NOTICIA
Distopías y mundos en crisis
No hay mucho final feliz en las cintas que integran el Panorama Latinoamericano dentro de esta edición 42 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Y aun en casos donde los desenlaces permiten cierto respiro, se trata de mundos disfuncionales, sumidos en verdaderas tinieblas sociales y políticas que no surgen de la imaginación enfermiza de los realizadores sino, lamentablemente, de las realidades que encaran ahora mismo los países de la región.
Brasil, esa cinematografía siempre a la vanguardia, trae algunos de esos títulos inquietantes. Medida provisoria, del relevante actor Lázaro Ramos (ópera prima en ficción tras haber realizado algunos documentales y clips), se ubica en un futuro cercano cuando una medida del gobierno decreta enviar a todos los ciudadanos negros de vuelta a África como excusa para saldar las deudas por el pasado esclavista.
El trasfondo de racismo y supremacismo blanco que esa ley absurda implica, no está demasiado lejos de lo que ahora mismo sufre el gigante sureño bajo un gobierno con visos fascistas, discriminatorio de minorías y que ha secuestrado las principales libertades y derechos humanos, aumentado los abismos entre ricos y pobres en una batida neoliberal que ha condenado a Brasil a una verdadera dictadura revestida de una democracia falsa y cada vez más lejana.
En su labor directriz, Ramos logra armar un relato sólido, que fluye de principio a fin, donde la adrenalina y el ritmo no se detienen; concibió personajes de trazos firmes, y en su conformación sicosocial, tampoco trata con paternalismo a los oprimidos afrodescendientes (o cubiertos de melanina, según le llaman los que tratan de hacer valer la ley) como demuestra el pasaje en que no son capaces de creer al blanco que se infiltra en la célula clandestina, resistente por simpatía y solidaridad con su pareja lo cual termina de manera trágica.
La cámara luce sapiencia y eficacia en el movimiento de masas, en escenas de multitudes y enfrentamientos, deudoras del mejor cine épico, lo cual se apoya en un montaje inteligente y riguroso, y en actuaciones sobresalientes del cantante Seu Jorge (Marighela), Alfred Enoch, William Russell, Adriuana Esteves, Taís Araújo…
Algunos momentos teñidos por cierto retoricismo político demasiado explícito y el final con sabor hollywoodense no restan mérito a esta pieza que arroja votos certeros porque el porvenir no llegue a conocer extremos como los que el presente hace temer.
Un presente que se refleja ahora mismo en el interior brasileño: un turbio Recife donde el investigador policial Bruno Wanderley decide seguir un asesinato ocurrido entre el Miércoles de Ceniza y el domingo posterior al Carnaval, mientras recibe la visita del hijo y varios amigos de ambos sexos que practican relaciones poliamorosas. Ese es el eje que mueve al filme Fim de festa.
Aquí la distopía social sí es un hecho muy contemporáneo, y donde la ineficacia y corrupción policiales generan una organización clandestina llamada Dracma, que mediante un sitio web intenta hallar la verdad de crímenes silenciados o irresueltos por las autoridades oficiales.
El conocido realizador Hilton Lacerda (laureado en nuestro festival con su singular filme Amarelo manga) ha querido hacer, más que un thriller sicológico, una reflexión sociológica que abarque aspectos de las más variadas gamas en los conflictos que afectan al país, las relaciones eróticas y humanas en general, los nexos paterno filiales, el empuje y desprejuiciamiento de las nuevas generaciones y, claro, también la criminalidad, la falencia social y la nostalgia por un pasado mejor, de ahí la impronta documental que signa el relato.
Pero la a veces excesiva intelectualización del discurso no siempre arroja satisfactorios resultados en un trayecto que muestra frecuentes caídas del ritmo, grietas en la edición y un verbalismo que con frecuencia afecta el discurrir eficaz de la narración, para lo cual tampoco ayuda el nivel histriónico, bastante irregular.
Difícil concebir, en pleno siglo XXI, un sistema esclavista aun en las intrincadas selvas amazónicas. Es lo que denuncia Pureza, de Renato Barbieri, sobre una mujer así llamada procedente de la ciudad de Bacabal en Maranhao, quienen 1993, durante la búsqueda desesperada de un hijo que salió a procurar trabajo y no aparece ni es localizado, descubre una tupida red de explotación no remunerada donde trabajadores rurales son sometidos a un inhumano trato que puede llegar al asesinato ante cualquier índice de queja o protesta.
En su obstinada carrera por denunciar tal crimen, la protagonista, en contacto con organizaciones sindicales y pro derechos humanos (como la llamada Pastoral da Terra), conoce y expone el vínculo de esas células con altas esferas políticas.
Basada en hechos reales, Pureza se mueve dentro de una narrativa clásica que maneja con destreza los giros y puntos clímax del relato, erigiendo una puesta limpia, que atrapa y conmueve al espectador desde el principio sin perder un ápice de interés o caída del ritmo, para lo cual se apoya en rubros notablemente conseguidos (la música con acusados aires nordestinos; la fotografía que huye del paisajismo para concentrarse en el contexto doblemente árido; la planimetría explorando ángulos y planos de certera indagación ontológica y espacial; una edición rigurosa…), los cuales se coronan con los desempeños de un brillante elenco, empezando por la gran Dira Paes en el personaje central, sinónimo de interiorismo, sensibilidad y energía, que la convertiría en una fuerte aspirante al Coral femenino si estuviéramos en competencia.
(Tomado de Juventud Rebelde, 3 de diciembre de 2020)