Sergio habla de Sergio

Jue, 08/23/2018

Al cabo de más de tres décadas, ¿cómo ve su interpretación de Sergio, el protagonista de Memorias del subdesarrollo?

Lo sigo viendo como un buen papel para un actor. Sergio es un personaje rico, con muchos matices y aristas, en quien, dentro de un plano de humor, se mezclan también consideraciones y preocupaciones profundas, propias de su momento, las circunstancias, de la problemática que le tocó vivir. La vigencia del personaje y de la película se debe a la del conflicto.

He encontrado públicos de Memorias... en Suecia, Chile y hasta en Estados Unidos, los cuales, de alguna manera, se sienten identificados con el dilema del personaje, que en un sentido más profundo y sintético es el de “ser o no ser”. Esta es una pregunta eterna. Viendo la película al cabo del tiempo, recuerdo que cuando se empezó a gestar y se pensó en mí para el personaje, tanto el director como yo, consideramos que había, sino un obstáculo, una dificultad. Sergio debía tener 38 años y yo tenía en aquella fecha diez menos. Son diez años que están enmarcados en la plenitud de la vida, donde comúnmente —puede haber excepciones—se vive más intensamente, más vitalmente a razón de la misma edad. Pensamos que eso podía ser una dificultad, no solo física debido a mi juventud, sino espiritual. Creo que en muchas escenas eso está solucionado, pero todavía hay algunas en que aparece esa diferencia.

¿Cómo fue seleccionado para ese papel?

La propuesta llegó a mí. Cuánto se hizo antes no lo sé cabalmente. Titón tenía muchas relaciones con el grupo de Teatro Estudio, del cual yo era actor, y amistad con Vicente Revuelta, su director. Creo que entre los dos manejaron la idea de que yo pudiera interpretarlo, porque incluso eso obligó al grupo a posponer algunos proyectos en los que yo estaba envuelto. El trío de Desnoes, Revuelta y Titón debió haber pensado en unos cuantos actores y al fin, en 1967, se me propuso a mí.

¿Cómo se identificó con el personaje?

En primer lugar, con la lectura de la novela, de la cual surge el guion. También tuve muchas conversaciones con Desnoes, quien resultaba material de estudio para mi papel, porque creo que la película tiene elementos autobiográficos... Nunca se lo dije, pero él se lo debe haber imaginado. Además, hubo mucha observación, diálogo y una relación muy estrecha y comunicativa con Titón. Lo otro era la realidad que expresa Memorias... —que no era ni ajena ni inventada, era la que existía a nuestro alrededor, la que habíamos vivido unos años antes, rica, contradictoria, convulsa—. Eran siete años nada más después del triunfo de la revolución. Lo que la película plantea estaba prácticamente en el ambiente, no había que hacer un pesquisaje histórico ni nada por el estilo.

Eso me entusiasmó mucho. Curiosamente por esta época tenía una crisis con el teatro, de Inconformidad con lo que hacía. Sentía que estaba llegando al final de una etapa y la necesidad de probar a hacer otras cosas. C ando se estrenó Memorias... tuvo sin dudas mucho éxito de crítica y público. Lo que más recuerdo de los comentarios era que la película arriesgaba.

¿Qué arriesgaba?

Sugerencias, juicios sobre nuestra realidad. Eso a la gente le gustaba mucho. A partir de Memorias... a mí se me abrieron sin dudas —más que nunca antes— muchas posibilidades en el cine y aparecieron propuestas. Sin embargo, ese efecto robusteció mi idea de buscar otro camino para el teatro que hacía. Es así que me voy a formar el Grupo de Teatro Escambray en noviembre de 1968, en el mismo año que se estrenó la película. De cierta manera, quería para el teatro esa función participativa, dinamizadora de opiniones y de realidades muy concretas y vivas que estábamos viviendo, y encontraba que tenían en aquel momento un pálido reflejo en este medio.

¿Cómo vio o sintió en aquel entonces a Sergio, como un revolucionario o como un misántropo?

Ninguna de las dos cosas. Sergio no es un revolucionario, por supuesto que no. Ni en las cosas de la realidad o de la vida que quiso cambiar, ni de la forma en que se planteaba hacerlo. Sergio se inscribe en la franja que está entre la media burguesía alta y la baja. Es dueño de una mueblería que le da para construirse un edificio de apartamentos modesto, con cierta holgura en la vida. No es de ninguna manera un hombre de sociedad. Es un pequeño burgués que tiene inquietudes y ambiciones culturales, literarias, que hace gala de preocupaciones existenciales, sociales, a su alcance y su medida. Él tiene la suficiente lucidez para darse cuenta de que su clase no es culta, que es falsa, que cada día se americaniza más, cosa que detesta, tanto como el pragmatismo y la falsa cultura norteamericanos. Ve en Europa la cuna de la cultura, del pensamiento. Tiene cultura para rechazar lo falso que ve en su clase. Pero algo le falta para poder abrazar otra causa y tratar de luchar por ella. Por eso Sergio permanece en una tierra de nadie.

La escena con su mujer es muy reveladora, cuando le dice que está hecha por el maquillaje y la moda. Tiene una relación muy crítica con su familia y esposa, pero hasta ahí.

Mucha gente me ha preguntado a partir del final si Sergio se va o no del país. Está muy bien que el final sea así, abierto. Estoy seguro de que en Cuba debe haber habido muchos Sergios, probablemente unos se fueron y otros se quedaron. Las dos cosas caben.

La crítica ha visto cierto parecido temático entre Fresa y chocolate y Memorias del subdesarrollo.

Tienen de común que son películas que arriesgan, que exploran la realidad, develan conflictos, que de alguna forma suscitan polémica y enfrentan contradicciones de la realidad.

¿Qué significa para usted haber sido protagonista de un clásico del cine latinoamericano y universal?

Por supuesto que cuando se estrenó no tenía la menor idea de que sería un clásico del cine universal, como lo es hoy. Nunca imaginé una película tan buena, que con más de treinta años conserve tanta frescura, como me ha dicho un diplomático apasionado del cine. Su juicio no dejó de impresionarme. Poco a poco, el tiempo ha puesto las cosas en su lugar. Me siento muy honrado y satisfecho de haber contribuido a esa gran película.

Casi siempre las versiones fílmicas de una obra literaria acaban traicionando lo escrito. Desnoes dijo: “No comparto la indignación de tantos escritores que se sienten traicionados por el torpe director de cine. No niego la traición, me complace. (El director) ha objetivizado un mundo que yo tenía informe en la cabeza y todavía abstracto en el libro. Le ha sumado densidad social a los elementos subjetivos de un diario”. ¿Imaginó que Titón iba a plasmar el libro tal cual o que haría cambios?

Existen tres realidades. La novela es una realidad en sí misma; el guion, otro, y la puesta en escena y el resultado final es otro. Por supuesto que un buen guion leído es una base de garantía, pero nunca se tiene absoluta seguridad de que así sea. Conozco buenos guiones que no han resultado buenos filmes, hay también algunos que no parecían buenos y en la puesta eso ha sido superado. En Memorias... eso se cumple. Hay algo importante: Desnoes nunca estuvo aparte ni del guion ni de la realización. Asistía, aportaba, enriquecía, y tenía una relación muy fluida con Titón, como en la famosa escena de la Biblioteca Nacional en la que aparece en el debate.

Entre sus virtudes, Titón tenía una muy buena comunicación con los actores. No recuerdo que me dijera —salvo quizás en muy pocas ocasiones— haz esto así. Era más bien el tipo de director que ilumina, es decir, que te alumbra y prepara para que desarrolles una iniciativa.

O sea, que daba importancia a la improvisación.

Si los actores lo consiguen todo es mucho más fácil, porque el director tiene solo que seguir la interpretación y decidir. Toda la escena solitaria de Sergio en el apartamento —previa a la situación en que graba una conversación con su mujer, lo que hace con la ropa de ella, el abrigo, las medias, el dibujo, el creyón de labios— nació de esa manera, se fue creando sobre la marcha, en base a una improvisación que tenía un fundamento, un camino abierto. Estoy absolutamente de acuerdo en que la película enriquece a la novela, le da coherencia a muchas cosas dispersas. Eso ya estaba en el guion, y la puesta en escena lo superó.

¿Cómo se sentía actuando con tanta libertad?

Muy bien. Probablemente sea la forma de actuación que más me motive. Como se dice en Memorias... a veces es un poco aburrido “los mismos personajes, los mismos gestos, las mismas palabras...”. Entonces, cuando existe la posibilidad para eso, con objetivos claros y sin que exista un orden loco ni anárquico, lo que hay es que encontrar la manera de expresarlo.

Desnoes teoriza sobre la construcción del texto en la misma novela. En el filme se oye que ese era un collage de imágenes. ¿Cómo ve la inserción de trazos documentales en Memorias...?

Lo siento como una mezcla feliz y nada frecuente. Memorias del subdesarrollo le echa mano a todo, desde los muñequitos, la televisión, la cámara oculta, el documental, hasta un libro... Una de sus virtudes es esa, cómo toda una diversidad de formas, estilos y géneros se integraron armónicamente. He tenido la suerte de debatir el filme en varios escenarios. En 1999, la Asociación de Amistad con Cuba de Inglaterra programó una gira a la realizadora Estela Bravo y a mí por las principales universidades inglesas: Oxford, Cambridge, etc., donde existe un público enterado, profesorado y alumnos cultos. El debate fue sobre un documental de Estela y Memorias... Uno de los comentarios más frecuentes era ese precisamente, el modo de hacer, el estilo, como se combinaba de una forma muy coherente y hasta alegre, dijo alguien, todas estas formas de hacer, y todo, sin embargo, dentro de una unidad.

¿Qué recuerda de Gutiérrez Alea?

Lo que más recuerdo es su humor, podía ser irónico, incluso cáustico. Pero a mi modo de ver, siempre constructivo; no hablo solo en un aspecto social sino hasta en el aspecto de las relaciones personales. El humor para Titón era también una manera de enseñar y de corregir amablemente algo que pensaba que no estaba bien.

¿Y de Edmundo Desnoes?

Su hermetismo. Después de Memorias... y que él salió de Cuba, lo he visto muy poco: una vez en Nueva York, en 1984, y otra en Venezuela. En ambas ocasiones no nos dio tiempo a conversar, fueron solo saludos. Desnoes era bastante hermético, difícil en su apertura, en su comunicación. Que no quiere decir que no lo hiciera, pero él no era fácil en eso.

¿Por qué dejó la actuación?

Fue una decisión mía, a partir de una propuesta que en un momento determinado me pareció digna de ser aceptada. La propuesta fue en 1985 a partir de una decisión tomada, con la cual no tuve nada que ver, de renovar la dirección del Instituto Cubano de Radio y Televisión. Se me propuso encargarme de la vicepresidencia que atendía la televisión. No hacía mucho que había tenido la experiencia de En silencio ha tenido que ser, la primera en el medio. Nunca fui actor de televisión. Ese serial tuvo mucha significación para mí. Me quedé asombrado, pues llevaba casi treinta años haciendo teatro y cine, pero nada comparable en la televisión.

Tenía opiniones y juicios críticos sobre el medio, que no había sido remiso a expresarlos en los lugares apropiados. Entonces fue como si me dijeran: “Bueno, tú crees que la TV puede ser esto y esto, hazlo”. Fue una propuesta tentadora, y además sentía que podía hacer algo, en un medio del que nunca como en ese momento supe la importancia que tiene en el desarrollo cultural de un país Es imposible concebir políticas culturales sin contar con la radio y la televisión. No puede existir ni Consejo ni Ministerio de Cultura si ellos no forman una parte importante de esa política cultural. Lo había vivido en el Escambray. Cuando llegué allí, en 1968, en muchos lugares no había ni corriente eléctrica. Se escuchaban radios con pilas, pero la TV no había hecho su aparición. Cuando eso empezó a cambiar, todo se convirtió en otra cosa. Montábamos una obra de teatro y cuando iban dos mil personas, era un éxito. Tuve razones para aceptar la propuesta. Y dejé la actuación.

¿Desearía volver a actuar alguna otra vez en teatro y cine?

Sí. En teatro no tanto. Me gustaría volver a trabajar como actor. A veces lo extraño, cuando veo un programa o una película que me entusiasman. Desearía hacerlo, pienso que se me quedaron muchas por decir como actor. Pero son chispazos, momentos. En realidad, hemos vivido unos años tan frenéticos desde el punto de vista del trabajo, que no hay demasiado tiempo para la nostalgia.

¿Si Titón estuviera vivo y tuviera que filmar con él, qué papel escogería?

¡Diablos! Me gustaría hacer las Memorias… de los noventa, que tendría que ser otra cosa, por supuesto.

¿Cómo sería?

¡Ah! Esa es una pregunta difícil... Creo que si te fijas Memorias..., salvo en escenas de humor muy directas en boca del personaje, de reflexiones críticas sobre la realidad cubana, tiene en otros momentos lo tácito y fundamental, sin perder ese humor. Es muy sutil, sugerente, incluso profunda a la hora de analizar un fenómeno. La película trata de iluminar desde distintos puntos de vista, no solo con la opinión de Sergio, sino con las de otros personajes, busca otros elementos que puedan aportar luz al fenómeno que se analiza. A veces añoro eso, esa humildad, esa inteligencia, de saber que en fenómenos complejos la develación de distintos puntos de vista contribuye a esclarecerlos y no a oscurecerlos. Y a veces veo en el cine cubano historias muy directas, impersonales, que devienen anecdóticas y no analíticas. En ese sentido hablaba de unas Memorias... de los noventa, con una misión analítica.

¿Cuál sería el conflicto?

¿Cuál crees que sea el conflicto de los años noventa?

¿El problema económico en primer lugar, y luego la emigración?

Yo agregaría otro: los valores y la ética, que se desprenden de todo eso. Creo que las situaciones económicas se arreglan. Lenta, modestamente, se demuestra que existe una recuperación en la economía, no traducida todavía lo suficiente en la vida cotidiana de la gente. Eso se soluciona. Ahora, la repercusión de esos problemas económicos en la moral, la ética, la pérdida de valores, para mí es un problema muy complejo y delicado. Quizá ahí estaría un tema para las Memorias... de los noventa.

Casualmente, Titón, en una de sus últimas entrevistas, habló de esa pérdida de valores.

¿Verdad? Bueno, es pura casualidad...

A la película se le cataloga fuera de Cuba lo mismo de propagandista que como disidente, igual como ha sucedido con su director. ¿No cree que esto se deba por la ambigüedad del protagonista?

No. Eso se debe básicamente, no en lo fundamental, porque es cubana. Porque el fenómeno Cuba tiene una serie de adherencias, de las cuales quisiéramos o no podernos desprender. En uno de esos debates en Inglaterra, una estudiante inglesa hizo una tesis donde compara dos filmes: Azúcar amarga, de León Ichazo, y Memorias... A ella le pareció increíble que alguien como León, quien supuestamente representa una posición de apertura, democrática, contra el dogmatismo, el sectarismo, el estalinismo, realizó un material cinematográfico que es absolutamente cuadrado, sectario, excluyente, cerrado. Mientras que Memorias... es todo lo contrario. Eso le llamó mucho la atención. Me pareció un juicio brillante. Para poder escapar de eso, se necesitó de una contrapartida. Memorias... es revolucionaria, no tengo la menor duda. Sin una revolución no existiría Memorias del subdesarrollo. Está animada de sentimientos revolucionarios entendidos como una meditación sobre una realidad compleja, contradictoria, difícil, a veces con sátira, con humor, pero con un aliento muy humano.

Sin embargo, me decía que Sergio no es un revolucionario.

No lo es. Sería una larva. Y él se queda en ese estado, porque no sabríamos decir qué saldrá de ahí.

¿Qué otro papel desearía interpretar?

No tengo preferencias. Mi experiencia en la actuación fue solo hasta 1985, y antes siempre di prioridad al teatro. Dejé de hacer cosas en cine por compromisos que tenía en aquel medio, sobre todo cuando estaba en el Escambray, lejos, como director del grupo y me sentía muy responsable de todo aquello. Muy al comienzo de esa etapa mía, Titón me ofreció un interesante proyecto a partir de una sugestiva representación que él vio, para hacerlo de conjunto. Era exactamente el proyecto del Grupo de Teatro Escambray: un artista de La Habana decide abandonarla y tener su experiencia artística en el campo. Pero había que escribir el guion, trabajarlo, y nosotros solo estábamos empezando. El grupo era muy frágil, todo era interrogación. Le dije que para mí no era el momento, porque me hubiera obligado a desprenderme del grupo, en una época en que no se podía. Fue un proyecto que se postergó y la vida lo complicó todo, cada uno se fue por sus propios rumbos.

Hasta ese momento de mi vida la opción era teatral y no cinematográfica. Para mí sería imposible ahora una labor teatral; una obra hay que ensayarla muchas veces, después se estrena y luego queda en el repertorio. Mientras que al cine le puedes dedicar solo algunas semanas, quizás varios meses, y después queda la película. Ahora considero más viable hacer cine. No existe nada que prohíba que yo pueda hacerlo, incluso creo que para mi trabajo actual el tener un currículum artístico innegable me ha ayudado mucho más que cualquier otra cosa. Porque el arte y la cultura abren muchas puertas. Son manifestaciones muy nobles y la gente respeta eso. No hay ninguna prohibición, sino falta de tiempo; es decir, quizá ha sido también irresponsabilidad. Siempre me preocupa lo que dejo. Eso no es insalvable, es posible. En el trayecto de mis catorce películas, en la primera etapa los personajes que interpreté eran estudiantes buenos, positivos y así fueron muchos, quizá no se diferenciaban uno del otro, hasta que alguien se arriesgó en Desarraigo, que no es buena, para que personificara a un intelectual muy a la onda del Sergio que vino luego. Después de Memorias... fueron los personajes duros, como el de El hombre de Maisinicú. Hubiera actuado en muchas películas más, pero ese trayecto es algo que el actor tiene que cuidar, porque a veces los directores por no correr riesgos buscan al actor que psicológicamente, o por experiencias anteriores, sabe que le da determinada cuerda. Hay que correr riesgos también.

¿Usted cree que fue canonizado después de Memorias...?

No. El actor tiene que luchar contra una tendencia, sobre todo en una industria que empieza, cuando los directores también empiezan, donde correr riesgos es un poco difícil. El actor tiene que luchar contra la tendencia a que no lo encasillen. Tiene que probar que posee un espectro amplio como para poder hacer distintas cosas.

¿Qué piensa de Fresa y chocolate?

No es la película que más me gusta de Titón. Es Memorias del subdesarrollo. La falsa modestia la dejo aparte, no tiene nada que ver conmigo.

Entonces, ¿está dispuesto a actuar de nuevo para el cine cubano?

¡Cómo no!

Tomado de Revista Cine Cubano.