NOTICIA
Alicia Alonso en Giselle: nacimiento de una leyenda
Cuba y el mundo celebraron este 2 de noviembre el 75 aniversario del nacimiento de una de las más famosas leyendas del ballet de nuestro tiempo: el debut de Alicia Alonso en el rol protagónico del ballet Giselle. Dos nombres indisolublemente ligados y colocados en un lugar de especial relieve en la historia de la danza.
Con su debut como la aldeana-wili, protagonista de esa obra cumbre del romanticismo balletístico, nuestra ilustre compatriota inició una nueva jerarquía de valores técnicos, artísticos y dramatúrgicos, en una tradición comenzada por Carlotta Grisi desde el estreno de la obra en la Ópera de París, en 1841 y enriquecida posteriormente por figuras legendarias como Fanny Elssler, Ana Pávlova y Olga Spessítseva.
Durante el tiempo transcurrido entre su debut y su última aparición en el rol, la trayectoria de Alicia, tanto en su condición de intérprete como de coreógrafa de una versión considerada antológica, ha sido aclamada desde Copenhague a Buenos Aires y desde San Francisco a Beijing, como eje central de una órbita estelar. Y ese fenómeno escénico ha logrado, al paso de los años, tejer una leyenda a la cual se rinde tributo en cada aniversario, por los muchos valores que encierra.
Hay que recordar que el triunfo de Alicia no fue simplemente el de una bailarina talentosa, de solo 22 años, en un rol muy exigente; sino también el de un ser humano sobre una dura adversidad y la ratificación de una ética personal decidida a defender el potencial de talento de los latinoamericanos para imponerse en formas exquisitas de un arte considerado hasta entonces prebenda de bailarinas eslavas y anglosajonas.
Alrededor del fenómeno Alicia-Giselle gravitan innumerables anécdotas: su corajuda decisión de aceptar el reto después de año y medio inmóvil en una cama, su capacidad para aprenderlo de Anton Dolin en solo cinco ensayos, mientras enfrentaba un repertorio agotador de funciones; sus zapatillas ensangrentadas por las duras horas de ensayos, rescatadas para la historia por el coleccionista George Chafée; sus giros vertiginosos en arabesque en la iniciación del segundo acto, que han marcado pauta; la velocidad y limpieza de sus legendarios entrechat quatre, o el récord de su larga trayectoria en el rol. Todas ellas son parte de su leyenda. Pero hay una que quiero compartir, muy emotivamente, con los lectores en esta justa hora, pues marca también mis 50 años de estrecha cercanía a esa cubana impar.
Acababa yo de terminar mis estudios de Historia en la Universidad de La Habana, cuando me di a la tarea de emprender una investigación profunda sobre la carrera de Alicia, de la cual no había casi nada recopilado en nuestro país, aunque su sabida gloria nos honraba a todos. Después de realizar muchas entrevistas y de haberme sumergido en las bibliotecas y consultado los fondos abrumadores de las hemerotecas habaneras, no había podido encontrar la fecha de su debut en su más célebre rol.
Una noche, estimulado por un compañero universitario, rompí mi timidez y la abordé en el escenario de la Sala Lorca del hoy Gran Teatro de La Habana, que lleva su nombre. Había acabado de bailar otra de sus grandes creaciones: La fille mal gardée. Todavía recuerdo la emoción que me embargaba al hablarle por primera vez a un ídolo desde mi niñez. Cuando le comenté lo que sucedía, me respondió de manera jocosa: “Pués fíjese Ud. que yo tampoco recuerdo qué día fue”’.
Me quedé tan frustrado como podía estarlo un aprendiz de investigador en semejante situación. Al marcharme, una mano se posó en mi hombro y me dijo: “Joven, creo tener una fuente que tal vez pueda ayudarlo”. No era otra que la inolvidable Ángela Grau, fiel colaboradora de los Alonso desde su etapa estudiantil y por entonces subdirectora del Ballet Nacional de Cuba.
Durante varias semanas, muy gentilmente, me dio acceso a los scrapbooks confeccionados por la familia de Alicia y custodiados celosamente por ella durante muchos años, en su casa del reparto Altahabana. Una tarde, ya casi derrotado en la búsqueda, encontré, en una carpeta de forro plástico, el ansiado tesoro. Allí estaban los recortes de prensa originales, con los juicios de los eminentes críticos norteamericanos John Martin, del New York Times y Anatole Chujoy, de Dance News, que habían sido testigos de lo ocurrido en aquella memorable función del Ballet Theatre, en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Gracias a ellos pude rescatar una fecha que pertenece a la historia: el 2 de noviembre de 1943. Logré darla a conocer públicamente el 25 de septiembre de 1968, durante una conferencia impartida en la Sala Talía, como parte de un ciclo organizado por la Comisión Cubana de la Unesco, con motivo del 20 aniversario de la fundación del Ballet Nacional de Cuba, hecho que marcó mi primer vínculo con una compañía a la que me honro en pertenecer desde entonces. Ese año celebramos por primera vez esa efeméride en Cuba, que marcaba precisamente sus Bodas de plata con el rol. A partir de entonces la conmemoración se ha mantenido viva entre nosotros y en el resto del mundo, y haber contribuido a su difusión posterior durante 50 años constituye mi mayor honor como investigador.
Alicia bailó el rol de Giselle durante medio siglo, desde la noche del debut hasta la del martes 2 de noviembre de 1993, regalándonos una magia que no se ha extinguido. Al dejar de hacerlo físicamente, ha prolongado su magisterio en una versión que ha reinado, entre otros muchos sitios prestigiosos, en las Óperas de París y Viena, en el Palacio de Bellas Artes de México, en el Teatro Teresa Carreño, de Caracas; y en el Colón, de Buenos Aires. Al verla allí, el eminente crítico argentino Fernando Emery expresaría proféticamente: “Ella nació para que Giselle no muera”. Y así ha sido, para orgullo de todos.
(Tomado de La Jiribilla, no. 849)