NOTICIA
Del fraude a la reflexión
Sobre la marcha, guion de Luis Rogelio Nogueras y Víctor Casaus, dio origen al filme cubano Como la vida misma, que dirigió el segundo de los mencionados. Su antecedente es la obra teatral Molinos de viento, de Rafael González, llevada a la escena por el Grupo Teatro Escambray (GTE).
Utilizando algo su anécdota, contando con muchos de sus actores (algunos, como Sergio Corrieri, se interpretan a sí mismos), el filme abarca otras zonas de la realidad que escapaban al superobjetivo del drama, o al menos, no estaban en primer plano allí: la relación arte-vida, los problemas intergeneracionales, la poesía que puede encontrarse en lo más insospechado y antipoético (o también, en lo que por el contrario, le ha servido muchas veces de “materia”) son aspectos temáticos que fluyen dentro de un filme erigido, además, en homenaje al trabajo meritorio e intenso del GTE.
Al leer las 106 páginas del guion se imponían inevitables “cotejos” con la fuente literaria que le sirvieron de referencia: aquellos Molinos... tan polémicos.
Evidentemente, no ocurrió ni con mucho la puesta en pantalla de la aludida obra; la cámara sale de esos marcos para extenderse a la labor del grupo de teatro (sus métodos de trabajo, sus investigaciones, los resultados de sus experimentos...), sin abandonar el tema original: el fraude estudiantil y todas las interconexiones con la responsabilidad no solo de alumnos, sino de padres, profesores y dirigentes, en actitudes que —muchas veces involuntariamente— son ecos de viejas realidades.
Uno de los méritos del guion es la coherencia lograda entre ambos planos temáticos; el grupo trabaja sobre un caso de fraude detectado en un IPUEC (pre en el campo) cercano a su sede, con vistas a una futura obra, pero hay opiniones encontradas desde la misma elección del tema, actitudes individuales puestas en juego, relaciones afectivas y filiales entre miembros de ambos colectivos que pudieran parcializar las decisiones...Hallamos una organicidad en esa superposición argumental, en esa interacción realidad-ficción (la incorporación al teatro, otra “realidad”), el sondeo por el elemento humano del GTE fuera de la escena (algo ajeno, por supuesto, al drama original), que confieren su primera virtud a la obra en el plano conceptual.
Por otra parte, en lo que quedó específicamente de Molinos... hubo un “filtro” saludable: desapareció lo esperpéntico de algunos personajes y situaciones no bien insertados al tono general de la pieza; el director, por ejemplo, sin que perdiera sus defectos, abandonó aquella mal resuelta esencia caricaturesca; se eliminaron las no siempre justificadas alusiones a obras literarias, etc.
Además, la cinta propone audaces reflexiones estéticas y humanas en general: ¿qué es, realmente, el teatro?, ¿cómo debe nutrirse de la realidad? o ¿qué debe hacer el hombre ante un medio hostil: luchar, o evadirse y buscar el medio ideal donde “desarrollarse” mejor personalmente y así poder “aportar” más?
Sin embargo, en lo específicamente cinematográfico —ese viaje inevitable del guion a la pantalla— Como la vida misma se ve lastrado por un exceso de “literaturización”. Nos explicamos: falta flexibilidad al entramado de imágenes fílmicas, que se resienten de un excesivo regodeo verbal. Lo que leído resulta perfectamente asequible, no siempre ha tenido una plasmación resuelta, en la “lectura” de la cámara.
Planos-secuencias demasiado largos, falta de síntesis, diálogos cargados de verbosidad...; en más de un momento, justo es reconocerlo, se advierte un eficaz empleo de técnicas y recursos, a lo que contribuye la profesional fotografía de Raúl Rodríguez. La música de Silvio Rodríguez, muy bien facturada en los momentos instrumentales o en la canción que rodea la bella escena amorosa entre Fernando y Marlén, no encuentra semejante felicidad en la pieza-tema (No hacen falta alas, de imágenes un tanto forzadas y prefabricadas).
Con respecto a las actuaciones, hay un nivel decoroso; mencionemos a Fernando Hechavarría, Beatriz Valdés, Pedro Rentería y Flora Lauten (pese a lo plano de su personaje, requeridor de matices).
Como la vida misma es una experiencia interesante en nuestro cine, que —señalamientos aparte— pone el dedo en la llaga de situaciones y problemas que a veces escapan a la reflexión y el análisis que en realidad merecen.