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Eslinda Núñez: seis décadas en el cine
Actriz con una larga carrera en cine, televisión y teatro, se preparó primeramente sobras las tablas, y fue alumna de la Academia de Teatro Estudio, Eslinda Núñez inició su camino en el arte como alumna de la Academia de Teatro Estudio. Antes de llegar al cine la actriz fue desarrollando una carrera teatral mediante obras tan reconocidas como La casa de Bernarda Alba, Los días de la guerra y Santa Camila de La Habana Vieja, hasta que debutó en el Teatro Musical de La Habana en 1962, cuando todavía lo dirigía el mexicano Alfonso Arau, quien treinta años después se anotaría uno de los mayores éxitos de taquilla del cine latinoamericano con Como agua para chocolate.
De su entrada al cine se encargó otro extranjero, el francés Armand Gatti, quien le ofreció un pequeño papel en la surrealista y delirante El otro Cristóbal (1963), el primer filme rodado en Cuba que compitió en el Festival de Cannes. Sin embargo, cuando se habla sobre ella casi todo el mundo se refiere, consciente o inconscientemente al segundo cuento de Lucía (1968) de Humberto Solás, y a la muchacha de negrísimos ojos y mirada añorante, misteriosa. Sobre ella, ha dicho Humberto Solás, a propósito de Lucía:
Eslinda era justamente la proyección de lo mítico, de lo evanescente, de lo inapresable. Eslinda es como críptica, misteriosa. Tú sabes que hay muchas lecturas detrás de esos ojos, hay muchas cosas no confesadas, hay muchas emociones latentes y no es que ella sea así, pero seguramente los actores sacan algo de su propia personalidad. En Lucía ofrece valores de sutileza, es una imagen tierna, con un rostro que no se acaba de perfilar. Sí está bien perfilado arquitectónicamente, pero lo que ella transmite tiene una capacidad fulgurante.
Pero la actriz ha demostrado capacidad para muy diversos registros, y para incursionar con fortuna en los más distintos medios. Entre los años 1968-1969, Eslinda interpreta otros dos papeles muy importantes en sendos filmes que conforman, junto con Lucía, la tríada de oro del cine cubano en la segunda mitad de los años sesenta: Memorias del subdesarrollo, y La primera carga al machete. Muchas veces ha reconocido la actriz el privilegio que para ella significó estar en el reparto, con papeles destacados, en las tres mejores películas de aquella época, tres clásicos que han confirmado su altura estética con el tiempo, bajo la dirección de Humberto Solás, Tomás Gutiérrez Alea y Manuel Octavio Gómez.
De su generación, Eslinda ha sido la actriz cubana con mayor suerte para laborar con directores foráneos. Además de los mencionados está el checo Vladimi Cech (Para quien baila La Habana, 1966), el ruso Vladimir Vainstock (El jinete sin cabeza, 1972), el mexicano Sergio García (Próximamente en esta sala, 1974), el español Antonio Eceiza (Mina, viento de libertad, 1976) y el peruano Federico García (El socio de Dios, 1986), entre otros.
En los años setenta, Eslinda se convirtió en algo así como la encarnación posible de la cubana moderna sobre todo a partir de Un día de noviembre, otra vez dirigida por Solás, mientras que se arriesgó a renunciar por completo a todo lo que pudiera esperarse de su imagen histriónica en Cecilia, en la cual conformó a una Isabel pragmática y cínica, lejos de la imagen romántica establecida por Villaverde y por los papeles anteriores de la propia Eslinda.
Ese deseo de romper con lo que había hecho antes la llevó a interpretar películas muy diversas en los años ochenta, como el melodrama de época Amada, de nuevo bajo la dirección de Humberto Solás; películas de vanguardia como Son... o no son, dirigida por Julio García Espinosa, e incluso comedias en el estilo de No hay sábado sin sol, que dirigió su pareja, el realizador Manuel Herrera, quien también estuvo al frente de la coproducción nostálgica dedicada a la biografía fílmica de un personaje destacado como Capablanca, y del musical retro Bailando chachachá, las tres protagonizadas por Eslinda Núñez.
Entre todos estos papeles tan distintos, vale destacar la segunda consagración de la actriz a través del filme Amada, tradicionalmente subestimado por críticos e historiadores del cine cubano. Por su elocuente interpretación de esta mujer reprimida e incapaz de pasar por encima de sus prejuicios, Eslinda obtuvo el premio de actuación en el Festival Cinematográfico Internacional de Huelva, España, y el Premio de actuación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Obtuvo resonantes éxitos en teatro (más de cincuenta puestas) pero lo abandonaba constantemente para regresar al cine. Ya consagrada en el séptimo arte de la Isla, incursionó con éxito en la pequeña pantalla, sobre todo en telenovelas muy renombradas (Pasión y prejuicio, La otra cara, Doble juego, Cuando el agua regresa a la tierra) y a juzgar por la alta calidad de los títulos interpretados, la actriz también ha abogado, desde su oficio, por una televisión cubana entendida como producto cultural de altos quilates.
Sus escasas apariciones en el cine contemporáneo cubano nada tienen que ver con mantener el estatus de consagrada, sino con la necesidad del reto, la sugestión de emprender algo nuevo y por ello interpreta papeles incluso muy secundarios. De este modo, acompaña los cortos o largos de algunos nuevos realizadores como Alejandro Gil en La pared), Juan Carlos Cremata con Viva Cuba) o Alejandro Brugués mediante la muy exitosa Juan de los Muertos, producida por su hijo Inti Herrera.
También se asoció de manera sistemática con los empeños de Tomás Piard en Adorable fantasma, realizada en 1990 para la televisión; Viaje de un largo día hacia la noche, también realizada para televisión; y El viajero inmóvil, que ya es en el cine. Por su habilidad para protagonizar papeles secundarios o protagónicos, por haber participado meritoriamente en algunos de los momentos más relevantes del audiovisual cubano en los últimos cincuenta años, y debido a su brillante trayectoria, Eslinda Núñez fue laureada con el Premio Nacional de Cine en el año 2011, que corona una carrera pródiga en grandes logros y momentos.