Chevalier

Comedia de la dominación masculina

Lun, 09/21/2020

La directora Athina Rachel Tsangari desmonta en Chevalier un mito que nos resulta demasiado familiar. La historia de unos griegos navegando por el mar Egeo se ha contado tantas veces y desde hace tanto que parece sostener sobre su itinerario el origen mismo de la cultura occidental. Homero y Virgilio armaron con esos hombres la épica de sus pueblos. Tsangari, que es griega y mujer, elige un género que, según como se mire, es parodia o comedia.

Los seis atenienses de Tsangari, durante sus vacaciones en un lujoso yate, compiten en un juego que da título al filme: Chevalier. Solo puede ganarlo aquel que supere las pruebas de masculinidad que exijan sus compañeros. La comedia de ser hombre involucra un sinnúmero de atributos físico, de formas de conducta, de gustos y vestuario que poco tiene que ver con el sexo, biológicamente hablando. La película más bien hace explícito cómo la comprensión del mundo, de la naturaleza, los animales y la sociedad está organizada a partir de la oposición entre lo masculino y lo femenino, y cómo esos ideales penden como una espada de Damocles sobre los individuos y cultivan una paranoia del género. No por gusto, la competencia de Chevalier se origina cuando uno de los personajes es comparado con una piña y siente herida su virilidad. Los colores, las frutas, hasta la forma de dormir parecen tomar lugar propio en esta división de géneros. Si no, recordemos que, en aquella película cubana, Diego tomaba fresa en el Coppelia y David, chocolate.

Athina Rachel Tsangari nos hace reír de todos estos atributos absurdos del verdadero chevalier, de los esfuerzos de un personaje para esconder que fuma, de los complejos de otro porque tiene piernas gordas, de ese porque vive con la madre y de aquel porque le va mal en los negocios. Con la risa, sin embargo, se devela cómo el grado de lo masculino en los tiempos que corren depende de la medicina, la economía, un tipo preciso de estructura doméstica y un modelo exclusivo de cuerpo.

El sociólogo Pierre Bourdieu le da una vuelta de tuerca a esta clasificación de las cosas que nos rodean cual de hombres o de mujeres al pensarlas como formas de dominación masculina. Lo enérgico y lo viril de un pueblo segrega la mitad femenina de su ciudadanía, e instaura además su tipo particular de ideología, clase, ropa y color de piel para generar convenientes escalas de lo que es ser más hombre o menos hombre.

En tiempos de Homero, la cólera, la lascivia o cualquier exceso en un noble podían desatar guerras, traer pestes, acabar ciudades. En esa misma geografía, Tsangari pone a sus griegos en la batalla cotidiana de la clase media masculina: su Troya es cocinar la ensalada perfecta, armar ágilmente un mueble, lograr que la esposa confiese que lo ama. Cada una de estas pruebas mide, de alguna forma, su aspiración de ser superior entre todos, el chevalier. El ideal que pone a estos griegos antiguos y modernos en pugna ha cambiado en sus asociaciones, pero continúa siendo esencialmente el mismo. La diferencia de Chevalier está en que quien cuenta la historia hoy era acaso la madre o la esposa que lloraba, la amante que seducía, la diosa que engañaba en la épica clásica. Athina Rachel Tsangari, detrás de la cámara, cuenta y se ríe de esos señores del Egeo en su búsqueda infinita del mejor.

(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 178)