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Cita con los clásicos: Tire una tanguedia
El cine latinoamericano tiene desde hace tiempo su panteón. Si un callejón, no de los milagros, sino de la fama, se extendiera en cualquier calle, del Bravo a la Patagonia, serían no pocos los nombres de directores, actores, técnicos que habrían de estamparse en este. Iremos recordando poco a poco.
Tire dié (Fernando Birri, Argentina, 1960), es un mediometraje realizado entre 1956 y 1958 por un equipo de alumnos de la Escuela de Cine Documental de Santa Fe (fundada por Birri), que fuera reconocido como la primera encuesta social filmada. En ella se aprecia crudamente la pobreza de la región.
El texto fílmico de quien también fundara una institución homóloga en Cuba, la EICTV de San Antonio de los Baños, encierra una de las imágenes más fuertes del cine argentino documental, en la que se ve un grupo de niños corriendo en paralelo al ferrocarril y pidiéndoles a los pasajeros unas monedas. La expresión “tire dié” pertenece a la jerga de los pobladores del barrio, y sobre todo de los niños: “tire dié guitas”, era la frase con la cual intimaban a los pasajeros de los trenes que cruzaban el puente que sale de la capital santafesina para cruzar el río Salado a que les lanzaran unas pocas monedas como limosna.
“Nunca voy a olvidar el impacto extraordinario que tuvo en mi vida, cuando en 1958 o 1959 vi por primera vez Tire dié, creo que fue una de las películas que me marcaron. Fue extraordinario el impacto: Fernando Birri, con su escuela documental de Santa Fe”, declaró el también cineasta argentino Fernando Solanas en mayo de 2003.
Tire dié se inicia con un conjunto de imágenes panorámicas de la imponente y pujante ciudad de Santa Fe de los años cincuenta, sobre las que se escucha la voz en off de un locutor, quien desgrana una lista de temas que reflejan en números y estadísticas el poderío industrial, económico y demográfico de la ciudad, a la sombra de la cual se levanta la pobre barriada del “tire dié”.
Tras las imágenes y los números de la estadística, la cámara nos interna en una villa miseria, apostada en los bajos del puente. Entonces la otra realidad es puesta en pantalla, y a las cifras del crecimiento desmedido y grandioso de la ciudad industrializada le sigue la muestra de la vida ruinosa que padecen los marginados de ese sistema económico, el mismo que blasona el relato de la prosperidad que prologa el filme. Documental pionero, sin dudas, que abriría una senda por donde transitaría hasta hoy el cine latinoamericano.
Y ya que mencionábamos el testimonio certero de un discípulo aventajado del género, Fernando Solanas, traigamos otro clásico precisamente suyo: El exilio de Gardel (Tangos), de 1985, premio Coral de ese año en el festival habanero.
A mediados de los años sesenta, después de rodar junto a Octavio Getino su famosa La hora de los hornos, ambos fundan el Grupo Cine Liberación, una especie de manifiesto en favor de una renovación de la escritura fílmica. En sus declaraciones, Pino, como se le conoce afectuosamente, no vacila en tomar posiciones y rechazar abiertamente los códigos y convenciones del cine hollywoodense clásico. Sus filmes no apuntan tan solo al despertar de la conciencia política del espectador, invitándole a una lectura militante de la realidad, sino que procura desestabilizarlo, estorbarlo, impedir que se deje llevar y arrullar por el flujo de las imágenes.
Con El exilio de Gardel (Tangos), Solanas subvierte los “mandamientos” de la narrativa tradicional e incorpora los de otros lenguajes (la danza, la música, la mímica, la poesía) para facturar lo que él dio en llamar “tanguedias”: tragedias en tiempo de tango, lo cual sería un tanto redundante si recodamos cuánto de sentimiento trágico hay en esa expresión bailada y cantada de la música popular argentina. Las hermosas coreografías y la música inolvidable de Astor Piazolla figuran entre lo mejor del filme.
También su nueva expresión fílmica remueve la conciencia del público, acostumbrado al tratamiento emotivo o melodramático de ciertos temas: el exilio, digamos, siempre viene asociado con el dolor, el pesar y la añoranza. Otra vez Solanas se aleja del esquema tradicional para brindarnos una película multitonal, procurando así evitar el escollo del sentimentalismo.
Una de las características de este filme es, en efecto, la mezcla de registros que abarca desde lo dramático hasta lo burlesco, pasando por escenas oníricas de claro corte surrealista. El realizador intenta desdramatizar la situación de los exiliados insertando dentro de la narración secuencias de corte farsesco (como la famosa escena de la cabina telefónica en la que Miseria, uno de los personajes, intenta llamar gratuitamente a Uruguay acoplando el hilo del aparato al motor de una motocicleta).
El pastiche resultante arroja otra dimensión del cine latinoamericano. En El exilio de Gardel (Tangos), Solanas no se contenta con tratar el tema del exilio. Se propone también brindar al espectador su propia representación de la dictadura argentina y en particular de sus aspectos más represivos y violentos, y lo hace desde una perspectiva multiestilística y politonal, tan seria como paródica, cuestionadora e iconoclasta como el resto de su cine, que, sin embargo, muestra de principio a fin una coherencia, belleza y organicidad encomiables.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 175)