NOTICIA
Un hombre de todos los tiempos
No sabría decir cuál fue la causa de su dolorosa muerte, lo que sí puedo asegurar es que cualquiera que haya sido se llevó sin nuestro consentimiento a un hombre que sin preguntar si lo aceptábamos como actor, intelectual, funcionario o simplemente como amigo, se echó en un bolsillo a no pocas generaciones de cubanos que empezaron a venerarlo gracias al clásico del cine cubano llamado Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea; admiración que luego se acentuó con la excelente caracterización que hiciera de Alberto Delgado en El Hombre de Maisinicú, de Manuel Pérez —interpretación que le valió el premio a la mejor actuación masculina en el Festival Internacional de Cine de Moscú—, para convertirse definitivamente en uno de nosotros con la serie televisiva En silencio ha tenido que ser y su secuela El regreso de David.
Cosas de la vida. Lejos estaba el niño que nació el 2 de marzo de 1939 (…), muy próximo al mar, que con el tiempo llegaría a ser un actor de primerísima línea y un director de teatro renombrado —fue fundador de los emblemáticos Grupo Teatro Estudio y más tarde Teatro Escambray— y que después dejaría a un lado una carrera llena de triunfos para asumir otras tareas encomendadas por la Revolución: desde jefe del Departamento de Cultura del Comité Central y vicepresidente del ICRT, hasta presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), responsabilidad que interrumpió la muerte.
“Me lo pedía la Revolución y decidí aceptarlo. Yo no nací en el lado luminoso de la vida, sino en el oscuro. Era pobre, y la Revolución fue la que me lo permitió todo”, aseguró una vez.
A Sergio Corrieri Hernández le gustaba contar que siendo un crío se ponía a mirar, desde Jaimanitas, las luces de La Habana, que entonces le parecían muy remotas. Fue allí donde descubrió los instrumentos con los que se afanaba su abuelo escultor, “que era algo convencional, pero endemoniadamente laborioso”. El niño de entonces no era consciente de que aquel cercano pariente además de abrirle las puertas del arte, le había entregado por herencia el apego al trabajo. Y es que, aparentemente, Sergio llegó a la actuación por un “problema de sayas”, según confesó a Juventud Rebelde después que en el 2006 le concedieran el Premio Nacional de Teatro.
“Entré al teatro detrás de una mujer, y no por vocación. Éramos un grupo de jóvenes de 15 años y yo estaba perdidamente enamorado”, confesó. “Eran los tiempos de Batista y decidimos matricularnos en el Teatro Universitario. Curiosamente aprobé. Ella no. Me examiné con un monólogo de la obra Julio César, de Shakespeare. Pensé en irme, porque lo mío era estar cerca de ella, pero las clases me fueron gustando y decidí estudiar teatro y ser actor”.
Al joven no le importó que su padre obrero y pescador le dejara de hablar por muchísimo tiempo, hasta que el éxito del muchacho por piezas como Viaje de un largo día hacia la noche, Madre coraje y sus hijos, Contigo pan y cebolla —dirigió el estreno absoluto de esta obra Héctor Quintero—, El perro del hortelano..., los reconciliara. Con los años volverían a pasar por una situación similar cuando le informó que se marcharía para el Escambray en 1968 para crear el novedoso e histórico colectivo. Ese fue el año de Memorias del subdesarrollo, luego repetiría con Manuel Pérez en Río Negro y actuaría bajo las órdenes de Enrique Pineda Barnet (Mella), Víctor Casaus (Como la vida misma) y José Massip (Baraguá), hasta tener en su haber 14 películas.
Profesor de teatro en varios planteles, como la Escuela Nacional de Instructores de Arte y el Instituto Superior de Arte, y reconocido en Cuba y en el extranjero por su desempeño como actor y director, Corrieri no solo dejó una huella imborrable en los televidentes por su protagónico en En silencio..., sino también por su aplaudida adaptación de La emboscada, multipremiada con el Caracol de la UNEAC de 1994, y por la antológica versión de Yerma, que centró junto a la inolvidable Consuelito Vidal.
Interrogado por JR en 1989 sobre la decisión de dejar a un lado su vocación para asumir otras importantes tareas, Corrieri, distinguido con las órdenes Félix Varela de Primer Grado y la Alejo Carpentier que otorga el Consejo de Estado, y quien hasta no hace mucho presidió la Comisión Organizadora del VII Congreso de la UNEAC, respondió: “Si me preguntaran qué es lo que más me satisface, contestaría que pintar una pared; porque uno se pone a trabajar y en dos o tres horas tienes delante esa pared resplandeciente, que es, en ese momento, tu obra. Mi trabajo actual es más dilatado y complejo. Es tal vez otra pared, que los artistas no podemos dejar de pintar”.
Tomado de: Juventud Rebelde.