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Una fecha en la historia del cine

Mié, 10/16/2024

Texto escrito por Alejo Carpentier

 

¡Pues, no!... Aún teniendo muy presente el recuerdo de una magnífica compañía dramática japonesa, la película Rashomon no me ha defraudado. Más aún: tengo esa obra magistral por una de las realizaciones cimeras de la historia del cine. Una de las más originales; una de las más inteligentes. Porque todo, allí, es inteligencia: la dirección, el manejo de la cámara, la prodigiosa actuación de los intérpretes, el simbólico paralelismo establecido entre una Kyoto en ruinas, hace doce siglos, y el Japón actual, cubierto de templos derruidos como el que vemos en la pantalla, al comienzo. Y, sobre todo, debe destacarse la singular inteligencia del argumento - argumento cuyo aspecto pirandelliano señalaba José Ratto Ciarlo, hace días, con gran sagacidad.

El planteamiento mismo de la acción es de una poderosa originalidad, puesto que coloca al espectador en posición y función de juez. Varias personas, envueltas en una historia de asesinato, comparecen ante nosotros, mirando hacia las butacas, como si las estuviéramos interrogando. La defensa de cada acusado se hace para nosotros. Y cada uno narra el mismo suceso, a su manera, ofreciéndonos una realidad vista desde cuatro ángulos distintos, igualmente aceptables. Poco a poco, no obstante, se va construyendo la verdadera historia, a través de los relatos divergentes, llevados de mano maestra desde el punto de vista cinematográfico. El bandido se acompaña de su risa fanfarrona y desafiante. La esposa, mujer de turbias complejidades psicológicas, ritma su narración con un llanto que pasa del fingimiento a la real congoja. Y cuando se trata de conseguir la versión del marido asesinado, se recurre a las artes mágicas de una invocadora de muertos, que trae la voz de la víctima del más allá, por medio de un ensalmo impresionante. Y, usándose de un procedimiento cinematográfico de una novedad sobrecogedora, el espectro habla, con su voz masculina ensombrecida por la «cámara de eco», por boca de la maga, que aparece envuelta en una bruma de velos blancos movidos por el como una visión irreal.

Y esa obra maestra de técnica, de inteligencia, de sutileza, se hizo con nada. Como decoraciones: un templo arruinado, como deben quedar muchos, todavía, en el Japón; una pared desnuda, que figura el patio del juzgado; un bosque y un río. Como actores, tres trágicos de primer plano, tres personajes secundarios y un recién nacido. Nada más. Pero, con eso, alcanzaron los realizadores de Rashomon las cimas de la gran tragedia universal. ¡Lo que no logran ciertos directores occidentales, en muchos casos, gastando enormes capitales y construyendo ciudades enteras en sus estudios!...

Hechos los elogios que la obra merece, haré una crítica a la música: aunque acompaña admirablemente las distintas secuencias del film, se resiente de una tal influencia de Ravel, que cuando sirve de fondo al relato de la esposa, se hace un flagrante plagio del Bolero, con la melodía ligeramente orientalizada. Otra crítica: es muy probable que, para hacer más inteligible la película a los espectadores de Occidente, los realizadores hayan interpolado algunas escenas en el celuloide original: por ejemplo, la del tremebundo beso, prolongado y espectacular, entre el bandido y la esposa culpable. Sabido es que los japoneses ignoran el beso como manifestación de amor, hasta el punto de que un amigo mío, ingeniero residente en el Japón, promoviera, un día, la hilaridad de centenares de personas, al besar a su esposa en una estación de ferrocarril, en Tokyo... En cambio, cuando lo primero que mira el bandido a la mujer es el pie, se nos restituye un rasgo auténtico del erotismo oriental, perfectamente situado en el marco general – el estilo mismo – de la acción. Como cuando la mano femenina, al posarse sobre el dorso hercúleo del raptor, nos «habla» con una muy japonesa elocuencia del gesto…

El Nacional. Caracas, 31 de julio de 1952

 

      Texto extraído del libro “El Cine, décima musa”. Compilado por Salvador Arias

      Selección para la Jornada de la Cultura Cubana 2024 de Daryel Hernández