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Filmes de Chile, Guatemala y México prenominados al Óscar
Después de alcanzar la nominación al premio Goya a mejor película iberoamericana, tres películas latinoamericanas están a un paso de lograr la nominación al Óscar. La producción chilena El agente topo (Maite Alberdi), la guatemalteca La llorona (Jayro Bustamante) y la mexicana Ya no estoy aquí (Fernando Frías) figuran entre las quince semifinalistas en la categoría de mejor película internacional.
Es preciso aclarar que difícilmente las tres pasen al listado final de cinco nominadas (que se dará a conocer el 15 de marzo), en tanto los académicos suelen preferir un reparto igualitario por continentes y también están en competencia filmes de Bosnia-Herzegovina (Quo Vadis, Aida?), República Checa (Charlatán), Dinamarca (Otra ronda), Francia (Dos de nosotros), Hong Kong (Mejores días) e Irán (Niños del sol). Pero, a pesar de que incluyan a una sí y a otras no, lo cierto es que las tres películas latinoamericanas ya han sido fichadas entre lo mejor de la producción mundial y lo más representativo del cine latinoamericano durante el año 2020.
El éxito internacional de los tres filmes latinoamericanos se debe, además de sus notorias virtudes en cuanto a realización y habilidad narrativa, a que combinan con notable pericia ciertos elementos de amplia popularidad como el cine de géneros (el cine de espionaje, el horror o el musical) con una perspectiva muy atenta a las realidades sociales y culturales de cada nación. Y esa combinación suele ser altamente eficaz cuando la emprenden realizadores y guionistas conscientes del delicado balance dramatúrgico y visual que requiere semejante mixtura.
La chilena Maite Alberdi recurre en El agente topo a ciertos elementos del cine de espionaje, como el suspenso consistente en descubrir la respuesta que da inicio a la trama, o el protagonista ingenioso, valiente y dispuesto a colocarse en peligro y a revelar engaños y fraudes. Rómulo, un investigador privado, contrata a Sergio, un viudo de 83 años, para que se infiltre en un hogar de ancianos y así poder ayudar a una residente, cuya hija sospecha que su madre es sometida a maltratos diversos.
Lo más curioso es que El agente topo presenta una textura completamente documental, una modalidad prácticamente opuesta a un cine de espionaje cuyas peripecias pertenecen, por lo regular, a la más pura ficción, sobre todo si recordamos clásicos como las sagas de James Bond y la serie Misión imposible. La zona testimonial, realista y sociológica de El agente topo es tan poderosa y definitiva que el filme también concursa en esa categoría [mejor documental] para tratar de ganar una segunda estatuilla.
También nominada al Globo de Oro como mejor película extranjera, y seleccionada por la BBC entre las mejores producciones de habla hispana de todos los tiempos, la guatemalteca La llorona es uno de los filmes clave dentro del auge reciente del cine de horror latinoamericano, caracterizado por sus acotaciones relacionadas con el contexto social y doméstico, cultural y psicológico, en los que resulta perfectamente factible recrear el miedo, la ansiedad o la repulsión, elementos clave de este género, junto con la contradicción entre lo vivo y lo muerto, la crueldad desmesurada y el raciocinio amenazado.
El cubano Ramón Peón fue de los iniciadores del cine de horror mexicano con La llorona (1933), pasaron casi 30 años para que apareciera La maldición de la llorona, y luego, a principios del siglo xxi, regresa a la pantalla el más mexicano de todos los monstruos como protagonista de Kilómetro 31, primera y segunda partes (2006 y 2016), que rescataba el mito nacional de la mujer que asesina a sus hijos y luego su alma maldita vaga por las noches llorando su infinito arrepentimiento.
También en 2019 alcanza la cima de la taquilla norteamericana Curse of the Llorona, pero al año siguiente toda esta tradición es capitalizada por el guatemalteco Jayro Bustamante en esta nueva versión que compensa los elementos legendarios con el horror verídico del genocidio ocurrido a principios de la década de 1980, cuando los sucesivos gobiernos aniquilaron los movimientos sociales e indígenas de protesta a través de masacres y desapariciones. Con su película parsimoniosa y revisionista, Bustamante se apunta al típico cine de horror latinoamericano del siglo xxi, en el cual el monstruo tradicional es sustituido por entidades sociales o políticas, ideológicas o religiosas.
Finalmente, la mexicana Ya no estoy aquí, escrita y dirigida por Fernando Frías, se ambienta al nordeste del país, en las montañas de Monterrey, y cuenta la historia de un joven (interpretado por el músico Juan Daniel García) apasionado por la cumbia y líder de una banda llamada Los Terkos. El muchacho vive en un barrio pobre, y se ve obligado a emigrar a Estados Unidos luego de ser amenazado de muerte.
Al igual que en cualquier otro tipo de filmes musicales, desde El mago de Oz hasta Cantando bajo la lluvia, la narrativa se desarrolla mediante la presentación de canciones, música y bailes, que hacen avanzar el relato y a veces lo interrumpen, a manera de pausas. Solo que Ya no estoy aquí renuncia a la visión escapista de los musicales clásicos y asume más bien la visualidad de los musicales de estilo más documental o performático, aquellos que aparecieron en los años 60 y 70.
Y desde una trama inmersa en la realidad mexicana, marcada por la desigualdad, la violencia y la emigración, se verifica la sublimación audiovisual de la fusión cultural entre la cumbia colombiana y la sonoridad de los ritmos tex-mex para generar un tipo de musical singular, a la par novedoso y convincente.