Sobre La muerte de un burócrata

Lun, 07/23/2018

Mi primera reacción al ver la película La muerte de un burócrata fue la de condenarla. Me pareció que dicha película expresaba que los cubanos están tan afectados por la enfermedad de la burocracia que no tenían la esperanza de curarse jamás y que merecían morir. Mas al recordar el maravilloso optimismo de Las doce sillas —hecha por el mismo director— comencé a dudar de mi juicio.

Es más, me hallé con tanto buen camarada que de corazón aprobaban la película —y que me miraban con tanta lástima al expresarles yo mi punto de vista, (diciéndome: “Usted no comprende el sentido del buen humor cubano, Spencer”) que decidí mantenerme callado en tanto no pudiera ahondar mi entendimiento a fin de opinar con más autoridad.

Pero he aquí que acudo a la oficina de correos de Paseo y Línea, a reclamar un paquete postal, y después de una experiencia de unos veinte minutos con dos empleadas, tratando de convencerlas de que no era necesario que hiciera un nuevo viaje para finalizar mi misión, aprendí con ello más sobre La muerte de un burócrata que lo que ordinariamente hubiera aprendido en años. Eran las siete de la noche cuando presenté mi notificación del paquete al empleado que hacía perforaciones en la máquina IBM.

“Vuelva mañana. Ese departamento se cierra a las 6”. Era una empleada más bien agradable.

"Pero si yo telefoneé a las dos y me dijeron que me atenderían hasta las diez, ¿o es que entendí mal?”.

“No. Usted entendió correctamente. Lo que pasa es que esa sección se cierra a las 8”.

“¿Puedo hablar con el responsable?’”.

“No está”.

“¿Cuándo regresa?”.

“Ya hoy no regresará más”.

“¿Puedo hablar con la persona que tiene esto a su cargo cuando él no está?”.

“Aquí todos estamos encargados”.

Estimulado por esta política de compartir responsabilidades les dije:

“¿Puedo entonces decirles mi problema?”.

“iCómo no!”

Hasta este momento la empleada no había cesado de perforar con su máquina, pero enseguida me dedicó toda su atención.

Le expliqué que el paquete contenía un libro sobre la historia del movimiento obrero de los Estados Unidos y que lo necesitaba para un artículo que estaba preparando para esa misma noche, sugiriéndole que como no había sido culpa mía el no venir antes de las seis, que tal vez pudiera hacerse una excepción en mi caso.

Evidentemente quería servirme y me dijo: “Pero no veo cómo pueda hacerlo. Este departamento está cerrado y yo no tengo la llave”.

Fue entonces que le pregunté: “¿Ha visto La muerte de un burócrata?”

Sonriéndose me contestó “Sí, y me gustó mucho”. Al mismo tiempo dirigió una mirada expresiva a la otra empleada de la ventanilla de sellos quien aparentemente había oído la conversación.

Aquella vino hacia nosotros.

“Dígame –dijo esta otra empleada, tan amable como la primera– en su país, ¿podría usted sacar un paquete después de la hora de cierre?”

“No, porque en los Estados Unidos también existe mucha burocracia”.

“¡Ah!, de manera que no somos tan malos después de todo, ¿verdad?” En esto coincidieron al unísono.

“Entonces, ¿ustedes no ven nada malo en esa gente de La muerte de un burócrata, verdad?”

“Oh, sí, cómo no. Son incorrectos, no trataban bien al público. Pero usted no puede decir que nosotras somos así, ¿verdad que no?”

“Compañeras, ustedes han sido muy amables y estoy de acuerdo en que no les ha sido posible servirme, ya que ustedes no pertenecen a este departamento. Volveré mañana. ¡Hasta luego!

Al salir se me ocurrió pensar que estas empleadas eran naturalmente afables, como casi todos los cubanos que conozco –y que hubieran sido pacientes conmigo aun cuando no hubieran visto La muerte de un burócrata. Pero pronto deseché este pensamiento, diciéndome a mí mismo que fue esa película la que les enseñó a ser virtuosas– y que por tanto debemos esperar pacientemente a que haya otra película que nos estimule a lucha contra el problema de la burocracia.

Tomado de El Mundo (En archivos de la Cinemateca de Cuba).