NOTICIA
A 60 años de una película fundacional
Curiosamente, los dos directores más importantes del cine cubano comenzaron su trayectoria en el largometraje de ficción con sendas películas compuestas por tres cuentos. Así Humberto Solás estructuró Lucía, su ópera prima, en 1968, y ocho años antes Tomás Gutiérrez Alea hizo lo mismo con el primer largometraje de ficción estrenado por el ICAIC, Historias de la Revolución, cuya llegada a la gran pantalla cumple seis décadas en el presente año.
Hoy vemos El herido, Rebeldes y La batalla de Santa Clara no solo como tres historias alusivas al proceso revolucionario que conquistó el poder el primero de enero de 1959, sino como testimonio del crecimiento profesional de un director que ya en su tercer relato es capaz de asumir y resolver satisfactoriamente retos logísticos y narrativos de mayor envergadura que en las dos historias anteriores.
Sin duda, La batalla de Santa Clara ―aún pieza antológica de cine bélico en el cine cubano― hubiera dado por sí sola ―¿todavía estamos a tiempo?― para un largometraje, de la misma forma que El herido se convertiría en antecedente de Clandestinos (Fernando Pérez, 1987) y Rebeldes, de El joven rebelde (Julio García Espinosa, 1961).
Suele insistirse en reconocer el legado del neorrealismo italiano en Historias de la Revolución, en particular de Roberto Rosellini y filmes como Roma, ciudad abierta y Paisa, pero ya desde entonces también advertimos un rasgo que se irá perfilando en la obra posterior de Titón como muy propio de su cine: ese conflicto dialéctico entre lo épico y lo ético en el que su visión de la gesta de una revolución, sus luces y sus sombras, se tornará progresivamente menos “heroica” para dar paso a una actitud más reflexiva y crítica, a la vez que alternará el drama con un humor feroz en su intención de cuestionar la realidad.
Más allá de la naturaleza intrínseca del cine como arte integrador de otras disciplinas, Historias de la Revolución prefigura el rol del ICAIC como aglutinador a lo largo de su obra de relevantes valores de la cultura cubana, de lo cual da fe en sus créditos musicales la presencia de los compositores Leo Brouwer, Carlos Fariñas y Harold Gramatges; y en el del guion, de los dramaturgos y escritores Humberto Arenal y José Hernández.
También a destacar el aporte que en los primeros años del instituto ofrecieron a su consolidación reconocidos cineastas de distintos países, en este caso, los directores de fotografía Otelo Martelli, de Italia, y Sergio Véjar, de México.
Historias de la Revolución concluye con el rostro de una mujer que en una amalgama de cortejo fúnebre y desfile de la victoria acompaña el cuerpo sin vida de un ser amado caído en combate, mientras a su alrededor el pueblo celebra el fin de la tiranía. Nuevamente curioso que esta cara de mujer como símbolo de toda una nación nos conduzca a una inevitable asociación con los tres rostros icónicos de aquellas Lucías con las que Solás representaría tiempo después momentos trascendentales de la historia patria. Todos y cada uno de ellos, por cierto, episodios anteriores y posteriores de una misma revolución a la que Alea y el ICAIC dedicaron su primer largometraje.