NOTICIA
Sergio Vitier García-Marruz, un músico fuera de serie
Compositor de música para cine, teatro y televisión, además de reconocido guitarrista, una disciplina en la cual se convirtió en uno de los mejores exponentes cubanos, Sergio Leovaldo Vitier García-Marruz nació el 18 de enero de 1948 como primogénito de los destacados poetas y ensayistas Cintio Vitier y Fina García-Marruz, ambos destacados representantes del llamado movimiento origenista, de enorme importancia intelectual en la Cuba republicana. Además, uno de sus tíos era el famoso poeta Eliseo Diego y otro Felipe Dulzaides, destacado jazzista y formador de intérpretes en varias de sus agrupaciones.
Sergio Vitier se aplicó al dominio de la guitarra, primero con Elías Barreiro y luego completó su formación académica con profesores y músicos de la talla de Isaac Nicola y Federico Smith. También estudió composición con José Ardévol y Leo Brouwer. En el Instituto Superior de Arte fue discípulo de José Loyola y Roberto Valera.
Su carrera artística se inicia con Los Armónicos (1964-1966) de Felipe Dulzaides, posteriormente continuó con la Orquesta Cubana de Música Moderna (1967-1969). En 1968 fundó el Grupo Oru, con Guillermo Barreto, Merceditas Valdés, Orlando López (Cachaíto), y Genaro García Caturla, una lista de nombres que colocan en claro el talento de la figura que los convocó. Juntos, exploraron las esencias de la música folclórica africana, y tales búsquedas las trasladó posteriormente a su música culta, donde se percibí la fusión de células rítmicas de origen yorubá con la guitarra española.
Los años setenta, una de sus décadas más pródigas en términos creativos, se inicia mientras Sergio forma parte activa del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (1969-1978), dirigido por el también compositor y guitarrista Leo Brouwer, y junto con Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, entre otros. Ya en ese ámbito, se desarrolló como compositor y guitarrista, que destacaba, según los entendidos, por una sólida técnica y un concepto de la interpretación que llegaba al trance místico.
Ya vinculado al ICAIC, compuso mucha música para cine, de modo que sus melodías aportan considerable atractivo a filmes como Girón (1972, Manuel Herrera), De cierta manera (1974, Sara Gómez) y sobre todo El brigadista (1977), una de sus más hermosas bandas sonoras musicales, especialmente destacable por su inconfundible sabor cubano.
Con El brigadista, que tuvo un éxito enorme entre el público, la prensa y en el circuito internacional, Vitier le dio curso a una colaboración estable con el realizador Octavio Cortázar, de modo que también le puso la música a las posteriores Guardafronteras (1980) y Derecho de asilo (1994). Con Manuel Herrera volvió a colaborar en Capablanca (1986), mientras que también acompañó con su música los destinos de Maluala (1979) y Plácido (1986), ambas de Sergio Giral. Volvería a contribuir con la ambientación de un filme histórico en Caravana (1990) de Rogelio París, y Roble de olor (2000), de Rigoberto López.
Con Sergio Vitier ocurre que no se puede hablar solo en términos de música para el cine, pues se encargó de construir una carrera donde abundaban las obras para puestas de teatro o danza con temas musicales que destacaron, al igual que la banda sonora de varias de sus películas, por la cuidadosa integración de elementos españoles y africanos. Para la escena, le puso música a El carillón del Kremlin, que hizo en teatro Mario Balmaseda; Divinas palabras, Epur si muove, y Manteca, la reconocida pieza de Alberto Pedro, entre varias otras. En ese ámbito destaca Yerma, el montaje del maestro Roberto Blanco a partir de la obra de Federico García Lorca, en la cual compartieron escena actores y bailarines con Jesús López como coreógrafo, Idalia Anreus y Omar Valdés como actores, Gabriel Hierrezuelo en la escenografía. Yerma ganó casi todos los premios del Festival de Teatro de la Habana de 1980.
También compuso con extraordinario acierto partituras para espectáculos de danza sobre todo cuando trabajó, entre 1978 y 1983, con Danza Contemporánea de Cuba, al lado de coreógrafos como Nery Fernández en Amanda; Eduardo Rivero en el Dúo a Lam; Marianela Boán en Mariana; Jorge Lefevre en La caza, o Víctor Cuéllar en Fausto y Michelangelo, entre otras obras integran el Parnaso de la danza cubana en esa época. Como director de Danza Contemporánea de Cuba, Sergio Vitier le devolvió a la compañía una visión artística de la cual había carecido durante años.
También hizo la música para Ad Libitum, que le permitió trabajar con Alicia Alonso y Antonio Gades en un ballet muy singular, con coreografía de Alberto Méndez, y la mezcla de las palmadas del flamenco con los tambores batá. Y más o menos por esa época llegó a ser el director del Teatro Mella, cuando esa sala era punto de referencia de la cultura cubana en cuanto al teatro, con los montajes del renacido Roberto Blanco, y de la danza, sobre todo con las presentaciones de Danza Contemporánea de Cuba y del Conjunto Folclórico Nacional.
Otro momento de extraordinaria popularidad en su carrera ocurrió cuando escribió, junto con su hermano José María, la música de varios famosos seriados de la televisión cubana como En silencio ha tenido que ser y Julito el pescador. Y aunque algunos insisten en recordar la música de Vitier solo mediante los temas de ambas series, también le puso música a El eco de las piedras, El hombre que había que matar, Rumbo a la salida del sol y Transparencias, entre otros.
Entre sus registros fonográficos más destacados se encuentran Cuerdas cubanas, además de Concierto habanero, dedicado a la música sinfónica. Ganó el Premio Egrem de 1997 con el disco Homenajes, el Cubadisco 2000 por Travesía (1999), y repitió el triunfo en 2001 con el disco Nuestra canción, que grabó junto a Martha Valdés. En su disco Cruce de caminos (2014) reunió a excelentes músicos como el pianista Ernán López-Nussa, el saxofonista Javier Zalba y el tresero Pancho Amat.
Referencia obligada no solo de la música y el cine, sino de la cultura cubana en general, Sergio Vitier recibió la Medalla Alejo Carpentier en 1999, la Orden Félix Varela en 2004, y el Premio Nacional de Música diez años después en justo reconocimiento a la altísima calidad de su obra y a los aportes a la música cubana. Falleció el primero de mayo de 2016, hace justo cinco años, a causa de un accidente cerebrovascular.