NOTICIA
Yuli, la biografía mejor bailada
Como la inmensa mayoría de los filmes biográficos que colman absolutamente todas las cinematografías de la Tierra, la coproducción cubano-británico-española Yuli (2018) está concebida para ganarse la identificación del público mayoritario en tanto cuenta el triunfo de la voluntad de un protagonista, que lucha por sobreponerse a los muchos obstáculos de un medio nada propenso. Como mérito añadido, el filme cuenta con la presencia del célebre bailarín cubano Carlos Acosta, quien se interpreta a sí mismo y recuerda su infancia.
Proyecto que se anuncia atractivo por los cuatro costados, desde su misma concepción hasta el clamoroso estreno mundial, Yuli relata un viaje temporal a través de la vida del más famoso bailarín cubano, desde su difícil infancia en un barrio periférico, donde todo el mundo lo conocía con el sobrenombre que le da título a la película, hasta convertirse en primera figura de los más exigentes escenarios de ballet en el mundo.
Además del interés de la historia en sí misma, y del personaje real en cuyo prestigio se apoya, Yuli dedica un espacio importante a reflejar los ambientes y la idiosincrasia de Cuba (donde transcurrieron seis de las ocho semanas de filmación) y cuenta con un elenco estelar donde se une a Carlos Acosta un grupo de actores cubanos como Laura de la Uz, Carlos Enrique Almirante y Andrea Doimeadiós; y en el grupo sobresalen las interpretaciones del niño actor Edilson Manuel Olbera, en el papel de Carlos Acosta niño, y del coreógrafo Santiago Alfonso, en una sorprendente apropiación del papel del padre.
A pesar de sus varias concesiones al populismo y la obviedad del melodrama, Yuli es una película artística, gracias a sus actores, a la muy hermosa fotografía de Álex Catalán, y la música de Alberto Iglesias, además del modo eficaz, no lineal, en que la historia está contada. Valga decir que resulta mucho más espontánea y emocionante la etapa infantil del personaje, porque después el hilo anecdótico se entrecorta y difumina en tanto se cuentan acontecimientos y luego se representan bailando, en innecesarias cacofonías de sentido.
Para la directora española Iciar Bollaín y el guionista británico Paul Laverty (recientemente premiado en San Sebastián por esta película) era muy importante el estreno en Cuba, pues significaba el encuentro con su público natural, además de que se trata de un filme sobre un artista cubanísimo, y de una película que respira, en cada fotograma, admiración por la Isla y por su gente.
Declaraba la directora, cuando su película se exhibió por primera vez en Cuba, que una de las cosas que más le interesaba del proyecto fue “el hecho de que el protagonista descendiera de esclavos negros y terminara bailando, con enorme éxito, en el corazón de Londres, porque esto es una patada en el corazón del establishment y de todos los tabúes raciales y sociales”.
En fin, a pesar de la insistencia en interrumpir la narración naturalista con pasajes que representan mediante coreografías la vida de Carlos Acosta, Yuli logra dos hazañas tan insospechadas como capturar el espíritu inmanente de lo cubano, y además, retratar el elusivo y etéreo espíritu de la danza.
(Tomado del periódico Cartelera Cine y Video, nro. 165)