NOTICIA
Daniel Díaz Torres: siempre lúcido, siempre crítico
Las mejores comedias de Daniel Díaz Torres (1948-2013) se relacionan, casi invariablemente, con la burla a los vicios ciudadanos, o con la concepción de fábulas corales, en las cuales intervienen muchas voces que, ocasionalmente, dialogan directamente con el espectador. Así se percibe desde sus primeras obras, documentales y realizadas bajo la sombrilla de Santiago Álvarez en el Noticiero ICAIC Latinoamericano.
El estilo crítico-punzante, apoyado en la sátira de vicios y manquedades, aparece en el periodo en que el realizador trabajó en el Noticiero…, justo cuando transcurría el último lustro de los años setenta. Al igual que en varias de sus posteriores largometrajes de ficción, al realizador le interesaba denunciar el desorden, el conformismo, la rutina, el despilfarro, la doble moral, la ineficacia económica, y la falta de ética profesional de ciertos dirigentes.
Cineasta y guionista, escritor y profesor, comenzó su formación como alfabetizador en la Sierra del Escambray, en 1961. Se graduó en 1978 de Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana. Desde 1968 trabaja en el ICAIC, primero, escribiendo críticas y artículos de cine para las principales revistas y periódicos. A su vez, participa en la dirección de seminarios sobre cine en las Universidades de Oriente y de La Habana. A partir de 1971 comienza su trabajo como asistente de dirección en los filmes Muerte y vida en El Morrillo (Oscar Valdés, 1971), Los días del agua (Manuel Octavio Gómez, 1971), El hombre de Maisinicú (Manuel Pérez, 1973), De cierta manera (Sara Gómez, 1974), Mella (Enrique Pineda Barnet, 1975) y Río Negro (Manuel Pérez, 1977); y realiza paralelamente algunas menciones para la televisión.
Inicia su trabajo como documentalista en 1975, simultáneamente con el trabajo como subdirector-realizador, de casi un centenar de ediciones del Noticiero ICAIC Latinoamericano entre 1975 y 1981. Su labor es incesante en la segunda mitad de los años setenta: Libertad para Luis Corvalán (1975), Encuentro en Texas (1977), La casa de Mario (1978), Los dueños del río (1980), Madera (1980), Vaquero de montañas (1982) y Jíbaro (1982).
Su debut como director de largometrajes de ficción ocurre en 1984 con Jíbaro, versión del documental homónimo que él mismo realizara dos años antes, y que le propició mayor visibilidad a los rincones más profundos de la Isla. Esta es una de sus primeras películas de ficción, y parece urgida por el imperativo de acercarse a personajes reales, contemporáneos, gente común que atraviesa conflictos habituales, a veces tan exagerados que adquieren un dejo surrealista, onírico.
Dos años después, dirige Otra mujer, una comedia retro (la acción ocurre en los años sesenta) con guion de Jesús Díaz y fotografía de Raúl Pérez Ureta, un director de fotografía que lo acompañará en varias de sus posteriores y más famosas películas. Otra mujer también aterrizaba en el costumbrismo de las áreas rurales, a través de un argumento muchas veces tratado por el cine cubano de esos años: la plena incorporación de la mujer a la sociedad; de modo que, además de mostrar el machismo al interior del inconsciente masculino, incluso de los varones más revolucionarios, la narrativa se empeña en dejarle al espectador una nota de optimismo respecto a la realización, como ser social, del personaje encarnado por Mirta Ibarra.
El cineasta saltó a la notoriedad internacional con la sátira Alicia en el pueblo de Maravillas (1991), colofón de las comedias críticas de los años ochenta, con mayor inclinación al absurdo y al surrealismo, que marcó rumbos críticos en la cinematografía cubana posterior, pues sin ella no hubieran existido Adorables mentiras (Gerardo Chijona, 1992) y Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, 1993). A pesar de atender fundamentalmente a las tesituras de la comedia costumbrista, el filme juega todo el tiempo con las claves del surrealismo y el absurdo, registros que se declaran desde el título, paráfrasis de la célebre Alice's Adventures in Wonderland, un relato repleto de juegos con la lógica y alusiones satíricas.
En 1995 concluye el mediometraje retro Quiéreme y verás, que continúa la sátira, habitual en su obra, de los géneros convencionales (el policiaco, el melodrama, el cine de espías). Y así se exageran de forma postmoderna las citas y los homenajes: el título del bolero de José Antonio Méndez provee cierto tono romántico; predominan los elementos del cinema noir y de los filmes de robos, imbricados con los códigos de comedias de equívocos.
Retorna a la situación y los personajes contemporáneos en las comedias Kleines Tropikana (1997) y Hacerse el sueco (2000). En medio de la década más oscura del cine cubano, Daniel recurre otra vez al guionista Eduardo del Llano (el de Alicia…) para continuar captando la contemporaneidad a través de parodias genéricas, en este caso del cine policiaco, de espías y delincuentes, porque Kleines Tropicana y Hacerse el sueco comparten determinadas esencias caracterizadoras: la voluntad por retratar, desde la parodia, la crisis ideológica inherente al Periodo Especial; se refrenda el mismo equipo técnico-artístico y confirman la tendencia preeminente del cine cubano de esa década a la coralidad, es decir, a distribuir el peso de la trama entre varios personajes y líneas narrativas.
Después de Hacerse el sueco, con una larga pausa de casi cinco años, Daniel regresó al documental (Entrevista a Ricardo Alarcón de Quesada, “Los cuatro años que estremecieron al mundo” —de la serie Caminos de Revolución—, Tres cantos a New Orleans) y un filme histórico para la televisión española: Camino al Edén (2007) que representa el reto de dirigir un melodrama de época, un género infrecuente en su filmografía.
Luego, retoma sus fueros paródicos con Lisanka (2009), el amable pase de cuentas a la influencia soviética en Cuba, y La película de Ana (2012) vino a ser su filme postrero, y como siempre combinaba la reflexión ética y sociológica con elementos de comedia costumbrista y melodrama. Lisanka desacralizaba el estoicismo y reforzaba la farsa de carácter histórico en el tenso contexto de la crisis de los misiles, y la Cuba de principios de los años sesenta.
Por otra parte, su filme postrero, La película de Ana devino pase de revista cáustico a los estereotipos que pueblan el imaginario de los extranjeros respecto a los cubanos, mientras que, entre bromas más o menos punzantes, se ponen en relieve, convenientemente exagerados, disímiles lugares comunes sobre la prostitución, o el tráfico de conveniencias, la honestidad intelectual, la sacrosanta vocación, y el beneficioso empleo del talento personal.
Daniel también impartió clases de Historia del Cine en la Universidad de La Habana y desde 1986 laboró en la cátedra de dirección de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV). Fue miembro del Comité de Cineastas de América Latina y Miembro Fundador del Consejo Superior de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.