NOTICIA
Carpe diem: Daniel
Creo que su espíritu inquieto deambula por el 6to piso del ICAIC aquel espacio vital era una desvencijada oficina con cuatro burós y me ofreció —casi sin conocerme— un espacio (en realidad una esquinita) en el buró que compartía con Fernando y creo recordar que en una de sus tres gavetas estaba el archivo de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) pues Daniel Díaz Torres era, además, el secretario o como se llamara en esas época. Lo conocí en los turbulentos años 70, pero ni esas ventoleras hicieron que Danielito arrinconara su pasión por el cine.
El ICAIC era su hábitat, no lugar de trabajo; y las películas vistas, contadas, reseñadas…, eran alimento cotidiano. Para aquel grupo la vida cotidiana era sencillamente el cine, habían dejado atrás ideas clásicas del oficio, se empeñaban cada momento y con cada filme en desentrañar sus propuestas estéticas, de género, de autor. Primero me sobrecogió y luego aprendí, era una dicha estar en aquel singular escenario de trabajo.
Era mi primera experiencia de vivir el debate, la confrontación y hasta los conflictos, conceptos y criterios encontrados complementándose, enriqueciéndose, conviviendo alrededor de una idea. Enriquito Colina y Pepe Antonio eran dos ejes esenciales. Se fue haciendo que hacer críticas, desmontar todo el andamiaje cultural/estético/ideológico de una película no era lo el objetivo esencial; lo que queríamos era filmar, más clara o menos precisa: era la meta.
Y un día llegó Daniel diciendo que le había encargado hacer un documental sobre Luis Corvalán, el comunista chileno preso de Pinochet…nadie lo recuerda, era una nota de ocasión, la verdad de hacer cine le llegó con su entrada en el Noticiero ICAIC Latinoamericano y lidiar con una estructura noticiosa firmemente creada por Santiago. Pero era hacer cine, era narrar, era entrenarse…en los recursos técnicos, era probarse a cada momento, lo recuerdo queriendo salirse del esquema, romper moldes, buscar encuadres…desencartonar…los eventos, hacerlos más dinámicos. De alguna manera arrastró a Fernando, a Rolando…, volvió la vivencia cotidiana ahora en el tercer piso, intercambios y disfrute de películas (Danielito contaba o mejor narraba de una manera muy especial las películas que veía en festivales o cuando las famosas Comisiones que viajaban a negociarla.
Muchas veces vivía la experiencia doble: oírlas y después comparando, cuando por fin las veíamos, a mí me parecían mejores las que Daniel nos había contado) y en ese contexto, en el día a día del Noticiero… me vinculé más a su trabajo. Vinieron los monotemáticos, una suerte de documentales dinámicos que operando cada semana en el público. Con estas miradas a la realidad de cada día, contribuyendo a la expectativa que ya el Noticiero ICAIC… y el ICAIC mismo había cimentado. Fue memorable el reportaje sobre el destino de una ventana, también (casi una saga) la historias de los llamados conejitos/servicentros de la Autopista…iba acumulado horas de vuelo y conociendo de manera directa el tejido social del país. Pero ese no era el destino final, él sabía que era una etapa y lo hablamos muchas veces.
Un día le dije: cada semana veo en el tercer piso del periódico Granma un mural fotográfico con una carta de Fidel a Celia escrita en junio de 1958 en plena guerra. Fidel está conmovido por la destrucción del bohío de un campesino Mario Sariol, se llama y aún vive. Su casa fue bombardeada hasta reducirla a cenizas. Fidel le escribe a Celia dice que cuando la guerra se acabe que ya sabe cuál será su destino verdadero: su enfrentamiento mayor será con los norteamericanos. Le conté a Danielito y lo convencí de que ahí había una historia que había que contar. Busqué y encontré a Mario y viajamos a la Sierra Maestra. Con él visitamos aquellos parajes ya diferentes pero filmamos la historia de la carta. Mario no era precisamente un conversador, se sorprendía de la importancia que le daban, un “papelito chiquitico” como lo calificaba a la carta y sí, nos dijo, hace tiempo lo vi, me lo leyeron. ¿Quién se va a acordar de un papelito chiquitico? Celia rescató y guardó cada papelito, es por eso que existe. En la entrevista lo que sobresalía en el recuerdo que filmaba Raúl Pérez Ureta no era su casa destruida, ni los cascotes de bombas, sino que Fidel en medio de la guerra pensara en él. Así nació el documental La casa de Mario.
El cine que Daniel quería hacer y que hizo se nutrió de ese universo del Noticiero…, era una estación que le permitió desentrañar códigos de la realidad que después formarían parte de su imaginario creativo. Ya había acumulado una experiencia asentada en miles de pies de películas vistas, debatidas, buscaba expresar su punto de vista desde la diversidad de géneros, no tenía reparos en acercarse al cine del oeste, o al melodrama, mirada aguda cuando recurre al humor, la sátira si esa estética era la que se mejor se ajustaba a lo que quería expresar.
En 1991 su filme Alicia en el pueblo de maravillas alcanzó una cota extra-artística insospechada y peligrosa. Sin embargo, esa coyuntura tan infeliz que vivimos nos reveló la naturaleza y la condición humana de este hombre que sin alterar la voz, tranquilo en su verdad, sin insultos ni faltas de respeto se mantuvo fiel a la lealtad y a los (sus) principios que expuso y defendió en todos y cada uno de sus filmes.
Septiembre 28/2020