrita por Lelio y Gonzalo Maza (familia, soledad, abandono, aceptación, autoafirmación…) y que de manera más visible o subyacente el director explora en casi toda su filmografía, desde La Sagrada Familia (2009) hasta Una mujer fantástica (2017). En “honrar los hallazgos de la primera historia”, como diría el propio Lelio, radica para mí el mérito de su remake, con la gracia de mantenerse fresco, vibrante y deleitable.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 176)